Tiene Alicante un buen número de personajes curiosos, originales, pintorescos… por solo citar algunos, mencionemos al Negre Lloma —algunos creen que en el escudo del Hércules hay una inclusión o representación de esta leyenda urbana de nuestro Alicante—, Marieta, el Hombre Cañón, Barrachina, el Meló, el Baldaet, el Vendedor que no molesta… Todo ello forma parte de la leyenda. Largo es el listado y se merecen, cada uno de ellos, todo el respeto posible.
Uno de estos personajes es Esteban Pérez Salgado, Caruso, (1930-1993), una especie de vagabundo que paseaba su excéntrica dignidad especialmente por el centro de Alicante, muchas veces acompañado de su Marieta, tan excéntrica como él, y que aplaudía entusiasmada sus canciones. Era un tenor cuya sola presencia era ya todo un espectáculo y su repertorio de canciones era limitado, pero Granada, la célebre canción, era su favorita y con su voz ronca y rota ofrecía al público el regalo de su interpretación muy sui generis.
Demos así paso a profundizar un tanto en el mejor conocimiento de Caruso, figura estudiada por diferentes escritores pero que aún no es conocido, ni reconocido, como él se merece. Yo pude ver sus actuaciones ante auditorios muy diversos que le escuchaban con todo respeto —en términos generales—, pues el personaje era querido y entrañable y se puede decir que llegaba al corazón. Yo le vi actuar en diversas ocasiones, como dije anteriormente, y muchos turistas en las terrazas de los bares y cafeterías, le pedían canciones, a lo que amablemente correspondía con su voz quebrada, y especialmente con su inefable Granada, soltando algún que otro “gallo”, que se le perdonaba. Tenía, pese a la modestia de su raída vestimenta, una especial dignidad y su escenificación era siempre singular y única, por lo que se le respetaba con excepción de algunas personas que lo tomaban algo a broma.
Fue un personaje memorable, pues se creía el mismísimo tenor italiano Caruso, que era toda una eminencia en el bel canto. Y estaba Pérez Salgado lleno de ínfulas, por lo que al menos se puede decir que le adornaba una gran moral y poseía una elevadísima autoestima, lo que representaba un tanto, y no pequeño, a su favor. Lo cierto es que por una u otra razón, nunca dejaba indiferente al auditorio. Hoy diríamos que sus actuaciones eran una performance pues lo de menos era el canto, ya que este iba acompañado de peculiares gestos y de toda una escenificación, realmente sorprendente. Era una puesta en escena plena de histrionismo y de fuerte sello personal.
Por unas pocas monedas, era generoso y dúctil y a veces respondía con un “bis” cuando estaba más inspirado y “enganchaba” más al público.
Ya últimamente se le veía muy deteriorado dada la dura vida que llevaba, a la intemperie, durmiendo donde podía y con malos hábitos de higiene y salud. Pero me daba mucha pena cuando era objeto de algunas burlas, a lo que generalmente el público más fiel respondía haciendo ver a los burladores que había que respetar su figura, todo un símbolo “singular” de Alicante.
Por unas pocas monedas, Caruso en todo momento ponía el corazón en sus interpretaciones que vivía con sentida emoción. Era alguien lleno de bondad, de alma un tanto infantil, amigable y embebido en su “arte”. Se le ha definido como una persona que trataba de contentar a todos con lo mejor que sabía, el cantar, lleno de defectos en lo técnico pero sobresaliente en el sentimiento. Un hombre, Caruso, sencillo y humilde que solo buscaba entretener a través de sus canciones, todas ellas muy conocidas, respondiendo siempre a su manera, pero bien intencionadamente, a las peticiones del público.
Estamos ante un “artista” humilde y entregado a su peculiar arte, ante un hombre bohemio, pero que era un reclamo para nuestra ciudad por lo pintoresco y original de su presencia.
Siendo yo estudiante de la carrera de Turismo, en los años sesenta del siglo pasado y en mis paseos y caminatas con mis compañeros de estudio, vi actuar a Caruso en diversas ocasiones. Solía verle, como expuse antes, en el centro de Alicante, zona de la Avenida de la Constitución, Alfonso el Sabio y la Rambla de Méndez Núñez, especialmente.
Breve semblanza biográfica
Caruso nace en el alicantino barrio de Carolinas y su profesión era la de albañil. No recibió una instrucción elemental, pues su escuela fue la vida. Sufrió los rigores de una época difícil. Hizo el servicio militar en Ingenieros y se le dio el sobrenombre de Caruso, pues en una celebración se lanzó a cantar y sus compañeros le asignaron ese apelativo que le acompañaría toda su vida:
-¡Eres Caruso, eres Caruso!
