Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Pisando área

Tu vida es muchas vidas y hasta puedes disfrutar «¡A la llum de les fogueres!»

Hoguera de la Diputación 2024 (Redacción).

Cada día es una vida nueva, más las vidas que vivimos en el mundo de los sueños —hace años que creo en ello y mucho más que ignoro— porque hasta puedes disfrutar, como yo hice siendo niño y joven músico, “¡A la llum de les fogueres…!”. Abres los ojos por la mañana y renaces a esta vida de tristezas y alegrías. Porque tu vida, lo sé con certeza por la mía, contiene muchas vidas desde que nadamos en el lago idílico, dentro de nuestra madre —igual que lo hiciste tú dentro de tu madre— antes de sacar la cabecita a esta vida más tangible…

Novela en la página web krisisconk.com (*)

Hace siete meses, Jorge volvió a escribirme una carta sobre sus recuerdos de Orihuela… y me decía: “Lee a la poetisa rumana Elena Liliana Popescu, la descubrí gracias a Zerón Huguet y su revista Empireuma:

Priveste, în fiecare zi,                           "Mira cada día
cum râsare soarele,                                 cómo sale el sol
fascinant, în inima ta,                             fascinante, en tu corazón,
revârsând în sufletul tâu                           inundando tu alma 
o senzatie de nedescris                             de una sensación indescriptible
în cuvinte.                                         con palabras. 
În fata ochilor tâi uimiti,                         Ante tus ojos atónitos,
el e de fiecare datâ altul,                         él es cada día otro
râmânând mereu acelasi”.                            siendo siempre el mismo". 

Renacer

Perdido en el dolor del ayer, abstraído mi amigo en su entrega al periodismo para sanar del divorcio de Batu, utilizaba Jorge el trabajo para desprenderse por unas horas de los fantasmas que arrastraba. Vivía por y para su oficio diario y así todo poseía sentido. Separado de las hijas, sin hogar, le parecía un nirvana la redacción instalada en el salón de su piso de alquiler.

Cada mañana, oía el aullido del despertador a la misma hora.

Cada mañana, reanudaba la rutina.

Se levantaba a las ocho en punto, desayunaba leche con una tostada de pan y luego salía a la calle, al quiosco de enfrente, a por los diarios de la mañana. Engrasada la maquinaria, cobraba ritmo de vértigo la jornada. Se le movían la mente y las manos en el teclado del ordenador a doscientas pulsaciones por minuto. Entre noticias, fax, teléfonos y fotos, de una rueda de prensa a otra, apenas disponía de un segundo para percibir, menos para meditar, dónde se hallaba en la vida. hallaba en la vida.

Una de tantas veces, en el repaso de un reportaje, el teléfono le avisó:

Riiiiiiiiiiiiing… riiiing.

Lo cogió y contestó:

—¡Voy enseguida hacía allá! Espérame en La Esquina del Pavo. Sí… yo te la compro. ¡Tranquilo! Me acordaré…

En tres zancadas, Jorge pisó el puente, saludó allí a Rocío Loíno y, al verla, casi se olvida del encargo de Tony. Pero dio dos pasos atrás y compró la barra de pan en la tienda de Monse, graciosa siempre. Pagó con un billete de cinco euros. Y la tendera se quedó las vueltas a cambio de las risas de un chiste

Mientras caminaba, sin darse cuenta, cortó la punta de la barra, crujiente y tostada, y se la comió de un mordisco. Le saludaron Manolo y su hijo Antonio desde la puerta de su bar pegado al río. Jorge acortó por el pasaje del campus de Las Salesas. Deprisa, Jorge cruzó la plaza empedrada y vio ya la fachada del popular Casablanca, donde Inma y su hijo Manolo (éste con la txapela en la cabeza y camiseta del Athletic) movían en la esquina cajas de cerveza. Y veinte metros más allá, puntual, vio estacionado el todoterreno del fotógrafo.

Jorge periodista aceleró el paso.

Plantado en la puerta de la iglesia, el párroco de Santas Justa y Rufina charlaba rodeado de niños y niñas del colegio Oratorio Festivo. Jorge imaginó al cura sobre una burrita blanca, obispo entrando a Orihuela entre palmas y olivos.

—¡Aleluya, Jorge! —el párroco le saludó con simpatía.

—¡Feliz día, José Luis! Tengo prisa.

