El pintor, ilustrador, dibujante, fotomontador, muralista, artista en fin, Josep Renau (Valencia, 1907-Berlín, 1982) definió el cartel como “un grito en la pared”. Hoy probablemente atribuiríamos este concepto con mas concreción a los grafitis por su amplia presencia ciudadana, superando con creces, aunque no por su calidad, a la cartelística tradicional que tantos buenos ejemplos ha dado a la publicidad, al diseño y a la comunicación en general.
Hace años justifiqué, y quizás hasta defendí, en una columnita en el ABC edición de Alicante, a los grafiteros que con salero, a veces con arte, nos dejaban en muros y paredes curiosos mensajes. Con los años, desgraciadamente se han perdido los grafitis reivindicativos, los que denuncian, los que se pronuncian a favor o en contra… y han sido sustituidos por los sucios, los que simplemente manchan, estropean y ajan espacios que como define la RAE (Real Academia Española) son “realizados generalmente sin autorización en lugares públicos”. Nada que ver con lo que en el barrio San Antón de nuestra ciudad está asomando a muros y medianeras, que cuenta con el apoyo del vecindario y que proyecta un conjunto de espacios coloristas, atractivos, luminosos, una auténtica expresión de arte en la calle.

Esos lugares “públicos” son, al menos, de dos categorías: los realmente públicos (de la Administración) y los privados (de las empresas y las personas). Invadir una propiedad debiera ser perseguido con ahínco por las autoridades, y quizás fuera relativamente fácil a través de sus firmas, de sus estilos, o de sus obsesiones con determinados espacios. El grafiti urbano, callejero, clandestino, es a veces genial como aquel “¡Franco, vuelve aunque sea de Cabo!, que yo vi en las afueras de Jumilla en los años 80, o uno más reciente, quizás sin acabar pero bastante explícito visto en Alicante y que reproduzco. Ambos van a años luz de respeto por la propiedad, aunque las rotulaciones fueron realizadas sobre muros ásperos poco cuidados que parecían estar buscando mejores ilustradores; en todo caso, no se les habría podido negar su creatividad lingüística.
Así que no es de extrañar que ante vándalos ataques de brochas gordas y aerosoles alguna que otra comunidad de vecinos, probablemente hartos de manchurrones sin estilo, hayan optado por “decorar” las fachadas de sus inmuebles de forma mas o menos acertada, como podemos ver en estos dos ejemplos del barrio de Santa Isabel de Alicante.

Que se prodiguen estas iniciativas debería avergonzar a los responsables municipales, pero… ¿cómo se van a ocupar de las fachadas de los inmuebles privados si no son capaces de hacerlo siquiera discretamente de la limpieza de los espacios públicos? Sólo hay que darse unas vueltas por la ciudad y observar con algo de celo cómo están nuestras calles y plazas.
Mas probable es que estén preparando alguna tasa o impuesto municipal por este fenómeno. Entonces los gritos de los vecinos no estarán en las paredes.
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