Se nos ha muerto Inmaculada, mi mujer, mi compañera durante 57 años que, en los últimos quince luchó contra un cáncer de pulmón, una fístula bronquial y un cáncer de esófago. Este artículo es un canto a su vida de esposa y madre ejemplar, pero también una elegía para tantas mujeres y tantos hombres como dejan solos a sus seres queridos sobre todo en estos tiempos de cruel pandemia que hacen más doloroso el tránsito a la otra vida sin el consuelo cercano de muchos familiares y amigos. Me gustaría concentrar todos los nombres en uno que fue amigo de alma suyo y mío, Juan Francisco Sardaña, el excelente periodista recién fallecido.
Alicantina de adopción y segoviana de nacimiento, mi mujer fue tan maravillosa como los dos ríos, el Eresma y el Clamores, que rodean la vieja ciudad segoviana y se encuentran cerca del altivo alcázar que habitaron los Reyes Católicos, contemporáneos de Jorge Manrique, el poeta militar que ayudó a Isabel a ser reina de Castilla frente a la pretendiente y sobrina suya Juana la Beltraneja, poeta que escribió la más famosa elegía de la historia a la muerte de su padre, esa pieza genial que contiene entre otros versos los tan conocidos “nuestras vidas son los ríos/que van a dar a la mar;/ que es el morir;/ allá van los señoríos/ a se acabar e consumir… Allí los ríos caudales/ allí los otros medianos/ y más chicos;/ y llegados son iguales/ los que viven por sus manos/ y los ricos”. (El padre de Manrique, don Rodrigo, además de otros títulos nobiliarios tuvo el de Gran Maestre de la Orden de Santiago).
No sabría cantar mejor a los que mueren tras una vida ejemplar que como lo hizo Manrique, quien pone como ejemplo a Jesús:
“A Aquél solo me encomiendo, Aquél solo invoco yo de verdad, que en este mundo viviendo el mundo no conoció su deidad”...
Mi esposa tenía claro, como el poeta:
“Este mundo es el camino para el otro, que es morada sin pesar mas cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar... Partimos cuando nacemos; andamos mientras vivimos y llegamos al tiempo que fenecemos; así que cuando morimos descansamos”.
Estamos en un lugar de paso y, como Santa Teresa de Jesús, nos lo recuerda el poeta:
“Este mundo bueno fue si bien usásemos dél como debemos, porque, según nuestra fe, es para ganar aquel que atendemos. Y aún aquel Hijo de Dios, para subirnos al cielo, descendió a nacer acá entre nos y a vivir en este suelo do murió”.
Para terminar recordando la vida y muerte de mi esposa y de todos los difuntos cantemos con Manrique, con lágrimas de gozo, pensando en el Salvador:
“Dio el alma a quien se la dio, el cual la ponga en el cielo y en su gloria. Y aunque la vida perdió dejónos harto consuelo su memoria”.
Ramon, tocayo, te acompaño en el sentimiento, que en paz descanse Inmaculada.
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Querido Ramón, mi más sentido pésame por el fallecimiento de tu mujer…, y si ya cualquier muerte es siempre dolorosa, mucho más en tiempos como éstos de tanta distancia y extrañamiento que lo hace todo como más distante y silencioso. ¡¡Y hermosas palabras de despedida las tuyas!! Un abrazo, compañero y DEP Inmaculada.
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Hola Ramón, mi más emocionado sentimiento de solidaridad a toda tu familia en este momento tan doloroso. Aunque la vida nos ha separado mucho, hoy me siento muy cerca de vosotros. Se me agolpan felices recuerdos de infancia. Mi prima Adita, siempre la recordaré con cariño. Y a su hermano Nano, fallecido dos días antes. Que triste como van desapareciendo nuestras más entrañables referencias. Un abrazo muy grande a todos. Con cariño en la distancia.
Tano
Gracias, Tano. Un fuerte abrazo y que te vaya muy bien en tu vida, pese a estos tiempos tan turbulentos y no sólo por el coronavirus. Ramón
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