Terminado el servicio militar, que realizó fuera de su ciudad natal, volvió a Alicante, pero las circunstancias le llevarían a entrar en la indigencia, a lo que contribuyó el hecho de sus malos hábitos de vida.
Pero fue a través del canto como pudo seguir adelante y poco a poco fue ganándose el favor de la gente y al verse correspondido de manera clara, definitivamente pensó que lo suyo eran las intervenciones callejeras, su contacto con el público y el “obsequiarle” con ese repertorio especial que memorizaba. En Alicante conoció a su Marieta, de ello luego trataré, y pronto simpatizaron haciéndose inseparables y formando una singular pareja.
Dormía nuestro hombre a la intemperie y la calle fue su hogar. Las pocas pesetas que le daba su canto eran su vehículo o medio de subsistencia así como la “caridad”, o mejor los alimentos y ropa y aquello que más perentoriamente necesitara, como agradecimiento sincero de los alicantinos, siempre generosos. No pocas veces era su Marieta quien recogía lo que le daban, y lo organizaba todo para el mejor disfrute de los dos.
Su vida bohemia contribuyó a que empeorara su salud y a su prematura muerte, sobreviviendo, eso sí, a su Marieta. La muerte de su pareja le llenó de tristeza y aceleró su enfermedad, un cáncer, y su fallecimiento. Poco más sabemos de su vida, excepto que, a título póstumo, unos ninots fueron protagonistas de una de las hogueras, la Oficial del Ayuntamiento de Alicante. Esos ninots eran Caruso y Marieta. Ello prueba la popularidad alcanzada por esta pareja inigualable.
Rasgos principales de Caruso
Trazaremos aquí algunos rasgos definitorios de tan singular personaje, toda una leyenda urbana de nuestra querida ciudad y que no debe caer en el olvido.
Con su chaqueta raída, una enorme corbata de pajarita, de color rojo a veces y otras con grandes lunares decorativos, y la serie de estampas que acompañaban a su indumentaria, junto a algunas pequeñas placas honoríficas (creo que tenían mucho de inventadas o cogidas aquí y allá, de las que encontraba). Eran características unas estampitas de santos y otros temas, recogidas de las buenas gentes que se las entregaban por la calle. Algunas de esas estampas eran de símbolos alicantinos como la Santa Faz y su Hércules Club de Fútbol. Se completaba así su indumentaria, formando parte todo ello de lo abigarrado y recargado de su traje.
Algunos alicantinos le conocían como “El xiquet de Carolinas”.
Al terminar su interpretación, se quitaba el sombrero y lo levantaba por encima de su cabeza con un rápido movimiento, como una señal de agradecimiento hacia su querido público. Con una reverencia ponía el broche final. Se sentía una estrella, y yo creo que, a su manera, lo era.
Una cabellera descuidada y una barba de varios días, completaban su imagen. Su andar era solemne, como el de un emperador, y a fe que era eso, un emperador de la calle, ya que la calle era su hogar y su “imperio”.
Su pieza esencial era Granada, pero en ocasiones interpretaba, con gran dramatismo escénico, la pieza Ríe, payaso (de Pagliacci), un tema compuesto por R. Leoncavallo. Su actuación me recordaba, por el dramatismo que sabía imprimir a su escenificación, a la película Candilejas, del genial Charles Chaplin.
Marieta, su amor
Iba frecuentemente acompañado de Marieta, su gran amor. Era también una indigente, gustaba de llevar ropas ampulosas y se la veía torpemente maquillada. Era muy coqueta. Tenía en ella Caruso a su mayor fan, pues siempre aplaudía entusiasmada la actuación de nuestro tenor, contagiando con ese entusiasmo sincero al público que contemplaba la interpretación.
A Marieta la conoció cuando al terminar su servicio militar volvió a Alicante, y se hicieron novios. La adoraba. En realidad se adoraban mutuamente pues ella era siempre manifiestamente su primera admiradora.
En las calles alicantinas se conocieron y en ellas pasearon su amor, tierno y profundo. Sintonizaron al máximo y no podían vivir el uno sin el otro.
Ella falleció unos años antes que él, en el año 1990. Caruso moriría en 1993, a la edad de 63 años.
