Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

Vender el alma al diablo: la actualización del mito de Fausto

Si alguien piensa que puede vender su alma al diablo para poder obtener conocimiento y placeres terrenales, lamento decirle que no hay evidencia tangible o verificable de esta posibilidad. En primer lugar, tendríamos que creer firmemente en la existencia de estos seres maléficos capaces de cualquier cosa para adueñarse de nuestra esencia, de nuestro espíritu. Con todo, desde una perspectiva religiosa, se considera una idea herética en el cristianismo, el islam y el judaísmo, que advierten contra la adoración de poderes malignos y la renuncia de principios morales en favor de ganancias temporales. Es obvio que, en el momento actual, solo podemos entender esta expresión como una referencia simbólica que ha sido utilizada en la literatura, el arte y la cultura para abordar temas como la moralidad, la tentación, el pecado y la redención.

Su popularización radica en la versión más conocida de la obra teatral Fausto (1808-1832) de Johann Wolfgang von Goethe en la cual su protagonista es un hombre sabio insatisfecho por la limitación de su conocimiento y que nunca encuentra la felicidad. Frente a sus lamentos, aparece Mefistófeles, un demonio del folclore alemán, quien le anima a vender al diablo su alma a cambio de juventud hasta que muera. El camino que recorren juntos acabará con la muerte en una avanzada edad de Fausto. Una felicidad teórica y longevidad evidente que no conseguirá los objetivos inicialmente previstos, pero que representará el triunfo del diablo sobre el ser humano. Con todas sus dudas, ¿qué llevó al protagonista del escritor alemán a tremenda tentación? Más allá de la obtención de los placeres mundanos, la percepción de los límites del saber humano le llevó a abrir esa puerta desconocida, a arriesgar su propia integridad, para conseguir aquello que la especie humana siempre ha deseado: la sabiduría frente a la realidad infinita de nuestro mundo.

Una metáfora, pues, de nuestra especie que trata la codicia y la voluntad de exclusividad de unos humanos que, para conseguir sus objetivos, son capaces de cualquier acción, aunque sea de incierta resolución. ¿Puede nuestra ansia por obtener unos beneficios o conocimiento llevarnos al borde del precipicio? Es obvio que este tema ha interesado a artistas e intelectuales de todos los tiempos. Más allá de Goethe que lo popularizó, el compositor francés Charles Gounod lo recreó en su ópera con el mismo título unas décadas después; ya en el siglo XX, el escritor también alemán Thomas Mann publicó Doktor Faustus (1947) con un tratamiento similar de la historia donde un músico ofrece su alma al diablo para superarse en su arte, paralela a la sumisión intelectual y cultural de Alemania al nacionalsocialismo. Poco después, de manera más cercana a nuestra cultura, el escritor mallorquín Llorenç Villalonga, construía su peculiar visión del mito en la excelente novela Bearn (1961) con un representante de la última generación de su familia atraído por la tentación de su sobrina, donya Xima. Incluso en los años setenta, la cantante francesa Amanda Lear dedicó la canción Sweet revenge al personaje que da nombre al mito: «Faust was right, have no regrets. Give me your soul, I’ll give you life and all the things you want to get» (*). El éxito de la historia de Fausto ha servido para entender la fuerza de la tentación de cometer cualquier acto para conseguir fácilmente lo que la limitación de las facultades humanas impide.

Más allá de la recreación de la metáfora del personaje extendido en nuestras artes, frente a la actuación de figuras políticas de la época contemporánea, podemos observar cómo personajes con un ego desmedido, marcado por una especie de mesianismo, han engañado a su entorno, han traicionado a su entorno, para obtener unos beneficios que no van más allá de la esfera personal. Por una parte, el uso de su posición para obtener beneficios personales o para favorecer a amigos y aliados a expensas del bienestar público provoca la traición de sus ideales, supuestamente construidos para el beneficio de toda la población. Una concreción de la corrupción construida a partir de tácticas manipuladoras como la difusión de la desinformación, el fomento del miedo o la división de la población, con el fin de obtener ventaja política. Se cierran acuerdos estratégicos de espaldas al público o que socavan los intereses de la sociedad en beneficio de unos pocos, provocando el deterioro del sistema democrático que los ha llevado al poder. Ejemplos en la historia contemporánea tenemos muchos, no hace falta que marquemos alguno de los más destacados. Unas figuras que, si hiciéramos una aplicación directa del mito de Fausto, desplazarían la fortaleza del sentido originario. La recreación de Mefistófeles se concretaría en los falsos asesores que encierran a sus líderes en sus palacios de oro donde les impiden conocer la realidad del exterior y que condicionan cualquier decisión, aislados de los puntos de contraste necesarios para la ejecución correcta de unas políticas beneficiosas para la mayoría.

Seguimos vendiendo nuestra alma al diablo sin reconocer nuestra auténtica falta. Cada ser humano tiene que ser consciente de sus virtudes y de sus defectos; aceptemos nuestras limitaciones y actuemos según nuestras cualidades. De esta manera, sin recurrir a falsos consejeros ni desastrosos aduladores, podremos encontrar nuestro campo de acción. Mejoraremos nuestro entorno con la aceptación de las críticas y la revisión correcta de nuestro comportamiento. Así, evitaremos perpetuaciones innecesarias en los mandatos de algunos cargos dejando paso a una nueva generación de líderes preparados que no sucumban frente a la tentación de vender su alma al diablo, por muy atractiva que sea su figura. Tomemos nota.


(*) «Fausto tenía razón, no te arrepientas. Dame tu alma, te daré la vida y todas las cosas que quieras conseguir».

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

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