Miquel de Unamuno es más que cine. Pero el cine tiene la virtud, cuando comparece en producciones convenientemente promocionadas, de devolver a la actualidad hechos o personajes pasados. Amenábar ha rescatado al intelectual bilbaíno y ha conseguido agitarlo de nuevo en la retórica de vencedores y vencidos, que tanto lamentó el escritor. Aunque los hechos de la película Mientras dure la guerra tuvieron lugar en los últimos meses de 1936, en una Salamanca ocupada por los nacionales en la guerra civil, no hay que olvidar que él ya había insertado en En torno al casticismo, la colección de ensayos que publicó en 1895 en la revista La España moderna, una conclusión contundente: “Tenemos tan deformado el cerebro que no concebimos más que ser o amo o esclavo, o vencedor o vencido”.
La recreación del tramo final de su vida en la ciudad de cuya Universidad era catedrático y fue tres veces rector, en unos momentos en que sufrió la destitución del gobierno republicano para ser repuesto por los nacionales y nuevamente apartado del cargo tras pronunciar su «vencer no es convencer» en el paraninfo universitario ante un auditorio de militares y seguidores franquistas el Día de la Raza, es el eje de la película, naturalmente con un argumento más dilatado para comprender el momento. El acto, del que no quedaron textos escritos y sí anotaciones y testimonios cruzados, permitió a Millán Astray, fundador de la Legión, alzar la voz para desear la muerte a los intelectuales en presencia de la mismísima Carmen Polo que como esposa de Franco, a quien oficialmente representaba el rector, acompañó a Unamuno para que saliera ileso del tumulto.
Luciano G. Egido ya publicó un pormenorizado relato de los hechos vividos por el escritor en Salamanca desde julio a diciembre de 1936 en su libro Agonizar en Salamanca. El sentimiento del propio Unamuno también se conoce por sus últimas cartas, cuando se sentía prisionero en casa. Crítico con la orientación que había tomado la República, con cuyo advenimiento se había identificado, fue comprensivo después con el alzamiento nacional creyendo que éste llegaba para corregir el régimen sin percibir que venía a sustituirlo. Del “vencer no es convencer” pronunciado sorpresivamente el 12 de octubre al día de su muerte el 31 de diciembre pasaron por tanto poco más de dos meses y medio, pero desde el alzamiento militar habían pasado casi seis meses en los que protagonizó una más de sus contradicciones.
Un compañero de generación como Azorín resumía sobre él ese carácter en una carta de 1964. «Unamuno es múltiple y contradictorio», decía a su corresponsal. «Desde 1895 -en que nos carteamos- he conocido diez o doce Unamunos». De un Coloquio internacional sobre Azorín en la Universidad de Pau en abril de 1992 guardo precisamente un recuerdo unamuniano. El profesor Laureano Robles, catedrático de la Universidad de Salamanca que acababa de editar los dos volúmenes del Epistolario inédito de Unamuno, lanzado por Espasa Calpe, me hablaba en un paseo por la ciudad francesa del nuevo corpus de cartas publicadas, abriéndome el interés. No las leí hasta regresar a Alicante, y ya entonces me llamaron la atención las misivas postreras: tristes, salpicadas de desencanto, de pesimismo -«esta guerra no acabará en paz»-, redactadas bajo el efecto de entender que el humanismo estaba abatido por culpa de ambos bandos.
Su situación era ya la de alguien excluido. «He decidido no salir ya de casa desde que me he percatado de que el pobrecito policía esclavo que me sigue -a respetable distancia- a todas partes es para que no escape -no sé a dónde- y así se me retenga en este disfrazado encarcelamiento como rehén no sé de qué ni porqué ni para qué», informaba a Esteban Madruga el 23 de noviembre. Y no mucho después, el 1 de diciembre, le enviaba una carta a Quintín de Torre, una completa declaración sobre las consecuencias sufridas por su actitud. «Aunque me adherí al movimiento militar no renuncié a mi deber -no ya derecho- de libre crítica y después de haber sido restituido -y con elogio- a mi rectorado por el gobierno de Burgos, rectorado del que me destituyó el de Madrid, en una fiesta universitaria que presidí, con la representación del general Franco, dije toda la verdad, que vencer no es convencer ni conquistar es convertir, que no se oyen sino voces de odio y ninguna compasión. Hubiera usted oído aullar a esos dementes de falangistas azuzados por ese grotesco y loco histrión que es Millán Astray. Resolución: que se me destituyó del rectorado y se me tiene en rehén». Algunas de estas líneas, como las de su reclusión doméstica, resuenan en la película de Amenábar. Las otras en cambio eran una constatación penosa de que la retórica de vencedores y vencidos seguía vigente.
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