—¡Siempre deprisa! ¡Detente un segundo! ¿Vas a apagar un fuego?

—Me espera Tony. —Señaló con el dedo índice, el derecho, hacia el coche estacionado—. ¡Allí, en su coche!

Parece este sacerdote un niño grande, alto y delgado como la espiga del trigo. En su bondad solícita, el cura Satorre se granjea la simpatía de los parroquianos y le rodean los chiquillos y las niñas. Se le oye a veces decir: “¡Dejad que los niños se acerquen a mí!”

Quiso esa mañana el cura enterarse el primero, en su curiosear permanente de niño grande, de la noticia todavía en estado de gestación:

—¿Qué sucede, Jorge?

—El incendio. ¡El pirómano de cada verano en el monte de Hurchillo!

Ocurrente y optimista, como pocos, el párroco cambió de tercio:

—Si regresáis pronto… termino enseguida la ensalada de habicas de La Granja y El Escorratel y arcacilicos de Almoradí. Con tomates de La Campaneta y cebollinas de Cox. ¡Estáis invitados! Acudirán José Luis, el cura de Catral e Isidro, ¡que ya ni fuma! Sé que te molesta el humo, Jorge. ¡Os esperamos! Da un abrazo a Tony. ¡Ah! Probaremos papas arrugás de Canarias, con mojos picón y verde que Acerina regaló a Isidro en Tacoronte. Y de postre hay granadas de Albatera. Nos acompañará Sánchez Cánovas, de la ONCE. Y recuerda que esta noche… es la Cena del hambre. —Peinó el cura a una gitanilla, con una caricia.

Se despidieron con un hasta luego.

A paso ligero, soslayó la puerta del ayuntamiento. Allí, una niña morena inflaba globos azules, con gaviotas dibujadas en blanco, e inflaba también el sueño de sentarse algún día en el sillón de aquel palacio principesco. Ni perdía un segundo: inflaba e inflaba globos e ilusiones. Le ayudaba Pedrito, su mejor amigo. La mirada valiente de la niña recordó a Jorge el ímpetu político de la británica Margaret Thatcher. La ambición de algún Macbeth pretendió, en vano, convertirse en chincheta, pinchar los globos de la jovencita, novata entonces. Pero al fin, años después, guapa alcaldable del Partido Popular.

Jorge devolvió una sonrisa fugaz a la niña morena, saludó al amiguito que la acompañaba y entró deprisa en el vehículo del reportero gráfico.

—Llegaremos a tiempo… se ve humo en la sierra. —Tony encendió la radio.

—Menos mal que es de día. Dame la cinta con sambas de Roberto Carlos.

—¡Dará un disgusto grande algún día el pirómano! ¿Te acordaste, Jorge, de comprarme el pan?

Fuente: Pixabay.

El delincuente pirómano se camuflaba en la cobardía. Calcinaba trozos de pinada cada verano y regresaba al escondite. Más que delitos, le diagnosticaron una enfermedad.

—Se diría que disfruta del fuego. —Sospechó el arrojo policial de Párraga.

Encabezados por el jefe Laguía los bomberos se arriesgaban, en medio del monte, socorriendo a los pinos indefensos. Mientras tanto la policía y los municipales, comandados por Fonseca, Sebastián y Manchado, rastreaban las sendas y los senderos solitarios en los barrancos. Pero nunca pillaron in fraganti al culpable de la felonía. Tampoco le cazaron esa vez.

En sus pesquisas, los agentes e inspectores arribaron a la casa del culpable, quien ya estaba en la guarida, a resguardo y en compañía de testigos, besuqueando la coartada.

—Sospechamos de… pero sin las pruebas… —concluyó Elías, el comisario.

—Sus ojos rojos, la mirada en éxtasis del pirómano, le delatan.

Hubo más incendios en verano, hasta una docena o más, en que la ropa del sospechoso apestaba a humo… pero se excusaba con la quema de rastrojos en sus fincas de naranjos. El hocico de musaraña, de delgadez sombría, vestía de luto, el color del cuervo. Únicamente, su conciencia poseía la verdad de por qué dañaba sin piedad a la naturaleza inocente y generosa.

—Sana sus llagas internas gracias al fuego. Seguramente, desfoga dolores en su alma —sospechaban los expertos.

