Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

Yolanda en el Salón de los Pasos Perdidos

Yolanda Díaz y Carles Puigdemont (Fuente: RTVE).

Miras la sombra que persigue al personaje y puedes ver claramente una historia de éxito. Es relativamente fácil observar todo el proceso, cómo cada tesela tenía el objetivo claro de ir modelando un personaje nacido casi desde la misma nada, desde el más absoluto desconocimiento. Desde ese no ser creció y creció hasta lograr proyectar una imagen de seriedad y rigor en el trabajo, y todo y en parte por hacer posible pactos que entonces parecían imposibles, de lograr acuerdos entre diferentes cuando todo eso parecía una quimera. Donde otros fracasaban, ella salía triunfante. Fue su sello.

No sabías bien el porqué ni el cómo de aquel temprano éxito, pero fue cierto que, desde muy al principio, su estrella empezó a brillar más que ninguna otra. Tenía luz propia y diferenciada en aquel firmamento de un gobierno adjetivado una y otra vez de socialcomunista, de bilduetarra, de disolvente. El gobierno era uno y ella parecía otra cosa, como si flotase en el ruido.

Las encuestas, si es que de algo sirven las encuestas, le sonreían una y otra vez, colocándola como las más valorada del gabinete, por encima incluso del mismo presidente Pedro Sánchez. Y hasta la fortuna (¿quién no necesita un golpe de suerte que todo lo cambie?) se le presentó con nombre de Alberto Casero, el estrambótico diputado del PP que erró al votar e hizo que su gran obra, la Reforma Laboral, no decayera. Y lo que iba a ser una traición y el final de su carrera política acabó lanzándola al estrellato. Y todo también y gracias a aquel guiño amable del destino.

Todo eso sucedió entonces… Pero ocurre que, de pronto, miras ahora al mismo personaje al trasluz de la vorágine de los días y las noches de incertidumbre que vivimos y ves como si estuviera cansada del papel que interpretó, como si la luz se hubiese velado. Y donde había aparente firmeza hay estrambote, gestos impostados, cambio de ropajes, de guion, de prisas por llegar. Y así, extrañamente, observas que pareciera que renegase del trabajo realizado, del mensaje claro y directo en el que el dato preciso era el mejor argumento, la mejor respuesta al insulto. Ahora ya no. Y no sabes muy bien por qué.

Yolanda Díaz en imagen de 2021. Fotografía de AntonMT29 (Fuente: Wikimedia).

Es como si a cada día que pasa estuviese en pelea por alejarse del personaje que fue, como si anduviese todo el tiempo chapoteando en las aguas empantanadas para intentar parecerse más su mentor, a Pablo Iglesias, menos a su propia memoria, para intentar salir en la foto del hoy dando empujones, abandonando su proverbial silencio y su actoral prudencia. Ahí está ahora Yolanda Díaz, extrañamente, envalentonada, furtiva, alejada del discurso social que amadrinó, que hizo que hasta gente que no era de su credo la respetase, la admirase, aunque fuese en secreto.

Pero ahora, rodeada de los suyos, quizás temerosa de los propios (Podemos e IU la miran con recelo y esperan), los que ella ha elegido para este viaje, una amalgama de egos y querencias, ha recuperado el vetusto y disolvente discurso territorial, identitario, diferenciador, con gestos que rompen puentes. Y en esa carrera alocada ha acercado peligrosa y enfáticamente su camino y sus pasos a Bruselas. Y así no es difícil pensar que algo extraño en ella ha emergido que la hace no ser ella. Que el 23J la ha cambiado. Que, como Iglesias, ella también tiene prisa, mucha prisa, para tocar el cielo, sin saber siquiera si hay o habrá cielo que conquistar.

Y eso lo ves muy claro cuando la miras sonreír compulsivamente, oferente, con gesto de casi pleitesía al prófugo de la Justicia de Waterloo, al capo que a punto estuvo de provocar un enfrentamiento civil en su propia tierra, Cataluña, un iluminado que ha esperado años el momento presente para cobrarse venganza.

Y ella aparece ahí, sobreactuada, personaje central en esa escena impúdica y doliente. Y entonces, sí, bajo esa última imagen proyectada desde la capital belga ves que Yolanda Díaz está abandonando al personaje que fue y que, claramente, ha decidido habitar, metafóricamente, ese otro espacio del Congreso de los Diputados de nombre tan poético, tan sonoro, tan rotundo, el Salón de los Pasos Perdidos, y donde los espíritus libres solo les queda esperar a que otros decidan por ellos.

Pepe López

Periodista.

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