El panorama europeo después del brexit no es que sea muy alentador. El auge de los nacionalismos amenaza con, por lo menos, ralentizar el proyecto de «más Europa» en el que parecíamos embarcados a velocidad de crucero. El propio brexit, los ataques de chauvinismo de la derecha y la extrema derecha en Francia, las importantes subidas electorales de este tipo de partidos en Alemania, países nórdicos, la zona más inglesa de Gran Bretaña o la misma Austria, donde el candidato de la ultraderecha vuelve a disputar la presidencia del país, todo ello puede ser síntoma de que el proyecto de los Estados Unidos de Europa se puede ralentizar, parar e -incluso- fragmentar.
Mientras tanto, el poderoso amigo americano se apresta a elegir sucesor al frente del imperio global. Una ex-primera dama, de talante progresista (para lo que se estila por allí) y que conoce el paño de la politica sobradamente, se enfrenta a un tipo radical, machista, fanfarrón y exacerbadamente nacionalista.
Tanto Trump como sus afines de la ultraderecha europea se presentan como «salvadores» y «regeneradores» de una sociedad corrompida por el libertinaje. Y están encontrando un fantástico caldo de cultivo en el que macerar sus ambiciones, sustentado en elementos. La inseguridad económica de grandes segmentos de la población ante una crisis económica que nunca termina (es en estos caladeros de clase media trabajadora donde mayormente «pescan» ). Una cierta inseguridad social ante la pérdida de derechos y prestaciones adquiridas en el estado del bienestar. Y, finalmente, la inseguridad personal ante el aumento de las acciones terroristas en las ciudades que forman el corazón de Occidente.
En similares situaciones, a lo largo del tiempo, hemos asistido a un proceso de auge radical en las formaciones políticas más conservadoras, de donde surgía el «caudillo» de turno. En otros momentos de la historia eran «salvapatrias», ahora queda más moderno referirse a estos individuos como «líderes fuertes» (Putin, Erdogan, el propio Trump…,por citar algunos que conviven en sistemas parlamentarios de partidos políticos).
Y ojo con Trump. Cuando empezamos a saber quien era parecía otro multimillonario fanfarrón. Cuando anunció su entrada en la arena política veíamos a un político estrafalario con propuestas, unas veces pintorescas e indignantes las más. Hoy es
el elegido del Partido Republicano para disputar en noviembre la Casa Blanca a Hillary Clinton, candidata que es toda una novedad pues sería la primera mujer en dirigir el imperio global.
Pero volvamos al promotor inmobiliario. Su candidatura ya es claro síntoma de que su mensaje (con todos los adjetivos que le queramos poner) ha calado. El poderoso partido del elefante ha elegido a una persona que ha hecho honor a su símbolo: entra en la política como un elefante por una cacharrería.
El caso es que Trump acapara mucho más espacio -hasta ahora- en los medios de comunicación de todo el planeta que la ex-primera dama Clinton. Y da la impresión de movilizar mucho más a sus votantes porque moviliza su cabreo. No olvidemos que en Estados Unidos para votar primero hay que inscribirse y luego, el día señalado, ir a depositar la papeleta. Movilizarse. De momento, no parece que Hillary desate pasiones como sí lo hace su oponente republicano.
La ola de la derechona (no confundir con la derecha democrática y parlamentaria de toda la vida) está en ascenso en las democracias occidentales. Si con todo este caldo de cultivo gana Trump en USA el efecto dominó podría ser una terrible realidad en Europa. Con una derechona que juega al parlamentarismo mirando de reojo a la tentación totalitaria que encarnan dirigentes como Putin y su trabajo de seudo-dictador con apariencia parlamentaria. Sólo falta que se confirme la filtración por parte de Rusia (o sea del antiguo KGB, es decir de su ex-jefe Vladimir Putin) de los miles de correos que hablan de juego sucio en el Partido Demócrata por su nominación a la presidencia de los USA. A ver si el mejor ticket republicano va a ser el compuesto por Tump y Putin, aunque sea metafóricamente hablando. Las consecuencias no lo serían tanto.
Podemos estar ante la primera involución global de la era moderna. En cualquier caso, como señala el nobel Paul Krugman «aquí ocurre algo muy extraño e inquietante y no deberíamos pasarlo por alto».
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