Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Opinión

Ventajas de la senectud para aprovechar el día como si fuera el último de tu vida

Imagen generada por Copilot, la IA de Microsoft Bing.

Caro ignoto (Querido desconocido):

A dondequiera que vuelvo la mirada, descubro indicios de mi vejez. He llegado a mi casa-chaletito, que hace cincuenta años terminábamos, allá en San Sofí, en aquellas montañas enfrente de Cullera y a cuatrocientos metros de altura, vislumbrando desde ella toda la rivera de ese marco esplendoroso mar Mediterráneo. Y descubro aquel edificio-casita que hace cincuenta años estrenábamos mi esposa y mis niños, entonces escolares, semirruinoso, con las paredes desconchadas, los jardines abandonados y resecos, los pinos de su entorno sin podar ni arreglar y un montón de hierbazal desatendidos.

El hombre del pueblo de al lado, que de vez en cuando cuida un poco de aquello, dice que no puede hacer más, que él ya también se va volviendo viejo…

Y mire usted, señor, esto lleva y necesita de mucho trabajo diario y continuo.

La casa-chaletito surgió de entre las manos de mi querido suegro, las de su querida hija, mi esposa, y las mías propias. Mi suegro y todos los seres queridos de nuestro entorno ya han desaparecido. Nuestros hijos se han hecho mayores y lo de la casa-chaletito campestre y rural ya ni es válido, ni se lleva, ni se puede llevar en las actuales situaciones socio-políticas y laborales circulantes, acordes con los presupuestos y dictados programados del dictado social para los años 2020-2030. 

Y te pregunto, maestro, ante la visión del destartalado panorama de mi casita, ¿qué porvenir me aguarda si tan descompuestos están unos sillares tan viejos como yo?… Y de una forma y manera impropia de mí, indignado con el hombre y amigo que atiende  aquello, aprovecho la primera ocasión para  desahogar mi enojo:

—Es evidente —le digo— que estos naranjos están desatendidos, que no tienen hojas. ¡Qué ramas tan nudosas y resecas! ¡qué troncos tan feos y rugosos! Esto no ocurriría si alguien cavase en derredor suyo y los regase.

Fotografía de FreepiK.

Él jura por mi genio que hace todo lo necesario sin descuidar la atención en ningún aspecto, pero que los naranjos tienen sus años. Que quede entre nosotros; yo los había plantado, yo había visto sus primeras hojas y había cogido sus primeras naranjas.

Paseando hasta la entrada del chaletito, acompañado de mi amigo-trabajador-guardián-casero, le pregunto, con voz más que suficiente para que se me oyera:

—¿Quién es ese de ahí enfrente, ese decrépito destinado con razón a hacer de portero? Porque ya está con los pies mirando hacia fuera. ¿De dónde y quién es esta persona que está a la puerta de la entrada, tumbado y medio dormitando?

El aludido, que oyó la pregunta que yo le hacía a mi acompañante,  respondió:

—¿Es que no me conoces? Soy Julito, a quien solías regalar libros de cuentos tantas veces cuando veníais más frecuentemente a pasar aquí algunas temporadas. Soy el hijo del granjero de unos chalets de más arriba. Acuérdese cuando de niño venía a jugar y a bañarme con sus hijos. «Éste», digo para mí, «delira completamente». ¿El nene se ha convertido también en mi gran amigo? Bien pudiera serlo: precisamente ahora que se le caen los dientes como a mí.

Este preámbulo lo debo a mi visita al chaletito de las montañas de San Sofí, que a la “vista”, que ya no la tengo, ha hecho que mi vejez se me haga patente adonde quiera que me dirijo. Démosle un abrazo y acariciémosla; está llena de encantos, con tal que sepamos servirnos de ella. La fruta es muy sabrosa cuando está terminando la cosecha. El final de la infancia ofrece el máximo atractivo. A los aficionados al vino les deleita la última copa, aquella que les pone en situación, que da el toque final a la embriaguez. La mayor dulzura que encierra todo placer se reserva para el final. Es gratísima la edad que ya declina, pero aún no se desploma, y pienso que aquella que se mantiene aferrada a la última teja tiene también su encanto; o mejor dicho, esto mismo es lo que ocupa el lugar de los placeres: no tener necesidad de ninguno. ¡Qué dulce resulta tener agotadas las pasiones y dejadas a un lado!

«Es penoso», objetas, «tener la muerte a la vista». En primer término, ella debe estar en la consideración tanto del viejo como del joven, pues no somos convocados a ella según el censo; además, nadie hay tan anciano como para no aguardar razonablemente un día más.

Ahora bien, un día es un peldaño en la vida. Toda la existencia consta de partes y presenta círculos mayores descritos alrededor de otros más pequeños. Hay uno que rodea y los envuelve a todos; éste comprende desde el nacimiento hasta el último día; hay otro que delimita los años de la adolescencia, otro que encierra en su ámbito toda la niñez. Luego, como unidad aparte, está el año que incluye en sí todas las estaciones de cuya multiplicación se compone la vida; al mes lo rodea un círculo más estrecho; la órbita más corta la describe el día; también ésta se extiende desde el principio al fin, desde el orto hasta el ocaso.

