Y aquí estoy, escribiendo solo otra vez.
Huele a mierda y ni siquiera es domingo.
He visto tortugas más dinámicas y sonrientes que la mayor parte de la gente que me cruzo a diario por la calle y no digamos de la otra. Rostros torcidos como cuando masticas limón en medio de la nieve y la niebla. Seres sin alma, sin espíritu, clonados a toneladas por la gigantesca y poco impoluta y aséptica industria de la sociedad. Yo estuve cerca de ser vampirizado, pero un golpe de suerte, que entonces no veía, acabó moviendo algunas piezas.
Nací, a qué negarlo, con algunas herencias. La miopía sin duda fue la más vista. Una mañana después de un concierto y algunos revolcones con mi novia, Lolita, y tras aterrizar en la terraza de la cafetería de mi buen amigo Feliciano, no pude leer la hermosa frase del sobre de azúcar y seguramente fue porque siempre tomo el café con brandy, pero aun así de repente no distinguía ni el vaso de zumo de naranja, ni la puerta y pensaba que mi querida Lola se había ido con otro a las primeras de cambio.
Treinta días en la cama, comiendo, cagando y «sueñando», palabra que seguramente no existe todavía, pero diferencia muy bien lo de soñar y lo de soñar. De un modo u otro todo eso me abrió los ojos a la reflexión y a la vuelta a la empresa una vez consumados tan solo tres meses de baja. No puedo decir que me recibieran con los jodidos brazos abiertos. Eso me provocó sacar del desván el viejo a la par que desvencijado y oxidado baúl de los recuerdos, hecho que evocó aquellos momentos entrañables cuando a bordo de un lápiz y un escuálido trozo de papel escribía mis breves relatos y artículos para el periódico del cole.
Un día, casi por arte de birlibirloque, el mundo laboral entró de sopetón en mi vida, como un elefante en una cacharrería, y casi nada quedó en pie, los jodidos y hermosos sueños tampoco. Hoy, muchos años después, me encuentro frente al propietario de la empresa y recuerdo las tardes enteras por Madrid, las salas de cine, los partidos de fútbol que jugué en alevines, en infantiles y lo cerca que estuvo fichar por el Hércules.
No tengo ni idea de lo que pasará mañana. La incertidumbre es como una mancha de aceite, como un río de lava que se cuela por todas las rendijas del alma, por todos los poros de la piel, pero prefiero volver a empezar y explorar otros caladeros. Hoy el día tiene sabor a chicle.
Al final le dije al empresario que se metiera su fortuna por el ojete y le estreché la mano, le dije buenas tardes y los mejores deseos para Navidad. Sí, todo ocurrió en Navidad y no sé muy bien si le dije todo eso en voz alta, o solo pensé que se lo decía.
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