Sufrimientos enquistados. ¿De niño maltratado tal vez? ¿Desahogaron penas apagando colillas en su piel infantil y él enterraba ahora su rabia bajo la ceniza del pinar? Con el fin de propiciar explicaciones del suceso, inquirió el periodista:

—¿La terapia del pirómano es hacer daño, señores policías?

—¡Como el asesino psicópata! —apuntó Tony.

—¡Comparación exagerada, hombre! —precisó la sensatez y experiencia policial de Sebastián.

—Se cura con la maldad pero ¿crea otra adicción? —insistió el fotógrafo.

—Él descarga traumas. Y todo lo demás, en su cabeza, está por demostrar.

—Sanará con las modernas terapias alternativas —propuso Jorge.

—Mejor una somanta —zanjó el caso, por la vía rápida, la mundología de Tony Sevilla.

Las actitudes del ser humano se forjan, en gran medida, en los primeros pasos y durante nuestra juventud. Amor y amistad, miedo y dolor, el saber, los sentimientos y las sensaciones físicas: son sellos impresos en el subconsciente. Porque el alma guarda marcas de experiencias primerizas y hasta de vidas pasadas si éstas existen. Las heridas sin cicatrizar son espoletas que provocan reacciones fulgurantes, irracionales.

—¿Quién está libre de esos traumáticos secretos? —un inspector sagaz, premonitor sin saberlo, auguró la experiencia que viviría Jorge esa misma noche.

Después de enviar a la sección de Cierre todas las fotos y la última nota policial sobre el incendio que seguía calcinando la pinada, Jorge apagó el ordenador y se aproximó a la ventana del salón. ¡Estrellas! ¿Qué hora sería? Solícita, la campana de la catedral de Orihuela dio once respuestas. Tañido fúnebre.

Agosto: brotó de la tierra un calor infernal que trepó, como los demonios, por la fachada hasta el cuarto piso. En la cocina, en compañía del hervido de verduras, cenaba el hombre indefenso, solo. Jorge echó sal y aceite al pan que Tony se había dejado olvidado. Se lo comió todo. Después, llenó un vaso de leche y mojó una magdalena. Tras el postre, salió al pasillo en sombras y pulsó el interruptor de la luz. Camino de la habitación, vio insignificantes pelusas apuntándole con un fusil, alineadas a lo largo de la pared. Se detuvo ante la puerta del aseo y entró unos minutos. De regreso en el pasillo, se agachó con el arma que tenía a mano, papel higiénico. Recogió la hilera de pelusillas apostadas en la trinchera de polvo junto a la pared, niños soldado indefensos capturados vilmente para las guerras. Jorge regresó de inmediato al aseo y arrojó la suciedad en el cubo del papel usado.

De nuevo en el pasillo, sin percibir presencia extraña, apagó la luz, antes de abandonarlo. Confiado, Jorge entró en su habitación. Once y pico de la noche, agosto: hacía mucho calor. Sin sospechar que enseguida le visitaría la temida Gran Señora, Jorge se recostó en la alcoba solitaria, atrapado por la soledad. Tristeza y sentimiento de fracaso, pérdida de la felicidad de Jorge en su hogar donde la vida le sonreía. En aquel instante triste sobre la cama, igual que el pirómano está poseído por alucinaciones que lo trastornan, allí estaba desprotegido Jorge en el dormitorio, ese verano peligroso.

Miró al techo, vacío, y un fantasma se lanzó a por él. Una visión furtiva tomó forma, cual ladrón que te aborda en la noche, en su paranoia dispuesta a truncarle el sino. ¿Le echaría alguien de menos si se arrojaba de cabeza por la ventana? En esta seducción endemoniada Jorge vio su cuerpo inerte, boca abajo, sobre el pavimento rojo. ¿La cercanía de la muerte es el comienzo de la comprensión?

Pero El Vigía… había planeado lo contrario y ayudó allí a Jorge a aprender la lección, en millonésimas de pensamiento. Ya casi en la partida, apareció luz entre las sombras: el recuerdo de la mano de su hijita Itziar, en los paseos a la salida del colegio, agarrándose de su papá, sintiéndose protegida. Pero ahora en el balcón, Jorge al borde del precipicio, sintió una mano imaginaria de su hija, sujetándole a la vida, arrastrándole hacia la alcoba. Apartándole en ese instante la daga ancestral del cuello, su tendencia al abandono y al suicidio, el recuerdo feliz mantuvo a Jorge padre en esta vida: «¡Itziar, Claudia, hijas, os amo!».