La muerte de Marieta sumió a nuestro “héroe” en gran tristeza, pese a su carácter muy animoso, y un poco después volvieron a encontrarse juntos los dos, yo estimo que en el Cielo donde compartirán sus vidas en la eternidad.
Muchos alicantinos denominaban a la compañera de Caruso, de un modo cariñoso, ”Marieta, la Collares”, porque iba siempre bien pertrechada de ellos en su indumentaria.
Caruso y Marieta serían “ninots” en una de las Hogueras oficiales del Ayuntamiento alicantino, lo que constituía todo un reconocimiento y un agradecimiento del pueblo alicantino hacia esta singular pareja. Un homenaje por todo lo alto.
Necesidad de un reconocimiento a su figura
Creemos que considerando su gran entrega y ese deambular por las calles lucentinas mostrando la esplendidez y grandeza de su noble corazón y su deseo siempre de hacer más agradable, en lo que de él dependiera, la vida de nuestras gentes, se merece un más completo reconocimiento y homenaje del que, escasamente, se le ha dispensado.
Es un singular personaje, tan alicantino y representativo de una de las esencias de la terreta. El nombre de una calle o una plaza a él dedicadas, una estatua o un busto o algún acto específico de tipo monográfico, no estaría de más, antes al contrario, todo ello sería una justa correspondencia por lo mucho que nuestro hombre ha dado a la ciudad.
Algunos estudiosos y comentaristas
Damos a continuación una relación de algunos de los estudiosos y comentaristas de nuestro personaje.
Así, tenemos: Pascual Rosser Limiñana (El Caruso alicantino), David Rubio (Esteban Pérez, Caruso, albañil y cantante callejero), Víctor M. Guerra (Cuando Caruso cantaba a Alicante), J. A. Ríos (Contemos cómo pasó…), Benjamín Lloréns (El verdadero Caruso), Joaquín Ñeco (El Gran Caruso), Ramón Molinos Sola, Álvaro Ayela Fernández, Fele Cafegreco, Paco García, A. C. Soria Hernández, Adrián López…
También hay referencias a Esteban Pérez Salgado en medios como La millor terra del món, la Hoja del Lunes , Alicantepedia, Alicante Vivo, Alicante Total y Alicante en la Mochila.
De él han dicho (mostramos a los autores de una manera aleatoria, sin que ello indique una preeminencia de unos sobre otros):
Benjamín Lloréns: “Despreocupado, afable y bonachón. Así es Caruso. Y muy pintoresco cuando se arrancaba a cantar, sobre todo ´Granada´, la favorita de un público muy cambiante que hacía una paraeta en el camí para escucharle”.
Joaquín Ñeco: “Vestía un atuendo que llamaba la atención, porque él se consideraba un gran tenor de ópera y su ropa respondía a esa creencia”.
Adrián López: “Pasaba de la camisa de manga corta al chaleco de cuadros escoceses, de los anchos tirantes con la banda de la Bellea del Foc a la pajarita roja de payaso de circo”.
Pascual Rosser Limiñana: “De sus gestos, con su voz quebrada, consiguió vítores y aplausos. El público coreaba su nombre, pero también otro que le marcó toda su vida. Le llamaron Caruso, unos en broma, otros entre sonrisas, y lo de mas allá sin saber a quién se referían”.
Víctor Guerra: “Caruso era puro corazón. Bonachón, bienintencionado, suave y afable como pocos, incapaz de hacer daño a una hormiga”.
David Rubio: ”Solía cantar por las calles de Alicante. Su canción favorita era Granada, así como otras obras folklóricas”.
Conclusiones
Como puntos finales y conclusiones, podemos decir que Caruso es toda una leyenda urbana de nuestro Alicante y está, de un modo u otro, en el corazón de lo que denominamos alicantinismo o alicantinidad. Parece como si las calles de este Alicante del siglo XXI estuviesen aún algo impregnadas de ese espíritu de Caruso, que invade hasta los más humildes rincones de la capital del Benacantil.
Muchas de esas calles, son las que vivieron la presencia de nuestro héroe, caminante incansable por las mismas, y las huellas de su “arte” creo que nunca las abandonaron.
En suma, pienso que en ningún momento dejará de estar llena de su esencia la moderna ciudad en la que vivimos ahora.
Muy merecido y muy hermoso este recordatorio de tan singular personaje. Me adhiero a tu iniciativa de que el Ayuntamiento de la capital le dedique una calle o una escultura en el centro peatonal de la ciudad. Un cordial saludo.
Muchas gracias y un fuerte abrazo.