Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

«Una sociedad injusta» (palabra de Platón)

Platón, según Raphael. Fresco en la Stanza della Segnatura, Palazzi Pontifici, Vaticano (Fuente: Wikimedia).

¿Por qué tenemos la sensación de vivir en una sociedad injusta? ¿Pueden los medios de comunicación alimentar este sentimiento a través del relato de la actualidad? ¿Es una exageración o reducción simple de la percepción de que la vida o nuestro entorno no nos trata como desearíamos? Determinar el grado de justicia o no de una situación concreta es una tarea difícil. A menudo nos dejamos llevar por la subjetividad y nos rebelamos contra aquello que no es acorde a nuestro punto de vista. Denostamos a quien piensa diferente o no coincide con nuestra opinión. Intentamos soslayar sus argumentos para intentar imponer una manera de ver la realidad que no siempre coincide con el contrario. Si ejercemos algún tipo de liderazgo, exigimos confianza y una fe ciega en nosotros que destruye cualquier tipo de divergencia o de contraposición de ideas. Por ese motivo, como una especie de mantra que se repite a lo largo de la historia de la humanidad, el filósofo Platón exponía en La República, concretamente en el libro II, cuando Glaucón presenta una discusión sobre la naturaleza de la justicia y de la injusticia, la sentencia siguiente: “La mayor injusticia es parecer justo sin serlo”.

Podemos entender del anterior razonamiento cómo muchas personas parecen justas solo porque temen las consecuencias de ser injustas. Así, describe cómo alguien que realmente es injusto puede beneficiarse más si logra una apariencia de justicia. De esta manera, consigue ser un referente en su entorno y aglutinar una mayoría que le sigue a pies juntillas, sin poner en duda sus actuaciones. Todo ello dentro de la alegoría del anillo de Giges que Platón presenta en su libro en el marco de una conversación entre Sócrates y Glaucón, donde cuestiona si los humanos somos justos por convicción o simplemente por temor a las consecuencias de ser injustos. Queda claro, pues, que los injustos, porque actúan en beneficio propio, simulan obrar con ponderación y falso equilibrio para simular una acción correcta. Cierto es que, con el tiempo, las falsedades se acaban conociendo, bien por los hechos, bien por sentencia si se recurre a la administración externa de la justicia, pero durante ese periodo quienes han obrado erróneamente han conseguido su objetivo de llevar adelante su decisión, aunque vaya en perjuicio del resto. Estamos en el caso de los llamados los salvapatrias, aquellas figuras que se presentan como la solución definitiva a los problemas de una sociedad. Un término que, aunque suele tener una connotación negativa o ambigua, implica una promesa de redención y acaba recibiendo en muchas ocasiones el apoyo mayoritario. Un concepto que puede asociarse con el populismo, el autoritarismo o la imposición de medidas extremas que no provocan los efectos deseados por los mismos que acaban apoyándolos. Con su discurso plagado de incoherencias y de verdades a medias, acaban pidiendo un apoyo masivo contando con encender las emociones y sentimientos más irracionales.

La percepción de que vivimos en una sociedad injusta nace, por lo tanto, de múltiples factores relacionados con nuestra experiencia individual. Desde la disparidad económica y central que observamos, a las falsas promesas de igualdad y de justicia cuando estas no se cumplen, sentimos una desconexión que interpretamos como injusticia. En un mundo globalizado y digital, somos testigos inmediatos de las desigualdades en todo el mundo, amplificadas por los medios de comunicación y las redes sociales. Al mismo tiempo, debemos tener en cuenta la tendencia de los seres humanos a enfocarnos más en las experiencias negativas que en las positivas, con lo que los casos de injusticia, aunque no sean mayoritarios, dejan una impresión más duradera. Por otra parte, la organización de nuestra sociedad en sistemas jerárquicos como el capitalismo, el patriarcado o el racismo, acaba perpetuando unos privilegios para unos y la discriminación para otros.

Como seres humanos, anhelamos un mundo perfecto y equitativo. La realidad de la sociedad es otra: este es el origen de nuestras frustraciones. Si añadimos la falta de autoestima o la percepción de un trato injusto a nuestra buena predisposición a actuar en beneficio del resto, esta sensación se incrementa. Hemos intentado ser igualitarios en nuestro afecto y en nuestra consideración al resto; por el contrario, nos encontramos con un silencio frente a nuestras atenciones, un olvido que puede provocar la desazón del día a día y, con ella, la desconexión con la realidad. Apartarse y quedarse al margen no es una buena opción, acaba pasando factura. Si nos sentimos tratados con injusticia por nuestras acciones, conseguiremos obtener un triunfo cuando asumamos que es un problema del resto. Quienes hemos sido desinteresados con nuestras acciones y hemos obrado con respeto y afecto a nuestro entorno, aunque nos acusen de lo contrario, debemos aceptar que nos hemos movido en una sociedad injusta que perderá la ocasión de tenernos en su círculo de relación. Tal vez habíamos idealizado el mundo externo que divisábamos desde el interior de nuestra caverna, si seguimos la metáfora de Platón. No nos resignemos, pues, a hacer realidad el mundo de ideales que se extiende más allá de nuestra visión. Por el camino nos encontraremos sin ninguna duda personas justas que sepan entender nuestro punto de vista. No nos resignemos, luchemos por ello.

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

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  • Me uno a la lucha por los ideales de Sócrates y Platón, consciente de que vamos a fracasar. Si morimos como Sócrates, al menos caeremos con honra. Saludo cordial.