Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

Una llamada poco inteligente

Fotografía de Stocking (Fuente: Freepik).

Dicen los que saben de esto que la IA (inteligencia artificial) ha venido para reinar entre nosotros como nada ni nadie lo había hecho antes. Que habrá un antes y un después. Que la inteligencia artificial nos va a cambiar la vida hasta el punto que será el cordón umbilical que nos una con un nuevo estado de felicidad. Que nada, economía, política, cultura, ocio, relaciones personales… escaparán de su radar. Seguramente lleven razón.

Mientras eso sucede, mientras la IA nos prepara para la nueva vida, la escena fue más o menos esta. Días atrás una cuestión doméstica me obligó a tener que llamar a un número de teléfono de una compañía de seguros de hogar. Número normal, nada raro, empezaba por 91, el prefijo de Madrid creo. Tras los pitidos de rigor—en eso todo sigue igual— me responde una voz neutra, metálica, robótica, de IA de primer nivel, de esas que ni sufren ni padecen, que están ahí para cumplir el protocolo y ahorrar salarios, costes lo llaman ellos. De forma metódica me va pidiendo una serie de datos que yo maquinalmente voy ofreciendo como un autómata más, para —se supone— abrir el expediente y derivarme al departamento adecuado, de los de antes y con inteligencia natural. Todo, eso sí, sin frío ni calor. Sin pasión.

Para superar esta primera fase tuve que repetir la operación un par o tres de veces —pelillos a la mar— pues siempre había un final imprevisto, un corte de señal, un silencio incómodo, un ni palante ni patrás. Pero, bueno, en 3-4 minutos prueba superada. Pasamos a la fase II. Al otro lado del hilo telefónico (lo del hilo es una licencia, me entiendan) me responde una voz de mujer con un ligero acento extranjero, pero al tiempo como irreconocible, como sin geografía ni patria reconocible. Lo de mujer, aclaro, fue solo una impresión pues podría no ser; lo del acento extranjero era como más inclasificable, como venido de otro planeta, otra galaxia, casi irreconocible.

La voz, en apariencia humana, eso pensaba yo aún, y tras un saludo ni frío ni caliente, me vuelve a pedir, ordenada y racionalmente, todos los datos. Nombre, DNI, número de póliza, teléfono de contacto, razones de la llamada… Vamos, más o menos los mismos datos que acababa de ofrecer a la voz IA del principio, ahora con la apostilla de “comprobar su identidad”. Cada nuevo paso se convierte en una montaña rusa de emociones. De modo que hay que repetir la operación, hay que repetir el nombre. ¿Ha dicho López?, sí, López. Algo raro empiezo a vislumbrar y noto que un ligero sudor empieza a recorrerme levemente el cuerpo, como si hubiese entrado en otra dimensión.

Pasan los minutos y el sonido (el de mujer, con aquel deje de habla extranjera pero inclasificable) va como empeorando, hasta que llegamos ¡por fin! al número de teléfono. …¿Ha dicho …0896…? No —le respondo— …0796… ¿Ha dicho?… Aquello deriva en un absurdo de preguntas y respuestas que no lleva a ningún lado, como si la voz hubiese perdido la cordura y yo estuviese a punto de perderla. Se lo tuve que repetir —el número de teléfono— no menos de 4-5 veces para lograr llegar a las nueve cifras, porque siempre había algún número que bailaba, algo que aquel extraño ser venido del otro lado no acababa de ser capaz de entender, o quizás fuera yo, quién sabe… Eso sí, mientras aumentaba mi desasosiego e impaciencia, la voz permanecía sin alteración alguna. El mismo sonido metálico del principio, el mismo tono litúrgico propio de quien está por encima del bien y del mal.

Íbamos ya por el minuto 19 de charla y sin que aquello tuviera visos de derivar en una conversación con sentido, sobre todo con propósito. Y de pronto, en medio de un arrebato entre cabreado y con una punzada de ira por mi parte —lo reconozco— le aboco a la voz, o a la persona, a quien estuviese al otro lado: Perdone, ¿pero usted es una persona real o estoy hablando con una máquina, con algún tipo de robot, porque no entiendo lo que está pasando aquí? Silencio. Mi cabreo no tiene respuesta humana. Ni tampoco de la IA.

Vuelvo a preguntar a no se sabe bien qué. Más silencio. Veo que los segundos, los minutos, van pasando en este absurdo intento de abrir un siniestro en una compañía de seguros… Espero, pero al otro lado sigue sin haber respuesta. La voz se ha apagado del todo, la llamada curiosamente no se corta, vamos por 21 minutos. Menos mal que era gratis, eso pienso. Al final, cansado, confundido, sin explicación alguna, sin saber con quién o con qué había estado hablando, pensando si el que estaba delirando era yo, decido colgar. Se acabó.

Cuando logro recuperar la calma recuerdo que (¡aún!) aún tenía un agente de seguros, de esos de antes de la IA, de carne y hueso. De los que sienten y padecen. Le llamo y le cuento lo que me acaba de suceder. En dos minutos recibo la respuesta: “¡Hecho! Siniestro abierto”.

Dicen, nos cuentan, que la IA es el futuro. Que nada de nuestra vida quedará al margen, que nuestros deseos se harán realidad sin mover un dedo, que el mundo del futuro girará alrededor de este nuevo dios. Todo eso dicen quienes saben. Pero, mientras tanto, lo que intentan, para lo que trabajan, es para que al otro lado deje de haber agentes de seguro que resuelven nuestros problemas. Y entonces, efectivamente, ya nada será igual. Seguramente lo artificial y prescindible seremos nosotros. Cada uno de nosotros. Si es que no lo somos ya.

Pepe López

Periodista.

Comentar

Click here to post a comment