Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Haciendo amigos

Verano con quince años

Fotografía: Kimson Doan (Fuente: Unsplash)

Allí llegábamos tras los exámenes y desde la ciudad. Con 15 años nos atrevíamos a casi todo: salíamos de casa a las 9 y no volvíamos hasta 13 horas después, teníamos solo una Derbi Variant y una Vespino para los 12 de la pandilla y, aunque habíamos pasado fugazmente a dar un bocado o a parasitar algo de la cena de sobaquillo de nuestros padres, estos ni nos veían ni sabían nada de nosotros en todo el día, más bien en todo el verano.

Pimpollas y pimpollos nos dábamos los que creíamos eran primeros besos de amor, bailábamos lentas y descubríamos una parte del sexo, eso que nos regala la edad cuando nos quita todo lo bueno de la infancia, la inocencia, la ingenuidad, la protección*. Es el momento en el que tienes que pertenecer a un grupo que no es tu familia, un entorno donde tienes que ser aceptado como eres en un momento en el que no sabes bien ni como eres en realidad, pero que serás ya siempre así.

Tus amigos de entonces serán para siempre, o así debería ser, tus recuerdos siempre estarán contigo. No olvidarás el primer beso, el primer sí, el primer contacto, ni tampoco esas calabazas totaneras que te dio Conchita, ni la primera declaración de amor, el primer amor que se atrevió contigo, lo que te salió bien y lo que ya salió fatal, a los 15 no hay medias tintas.

Allí, a los 15 días de los quince años del verano, te entraba una especie de tedio, los gases… era la calma. La paz, el relax de nuestra estresante vida del cole de curas, la ciudad, la pandilla de Luceros, los exámenes de octavo de EGB y del deporte escolar. Descansábamos porque ya habíamos hecho todo lo que pensábamos que íbamos a hacer en todo el verano.

Fotografía: Jeremy Bishop (Fuente: Unsplash).

Era primeros de agosto y la madre de Marijose nos decía «el verano se acaba», y era verdad, ahora lo sabemos 40 veranos después. Todo pasa deprisa y es que el planeta va en el espacio a una velocidad de 30 kilómetros por segundo, algo más de 107.000 kilómetros por hora, vamos: «pa habernos matao».

El verano es tan necesario como la vida, todo lo descubres en verano, todo te lo pierdes en verano.

En el paraíso que era la Playa San Juan o la Coveta, los Calapiteras tuvimos la inmensa suerte de vivir la metamorfosis de gusanos a mariposas habiendo hecho, previamente, el capullo en guateques, pubs, discotecas (voy a recordar la olvidada Liberación Campello donde pasé buenos momentos y conocí a gente inolvidable de la que casi me he olvidado), fiestas y bailes. Todo ello con músicas que no eran todas iguales, que no hablaban todas de lo mismo y que al menos no parecían estar sacadas del mundo de la droga (lo digo de broma, pero en serio).

La BSO de nuestra vida fueron temas épicos, música de los ochenta que si la escuchas hoy parece de Mozart y no admite comparación con algunas de las actuales (me está quedando viejuno).

La pandilla de entonces nos reunimos de vez en cuando. Este año todavía no, nos conocemos demasiado para juntarnos y recordar y eso a veces no apetece, pero volveremos a vernos, lo que nos une es más fuerte de lo que creemos.

Calapiteranos de honor: ¡gloria al verano!

*Mi buen amigo Luis Colombo dice siempre que los dos placeres de la vida son el sexo y cobrar cheques con fondos.

PD: El caballero medieval, en su lecho de muerte, le confesó a sus hijos que el buen comer era el mayor placer, ya que los lances de la guerra terminan siendo tristes y en el yacer con mujeres el esfuerzo es grande, el placer efímero y la postura poco gallarda.


Pedro Picatoste

Empresario e historiador.

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