De la añoranza brotaron lágrimas

El manantial sanador bajó por las mejillas de Jorge, regresó al pecho y ahí cerró el ciclo del latigazo suicida. En un pestañeo, fotograma de imágenes, Jorge vio la película de su vida. Paseos a la salida del cole. Los deditos de la hija rogando protección al cruzar las calles atestadas de coches. Las travesuras de Claudia. Las risas de sus hijas lo ataron a las sábanas y vencieron al albedrío demente. El alma de Jorge respiró ganas de vivir al recordar las miradas de sus niñas disfrutando de sus cuentos. Y sintió un latido fortísimo. ¡Valía la pena vivir — ¡mierda!— sólo por volverlas a ver!

Y más latidos de vida, recuerdos: «¡Papá, otro cuento, otro cuento…!”

Y de esa mi vida de periodista, en esta vida de lectura, en este instante, en la Hoja del Lunes de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante, si regresas conmigo hacia atrás —unos cuantos años— me despido de ti con música, hasta el próximo lunes, con una de las vivencias del niño músico que fui en esta vida, también en la novela que puedes descargarte gratis de la página web en krisisconk.com

El pentagrama de la vida

En los pasacalles y conciertos, Jorge creció en sus experiencias y disfrutó de sentimientos por influjo del divino Orfeo. Interpretaba marchas, pasodobles, oberturas y zarzuelas, entre otras composiciones de variados estilos, y sintió muy dentro el resonar de la hermosa y dulce voz del saxo tenor. Hasta viajó a Alicante y recibió clases de Joaquín Chicano, maestro del conservatorio Óscar Esplá. Pero el instituto fue alejando a Jorge de su formación en la música como un oficio.

Una tarde, la banda descansó en un hostal antes de un certamen en Santa Pola. El joven que atendía la centralita telefónica les contó sus proyectos. De origen griego, la familia Onassis conocía los entresijos del negocio del tabaco. Convencido de que le guiaba el buen sino en el océano de la vida, Aris desveló sueños que parecían hechos, realidades en su mente. De inteligencia preclara, astucia envidiable, poseía por nombre el de legendarios filósofos: Aristóteles Sócrates. Usaba gafas. En la despedida, el telefonista ambicioso, de piel bronceada, aseguró a los músicos que sería dueño de un imperio.

—La voluntad y la apariencia dominan el mundo. ¡Oiréis hablar de mi fortuna, pronto! —Soltó carcajadas que dejaron al descubierto su blanca dentadura, brillante.

El alma dormida se despereza nota a nota… Do, re, mi, fa, sol, la, si. Y compás a compás despierta de su letargo, tal vez siglos, hasta que recuerda emocionada, acorde a acorde, latidos de felicidad eterna. El lenguaje universal de la música reabre dentro de ti, sin enterarte cuando eres niño o niña, puertas clausuradas durante años.

—¡Tocamos en Tabarca, madre! —Saltaba de alegría.

—¡En la isla!

—Tras Las Hogueras de San Juan.

—¿A qué barrio de Alicante vais a tocar este año?

—A Carolinas. Cuatro días con los ninots. —Mostró cuatro dedos alegres.

—¿Qué festejan en Tabarca? —Rosa sacó empezó a barrer el pasillo.

—Las fiestas de San Pedro, el 29 de junio.

—¡Pide permiso a tu padre! —Amontonó el polvo en la puerta de la casa.

—Espero que me deje. ¡Tocaré en honor de su santo!

—¿Y dónde dormiréis? —Llenó de tierra y polvo el recogedor y lo vació en el cubo de la basura.

—En casas de los vecinos. ¡Mamá, tres noches en la isla!

Gracias a la música, Jorge subió a un barco por primera vez, en esta vida, y surcó un mar que le acogió en sus brazos. En la isla, se sucedieron días fantásticos, noches inolvidables. Por las mañanas, nadaba en el agua cristalina de una playa pequeña y silenciosa, opuesta a la de Spielberg y su Tiburón.

Y sintió las caricias de la arena.

—Vamos a bañarnos con los peces. —Chapoteó Jesús El Trompeta.

