Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

Una izquierda demediada

Yolanda Díaz anuncia su dimisión como presidenta de Sumar (Fuente: canal de YouTube de "El País").

Reconocer los límites de cada uno puede ser el principio del éxito. Saber que puedes ser bueno en un ámbito, ante un determinado reto, pero que en otro campo, en cambio, tus habilidades pueden estar condenadas al fracaso, es, seguramente, signo de inteligencia. De madurez. En la vida, también en la política.

Ser (o parecer) una buena ministra no es necesariamente, como ha quedado demostrado una vez más, garantía de éxito cuando se trata de ser una buena lideresa política en el ámbito de la izquierda. Yolanda Díaz cimentó su meteórica carrera política nacional en la exitosa gestión de su parcela ministerial de Trabajo durante los duros tiempos de la pandemia.

Allí, en aquella esquina de un gobierno acosado por todas las plagas de Egipto, golpeado por una cadena de desgracias, cosiendo pactos y hablando un lenguaje que muchos entendían, logró el reconocimiento de muchos, no solo de los más cercanos. Pero su salto al liderazgo político a través de ese instrumento político tan extraño, tan difícil de definir y tan complicado de entender, incluso para sus propios creadores, como ha sido Sumar, se ha demostrado como otro gran fiasco de la izquierda a la izquierda. Otro más. Ahora, ya solo parece faltar la decisión de la fecha de su entierro. A ser posible sin estridencias. Sin más daño que el daño ya causado.

En cambio, y por contraste, su padrino y mentor, Pablo Iglesias, quizás sí supo ejercer un liderazgo político durante el largo periodo que siguió al 15M. Y en ese preciso ejercicio de liderazgo, Iglesias y quienes le seguían fueron creciendo hasta la moción de censura que les abrió las puertas del Gobierno, aunque luego el líder de Podemos tampoco supiera muy bien qué hacer con todo aquel poder acumulado en tan poco tiempo.

Aunar ambos lados, ambas capacidades —liderazgo y gestión—, no debe ser seguramente tarea fácil. Bien que por diversas razones, no lo ha sido en el caso de ambos. Uno —Iglesias— ya está lejos de la primera línea política, y a Yolanda Díaz le espera un duro camino y un difícil tránsito, que raramente puede acabar teniendo un final que no sea el de dar un paso al lado mucho mayor del que ahora acaba de dar.

Pablo Iglesias empezó a perder parte de sus poderes mágicos justo el día que asumió la vicepresidencia y se dio de bruces con la realidad de lo que era gobernar. Lo mismo, pero justo al revés, parece le ha sucedido a su sucesora. Que su prestigio ha ido decreciendo en el largo proceso de escucha para construir un liderazgo que, parece, aún continúa. La escucha, no el liderazgo.

En la novela El vizconde demediado (Ítalo Calvino, 1952) el escritor italiano nos narra las aventuras de un personaje partido materialmente en dos por la acción de una bala de cañón en el campo de batalla y cuyo devenir nos puede servir de ejemplo y metáfora. Tras aquel fantástico suceso, ambas partes, procedentes del mismo cuerpo, quedan condenadas a vivir por separado, una de ellas supuestamente haciendo y procurando el bien (Buono), la otra (Bruno) encarnando y procurando el mal. Así parece, una vez más, andar la izquierda de la izquierda. Como el vizconde de Ítalo Calvino. Partida y algo (o bastante) demediada a cada nueva batalla. Incapaz de aunar sus diversas almas.

Justo al día siguiente del enésimo batacazo electoral de la marca Sumar, un reconocido y habitual tertuliano de una cadena de radio nacional, seguramente votante de ese espacio electoral, trataba de explicar lo ocurrido el 9J: quizás –vino a decir— el tradicional problema del espacio político a la izquierda del PSOE no es el efímero galimatías de siglas de quita y pon, los proyectos personalistas que van y vienen, los identitarismos y localismos que, una y otra vez, embadurnan y oscurecen sus mensajes hasta hacerlos irreconocibles para sus propios votantes, acotando territorios, defendiendo reinos de taifas, sino que muy posiblemente —insistía— su gran problema tiene mucho más que ver con la incapacidad de articular políticas que den respuestas a los grandes problemas de la gente corriente. Él, a modo de ejemplo, propuso dos: trabajo y vivienda.

¿Qué soluciones reales, no solo programáticas, no propagandísticas —cabría preguntarse— ofrece esta izquierda política a la realidad de un trabajo que ya no garantiza una vida digna y al hecho empírico de que la vivienda es, en demasiadas, ocasiones un sueño imposible en las grandes ciudades para quienes tienen menos de cuarenta años? Si somos benévolos con la respuesta veremos que, más allá del maquillaje y la cosmética, ambos campos siguen casi en barbecho tras cinco años de gobiernos de izquierdas.

Un dato. Si, tras años de gobiernos de izquierda, tras señales macroeconómicas que nos dicen que la economía del país va como un cohete (Sánchez dixit), aún podemos leer (datos de Eurostat de la pasada semana) titulares de esta guisa, es que algo no va jodidamente bien: España es el tercer país de la UE con más población en riesgo de pobreza y exclusión social. Para nuestro consuelo los otros dos países que están peor son Rumania y Bulgaria.

En la novela de Calvino y tras varias peripecias, incluida la del amor por una misma mujer, el cirujano de palacio de la época logra rejuntar la dos partes separadas del vizconde y procura así que donde había dos vuelva a haber una, que regrese la felicidad y la tranquilidad al propio palacio. No parece que aquí exista cirujano capaz de unir lo que durante tanto tiempo y con tanta contumacia anda partido y tantas veces ha sido demediado. Seguramente es su sino. Vagar y vagar como parte de un mismo cuerpo, incapaces de aunar liderazgo y gestión, de enfrentar los problemas de la gente corriente más allá de la pancarta y del eslogan. De aceptar que hay cuestiones urgentes y otras que pueden (y deben) esperar. Ejemplo de las primeras, el trabajo y la vivienda. Esas cosas tan poco cool. Y ya de paso, reconocer los propios límites.

Pepe López

Periodista.

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