Nos hemos ido acostumbrando a acogernos a las festividades que nos han llegado por ver si con su celebración íbamos a tener nuevas ocasiones para cambiar este mustio carácter que nos apesadumbra tanto y que pasa por el filtro del recordatorio de lo que estamos esperando que acabe como obligación: no necesitar para salir de una mascarilla para entrar en el mundo social sin personalidad alguna y como si no tuviéramos nada que decir. Y el caso es que también se ahogan las ideas pese a los muchos aconteceres y sucesos que últimamente nos sacuden porque las conductas sociales se cuelan por las ventanas que no hemos debido de dejar bien cerradas, y los virus que se nos han vuelto violentos e insensibles a nuestras peticiones angustiadas de socorro unidas a los deseos de levantar cabeza, coger aire y aliento, dar algún grito y salir de las cárceles en donde nos hemos cobijado o nos han puesto.
Damos gracias de nuevo porque se nos ha permitido superar con buena nota (el estar enteros) las clases del verano y empezar ya con nuevo vigor un nuevo curso al que sabemos que debemos insuflar ilusión para todo lo que hagamos y “para seguir viviendo” (como cantamos en el Resistiré). La fuerza que mueve al mundo es el amor, que lo cambia y revoluciona todo para contagiarnos con su aroma y con su correspondiente y ardiente perfume, fuerte y embriagador. Cuando una persona está así imbuida con su vocación y donación, es imparable, y mientras tanto transmite gran ilusión por la vía más alegre y entregada. También es conveniente recordar que la ilusión madura con el tiempo, pero no decrece, según los expertos, y que, incluso, se hace muy fuerte mientras va superando obstáculos (desalientos, dificultades, bajones de ánimo…). Y sabemos los dichos castellanos y otros aprendidos en cualquier parte, que vienen a decir lo mismo: que de muchos es empezar, pero de pocos es llegar. En esta vida vence el que es perseverante, y buena parte de tal vida es luchar. El papa Francisco dice que “convertirse es volver a ser fiel”, pues la fidelidad supone la actitud humana que no es tan común en la vida de las personas, en nuestras vidas, porque siempre hay ilusiones que atraen la atención y muchas veces queremos ir detrás de estas ilusiones. La fidelidad es una virtud necesaria en los buenos y en los malos tiempos”.
A veces, es importante combinar la ilusión que nace del celo ardiente con una paciencia a prueba de bomba. En esta época nuestra, en la que todo lo conseguimos enseguida, casi al instante y sin esperas, es muy importante que tengamos una guía para superar las dificultades que se nos presentan en la vida; un camino a seguir. Primero, reconociendo la realidad que nos envuelve, y luego buscando nosotros mismos la solución. Es el Obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, quien interviene para aclararnos estas situaciones, añadiendo un refrán mexicano que dice: “si quieres hacerle reír a Dios, cuéntale tus planes. En ti confío”. Pero es fácil perderse. Nos puede ocurrir (y así me lo cuenta un amigo) que nos entre un sentido de afán reformador, para ver si así las cosas pudieran estar más próximas a nuestras posibilidades. Suele ser un buen consejo el de ir a los momentos del principio de nuestro compromiso. Es que hay modos de hacer que vemos en nuestros tiempos como fuera de lugar; los modos y las formas de aplicación ya no cuadran hoy con el momento en que se impusieron, y no nos vemos metidos en faena de hace siglos ni en lugares donde no estuvimos ni dentro de la mente de cada época. ¡Y pensar que la ilusión por cambiar, por mejorar, por actualizar… la hemos tenido siempre como la tenemos aquí y ahora, pero no sabíamos cómo entrar en materia dialogando con nosotros mismos! Ciertos miedos –y no ciertas dudas- no nos dejan estar tranquilos, y estamos pidiendo cambios. ¡Ya, ya! Pero ahora resulta que tampoco sabemos pedir que cambien determinadas leyes que, bien pensado, no nos han gustado mucho ni hemos creído que resolverían las cosas. Y así nos cuesta ahora –pero mucho, mucho- volver a ilusionarnos. Habrá que volver a nacer.
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