¡Continúa, maestro, te escuchamos! Y siguiendo la exposición que tú has iniciado, querido desconocido y amigo desde ahora, te tengo que poner algunos ejemplos de la vida que tuvieron algunas gentes de muchos conocidas.

Busto de Heráclito que se halla en la Sala de los filósofos en los Museos Capitolinos de Roma. Fotografía de Roy Fokker (Fuente: Wikimedia).

Así, por ejemplo, Heráclito, que se ganó el sobrenombre de «oscuro» por la «oscuridad» de su exposición, dijo: «Un día es igual a otro cualquiera», sentencia que cada cual interpretó de modo distinto. Hubo uno que dijo que era igual en cuanto a las horas y no se equivocó; porque si el día es el espacio de veinticuatro horas, es preciso que todos los días sean iguales entre sí, toda vez que la noche gana lo que el día perdió. Otro interpretó que un día era igual a todos por razón de semejanza, ya que el espacio de tiempo más prolongado nada contiene que no se halle en un solo día: claridad y noche; y en los cambios sucesivos de estación, la noche unas veces más corta, otras más larga, mantiene iguales los días. Así, pues, hay que organizar cada jornada como si cerrara la marcha y terminara y completara la vida.

Pacuvio, que se hizo dueño de Siria por derecho de uso, después de haber celebrado exequias en su honor con libaciones y banquetes fúnebres muy sonados, se hacía conducir de la cena a su aposento mientras en medio de los aplausos de sus favoritos se cantaba con acompañamiento de música: «la vida ha terminado, la vida ha terminado». Ningún día dejó de celebrar su propio entierro.

Esto mismo que él realizaba con mala conciencia, practiquémoslo nosotros con noble intención y en el momento de entregarnos al sueño digamos alegres y contentos: “He vivido, he consumado la carrera que me había asignado la fortuna”. Si Dios nos otorga además un mañana, recibámoslo con júbilo. Es muy feliz y dueño seguro de sí aquel que espera el mañana sin inquietud. Todo el que dice: «he vivido» al levantarse, recibe cada día una ganancia.

Pero debo ya terminar mi charla de estos momentos, así como la epístola que posteriormente te remitiré, o mejor dicho, te enviaré por correo electrónico. «¿Llegará a mí?», preguntas, «¿así, sin donativo alguno?». No temas, alguno lleva consigo. ¿Por qué he dicho alguno? ¡Alguno y de peso! ¿Qué sentencia, en efecto, hay más hermosa que ésta que le encomiendo a ella para que te la transmita a ti?: «Es un mal vivir en necesidad, pero no hay ninguna necesidad de vivir en necesidad». ¿Por qué ha de haberla? En todas direcciones se abren hacia la libertad muchos caminos cortos y expeditos. A Dios gracias que nadie pueda ser retenido en la vida: es lícito hollar las necesidades mismas.

«Epicuro lo ha dicho», me adviertes: «¿qué tienes tú que ver con un extraño?». Todo cuanto es verdad, me pertenece; continuaré en mi empeño de inculcarte a Epicuro, a fin de que esos que juran con la fórmula del maestro y consideran no lo que se dice, sino quién lo dice, sepan que las mejores cosas son patrimonio común.

(De la EPISTOLA 12-. Ventajas de la senectud. Aprovechar cada día como si fuera el último.

SENELOGSCRIPTOS-A24M5L2024)

Ángel Mota López

Licenciado en Medicina y Cirugía en 1969, por la Universidad de Valencia; diplomado en Sanidad Pública Nacional, Gerencia de Jefes de Servicio, Estudios Clínicos Controlados y RCP; titulado en Especialista en Medicina Interna y Especialista en Medicina Intensiva y Máster en Gestión y Dirección Hospitalaria.
He realizado docencia para posgraduados en la Unidad de Cuidados Intensivos entre 1982 y 1987 en el Hospital de Elche y en la facultad de Medicina de la Universidad de Alicante y he dirigido cursos de RCP y el I Curso de Medicina de Urgencias, entre otros. Además, he sido profesor del Máster de Urgencias de la Universidad de Alicante entre 1989 y 1992.
Fui jefe de sección de UCI en el Hospital General de Elche hasta 1993, año en que pasé a ser médico jefe de Servicio de UCI, siendo también miembro de la Junta Facultativa de dicho hospital y exdirector gerente-médico del Hospital General Universitario de Alicante y fundador de la Sociedad Medicina Intensiva del País Valenciano (SMI-PV).
Fui nombrado Hijo Predilecto de Pinarejo (Cuenca) en 1998 y Alicantino de Adopción en mayo de 2019. En junio de 2019, el Colegio de Médicos de Alicante me entregó un diploma conmemorativo por haber cumplido 50 años de profesión médica.

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  • Escribes como los ángeles; mejor que Heráclito, Pacuvio y Epicuro juntos. Eres grande; más que ángel, un arcángel.