La evidencia científica confirma de manera periódica lo que cualquiera sabe desde la tierna infancia: la condición del domingo tarde-noche como el momento que mayor abatimiento causa al ser la encrucijada de un cúmulo de sentimientos de tonalidades grisáceas que hunden sus raíces en lo más profundo del corazón. Agazapados, afloran con puntualidad en la última jornada del septenario por la melancolía de lo que pudo ser y no fue, por abulia existencial o, simplemente, por puro tedio.
España, en shock ante la pandemia de COVID-19, anhela encontrar ese lunes por la mañana que permita pasar página de la pesadilla con tintes de domingo vespertino que ha vaciado calles, privado a la ciudadanía de festividades y, por qué no decirlo, robado la primavera. Un cruento domingo por la tarde que ha segado miles de almas y del que, apuntan los expertos, se saldrá gradualmente solo y para darnos de bruces con una crisis socioeconómica de proporciones comparables a la posguerra.
El coronavirus siembra calamidad e incerteza en el seno de la sociedad. Y también, como si gozase de conciencia y quisiera unirse al flagelo dominical, retira máscaras y desnuda el auténtico rostro de cada uno para bien o para mal, retransmitido al instante gracias a los medios informativos. Desde la bella iniciativa de recepcionar cartas de ánimo espontáneas dirigidas a mitigar la soledad de los pacientes aislados, al miserable acto perpetrado por una turba que la emprendió a pedradas contra el convoy que reubicaba en geriátricos de su localidad a ancianos infectados. O la generosidad de los voluntarios que desdeñan el riesgo con tal de sumar esfuerzos mientras otros, parapetados tras pantallas, restan y se dedican a concebir bulos con fines espurios, a difundir teorías conspirativas o a publicitar falsos remedios. Y qué se puede expresar a estas alturas de los sanitarios, enviados a encarar la enfermedad con exiguos recursos y que, a las 20:00 horas, obtienen el merecido aplauso colectivo.
Las caretas, asimismo, han caído entre la clase política de variedad de administraciones, siendo fácil identificar al gestor público que ha asumido la responsabilidad con liderazgo y buenas dosis de gobernanza o, por el contrario, los que solo posaban para la foto y a la menor dificultad se han puesto de perfil. De todas formas, y aun con severos desaciertos, se debe reconocer que hasta ahora, y en líneas generales, el Ejecutivo está primando la salud sobre el dinero pese a la amenaza de ruina total, cosa que no ocurre donde la estirpe de Lutero y Calvino; esa Europa norteña cuya pretendida superioridad moral e insolidaridad dinamitan cualquier atisbo de construcción comunitaria y que codicia autoerigirse patriarca del continente sin mojarse, demostrando el trastocado concepto de liderazgo que poseen sus dirigentes. Quizá –y solo quizá, no me malinterpreten– los chavs y los nostálgicos del Imperio británico que votaron leave no eran tan descerebrados; un calificativo que, extensiblemente, se ha ganado Occidente entero por regalar su capacidad productiva a China y convertirla en el hegemón industrial y comercial.
Es duro aprender a las bravas que una nación sin factorías es una nulidad. Y que, en escenarios de elevada complejidad, haber malvendido el potencial garante de la pujanza occidental para enriquecer a empresarios sin escrúpulos fue estúpido al confiar la fabricación de manufacturas de las que depende el bienestar de la población a intermediarios de terceros países que no titubean en ofrecerlas al mejor postor; o sea, a los chicos de Langley, que aparecen a pie de pista con maletines a rapiñar el material médico destinado a Italia, España o Francia. Globalización, oferta y demanda, ley de la selva, sálvese quien pueda… llámenlo como quieran. ¿Territorios a considerar ejemplares combatiendo el patógeno? Portugal, Corea del Sur, Taiwán… y cabría mencionar a China si no fuera porque trató de ocultar la epidemia y sus cifras de contagiados y difuntos son falaces con avaricia. ¿Pero únicamente se maquillan cuentas en la República Popular?
Sin embargo, es detrás de los balcones y puertas de la vivienda patria donde más se palpa el domingo crepuscular de semanas de duración y en el que millones de historias y pequeños dramas cotidianos emergen con cautela. Como el de la propia figura reflejada en el espejo del hogar vacío para descubrir que WhatsApp e Instagram no son sustitutivos del calor humano, aun constando el extremo opuesto de quienes al acariciar las mieles de la soledad prescindirán, en los sucesivo, de relaciones personales. Por no hablar de esas parejas que han advertido convivir con un completo extraño, cuando otras enumeran los segundos de los minutos del feliz reencuentro; todo ello en cuarentenas cinco estrellas o marcadas por la escasez.
El encierro por decreto llevará, esperemos, a reflexionar sobre ciertas cuestiones por primera vez al carecer de los estímulos de atropellados horarios laborales y de ocio, aunque ya se planifiquen con precisión militar los del día en el que volvamos a lidiar con los problemas y las satisfacciones insignificantes de la vida. Empero, como en la película ‘El efecto dominó’, tras la oscuridad nada será igual. Las consecuencias en los individuos, en usos y costumbres sociales, y a nivel nacional e internacional están por ver, mas no son halagüeñas. Si dentro de nueve meses faltan paritorios y no ucis, nadie podrá dudar de la naturaleza optimista del pueblo español.
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