Sin posibilidad de vacaciones en la costa, la música ofreció al jovencito Jorge la ocasión inolvidable de pasar sus primeros días en el litoral. En la huerta, oía conciertos de cigarras y lechuzas, las noches de verano. Las palmeras y la luna se besaban en un gigantesco fondo rojo. Ahora en la isla, escuchaba a las estrellas y silbar a los delfines por las noches. Qué misteriosas, mágicas, las voces del mar y del cielo. Jorge sintió una madrugada en la isla que había escuchado ya esas mismas voces, mucho antes.

En la isla de Tabarca en fiestas, soltaban vaquillas por la tarde y había verbena desde el anochecer. Después de la cena, los niños músicos cruzaron la plaza llena de parejas que bailaban agarradas.

Louis Armstrong en 1953. Fotografía de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos (Fuente: Wikimedia).

La banda del clarinetista Woody y el genial Armstrong, con Machín de vocalista, interpretaba rancheras de Rocío Dúrcal y baladas de Julio Iglesias:

 “¡Siempre hay por qué vivir, por qué luchar; 
siempre hay por quién sufrir y a quién amar. 
Al final, las obras quedan las gentes se van, 
otros que vienen las continuarán: la vida sigue igual.”

El eco de una melodía gospel llevó en volandas a los músicos hasta la orilla de un mar de fantasía. Allí, cantaba una niñita negra con voz de ángel. La aplaudieron y se presentó: “¡Soy la hija de Ciccy Houston! ¡Despisté al guardaespaldas!” ¿Whitney Houston allí? La sonrisa de la luna convirtió la superficie marina en pista de baile. Igual que el haz luminoso le llamó con fluorescencia y así Jorge cruzó el umbral de la puerta, siendo un crío, allí en la playa la estela selenita le invitaba a ponerse de pie y caminar sobre las olas. El más pequeñín del grupo, Miguel, movió las rodillas como Elvis y se deslizó suavemente. Bailando en el agua sobre la alfombra lunar, de repente la piel morena se le tornó blanca. Parecía Michael Jackson.

En las olas, esa noche en Tabarca, competían Poseidón y Neptuno sobre delfines blancos. La vela de un yate fondeado en una cala de la isla parecía el magnífico hotel Burj Al Arab de Dubai, visto a la luz de la luna.

Jorge elevó la vista y contempló la bóveda celeste. Estrellas preciosas. ¡Siete faros en la Osa Mayor! Miró la constelación mitológica y se enamoró para siempre del pestañeo de Mizar que le señalaba al Norte.

(*Texto de la novela en krisisconk.com). Vale (cervantino).

Pedro J. Bernabeu

Pedro J. Bernabeu, periodista (FAPE) nº14.386, 02/03/1988; Asociación Española de la Prensa Deportiva (AEPD), n.º035-A (Alicante); director y locutor SER Deportivos-Radio Orihuela 1987-1997; redactor y redactor jefe diario ‘La Verdad’ Orihuela-Vega Baja-Torrevieja, 1987-2007; conferencias en la UMH Elche y Cátedra Fernando de Loazes en Orihuela-Universidad de Alicante: ‘Periodismo local: malabarismos en la cuerda floja’; entrenador de fútbol nivel III colegiado nº7255 RFEF-FFCV; músico desde 1969, clarinete y saxo tenor; escritor de novela ‘Krisis con K’ y ‘Krisis with a k’ 2015 en krisisconk.com y poemarios ‘Luna’ y ‘Sirenas’, febrero 2022; cinco proyectos de metodología en Amazon Libros con tareas de entrenamiento de formación y competición, entre ellos ‘Fútbol de la calle: Improvisación entrenada y Anarquía inteligente en equipo’, junio 2022; profesor de Secundaria (Historia y Geografía Física) CAP, Universidad de Alicante (1983). Distinciones: Medalla de Plata (RFEF-Federación de Fútbol de la Comunidad Valenciana, temporada 1989-1990); ‘Lancero’ del ‘Pelotón de Los Torpes’ (Centuria Romana de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Orihuela, procesión nocturna Domingo de Ramos 2005); Glosador de El Oriol y la Reconquista de Orihuela (Exaltación Festera, 01-julio-2005; Teatro Circo); Número 1 promoción 2017-2020, (entrenador de Fútbol Superior-nivel 3 profesional).

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  • Entre la genialidad y una cierta y cuerda locura deambula te mente repleta de imágenes y creatividad con final en Tabarca; con fuego, la Huston, Julio Iglesias, Michael Jackson y la Estrella Polar. Estás como una bendita regadera. Un abrazo.