Después de pasar semanas enclaustrada a consecuencia de la pandemia del coronavirus he vuelto a mi lugar de origen: la provincia de Valladolid, y más en concreto un pueblo de tierra de pinares. Los kilómetros se han convertido en testigos de mi viaje emocional. Avanzo kilómetros a la par que deshago nudos en mi memoria. Olores, los colores, sonidos… todo me transporta a otros años que habitan en mí como un patio de recreo al que volver.
La realidad me devuelve una tierra bien distinta a mi recuerdo. Están los pinos, las calles, los sonidos… el sol que abrasa la tierra y no da tregua hasta que cae. Está todo y a la vez falta todo porque ya nada es como en mi patio de recreo.
En mi cabeza hay una película de sábado tarde cuyos fotogramas no encuentro. Quizá un Delibes futurista hubiera podido adivinar el paseo de dos mujeres árabes hasta la ermita… o la boda del guaperas del pueblo con la pequeña mulata. Kilos de más y cultura de menos me estropean algún reencuentro. Y quizá yo misma soy una mala versión de aquella que un día corría en los trigales: libre, despreocupada, caprichosa, amada… pero lo cierto es que este volver reorganiza la secuencia y programa una nueva película de recuerdos que quizá quede de nuevo obsoleta en otro volver.
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