Hay palabras hermosas que reconfortan el alma y los sentidos y todos desearíamos que nos susurraran al oído poco antes de dormir, para que nuestros sueños alberguen esos sentimientos puros que nos tranquilizan y nos dan paz (*). Porque el murmullo de esas palabras hace que sintamos cómo nuestra respiración se va, poco a poco, serenando y nuestras bocas se entreabren para aspirar ese halo suave de ternura y luz que desprende el amor.
Todos nos sentimos niños desvalidos, a la deriva, arrastrados por el tumultuoso río de la vida y sólo deseamos que llegue esa mano salvadora, que nos agarre con fuerza y ponga a salvo, como Moisés fue salvado de las aguas por la hija del faraón y de ser un judío errante, se convirtió en hijo predilecto de reyes y cambió su vida, y la de la historia, para siempre.
Por amor estamos dispuestos a entregar todo nuestro equipaje, ofrecer toda nuestra vida, porque el amor puede surgir de un solo gesto que, en un momento crucial, cambia nuestro rumbo y sentimos que esa soledad que nos envolvía, ha desaparecido, de repente, y la frontera de la compasión se derrumba ante nosotros. Ya no tenemos que cargar a nuestras espaldas el peso metafísico de la vida, las preguntas encuentran sus respuesta, las dudas su certeza. Resulta que las piezas del puzle empiezan a encajar y todo se vuelve ligero y diáfano.
Sucede que el destino impone su ley y lo que parecía el fruto de la casualidad, resultado del encuentro más fortuito producido por el azar, se convierte en una evidencia real, en una certeza absoluta, que va a dar sentido a toda nuestra vida. Desde los tiempos más remotos, ya existía esa fuerza avasalladora que ha impulsado la inspiración de los poetas para que dieran forma a sentimientos que anidan en los corazones de los hombres y las mujeres, pero son ellos los que tienen la misión de transcribirlos para darlos vida en las palabras.
En el siglo VI a. de C. apareció la poesía lírica griega, esto es, la expresión de un sentimiento íntimo y personal que trata de plasmar las emociones subjetivas de los poetas. Se conservan pocos textos líricos de la poesía griega, pero dan un testimonio suficientemente claro para apreciar la belleza y la sensibilidad de estos poemas. Los primeros poemas líricos nos muestran la intimidad del poeta, ponen de manifiesto su yo más íntimo, dan a conocer sus amores y desamores, sus alegrías y sus angustias, es decir, su visión personal del mundo que le rodea. Estos poemas son cortos y de temas variados, con un lenguaje muy vivo y sencillo que llega directamente al pueblo.
En la mitología griega, Eros era el responsable del amor y de la atracción física, su equivalente romano era Cupido, también llamado Amor. Estos pequeños dioses llevan una venda en los ojos, para decirnos que el amor convierte en ciegos a quienes son tocados por su flecha. Si reflexionamos sobre las emociones que conlleva estar enamorados, para todos quienes lo prueban, es un licor que embriaga y arrastra a hacer las mayores locuras, y también las mayores heroicidades, pero una vida sin amor no merece la pena ser vivida.
Cuando el amor entra en el corazón te desarma, te produce los sentimientos más intensos, sensibles y puros que podamos experimentar. Definir el amor es una utopía, es ese motor que impulsa el mundo, como decía Dante Alighieri: «El amor todo lo mueve». Pero lo que debemos desear es que esa fuerza que nos da el amor nos mueva a hacer el bien, que sea salvífica y bienhechora, que sirva para construir y no para destruir. Para ello, tenemos que ser generosos y no buscar nuestro propio placer y acomodo.
Debemos comprender que el verdadero amor es donación y entrega a la persona amada. Para poder darnos completamente, tenemos que tener muy claros nuestros valores morales, que deben ser firmes y deben buscar en toda relación: la lealtad, el compromiso y la sinceridad.
Eros
Llegó un niño desvalido hasta mi puerta llevaba al hombro un carcaj con flechas, me pidió asilo y, ante su pobreza, abrí mi puerta y le mandé pasar. Yo vivía entregado a los placeres: a mi lira, mis poemas, mi florido jardín. En un descuido me tiró una flecha, fue tan dulce el impacto que apenas lo sentí. El tierno niño se calentó en mi lumbre, calmó su hambre y sació su sed, cuando el sol se hizo grana abandonó mi casa y, desde entonces, muriendo estoy de amor. ¡Oh, niño de la flecha emponzoñada que heriste mi corazón de desamor! Yo vivía feliz entre mis rosas y, desde ahora, tan solo con tocarlas me hieren sus espinas. Despierto me encuentro la mañana y la noche discurre en triste llanto. ¿Con qué veneno me embriagaste el corazón que para siempre quedé herido de amor?
Nota (*):
Este artículo se publicó en la revista Meer del 24 de octubre de 2022.
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Donación y entrega, lealtad, compromiso y sinceridad. Valores morales. En tu hermoso artículo hay todo un tratado del amor humano que acaso podría completarse con ejemplos de poetas del amor divino, como San Juan de la Cruz, Santa Teresa, Lope de Vega, Fray Luis de León… Saludos cordiales.
Muchas gracias Ramón por tu hermoso comentario , es un honor para mí que mis versos te recuerden a los grandes poetas clásicos.
Así es , el amor auténtico debe ser entrega y lealtad , sólo así perdurará
un abrazo