Que Donald Trump sea un populista no extraña a nadie. Tampoco que sea idiota, o lo parezca, o se disfrace de idiota. O de fanático, farsante de la democracia, ni autócrata, pero es un tipo listo. Ha sido llegar al despacho oval de la Casa Blanca y todos los líderes del mundo se han puesto a sudar. Unos, de estupor. Otros, de miedo. Los más, de incertidumbre. Pero, sobre todo, ha sido la Unión Europea la que ha expulsado a patadas a su elefante de la joyería para reflexionar con calma y plena seguridad que Trump ya no es un aliado sino un peligro. Hay muchas formas de declarar la guerra, y una de ellas es la que ha empleado Donald Trump cuando ha apuntado con el dedo a Bruselas. ¡Ya está bien de que sea vuestro papá!
Monsieur Enmanuel Macron, que tiene apellido de saxofonista torpe, quiere, otra vez, convertirse en director de la orquesta europea, o de la banda, según se mire. Me ha decepcionado este tipo. Habla mucho. Sus gestos glamurosos. Con la orquídea de Gautier en la mano. A mí me resultan esperpénticos. Ha convocado a sus 28 socios para ultimar, entre todos, una arenga. Una sesión de espiritismo con catarsis final. Es una misión imposible. Otra más. Les va a decir que incrementen los gastos en defensa. Les va a decir que al reloj de una guerra contra su eterno enemigo, Rusia, se le ha roto el minutero. Como busque el aplauso unánime volverá a demostrar, y van mil veces, que es un chisgarabís. Un cantamañanas. Macron, el saxofonista de la panda.
No se enteran. No quieren enterarse. Donald Trump: su miedo a la guerra está en proporción directa con su temor de abandonar su secular posición de ser el “number one” en esta partida de naipes, póker al descubierto, que disputan Oriente y Occidente. Es decir, un Oriente cada vez más poderoso y disuasor contra un Occidente enflaquecido por unas democracias que arrastran las cadenas de su propia decrepitud. Un Oriente envalentonado por sus materias primas, sus dominantes ejercicios geoestratégicos y su influencia en continentes (África y América Latina), destinados a ser buenos vasallos si tienen buenos próceres a los que servir. Un Occidente que ha entrado en crisis por sus carencias de materias primas, sus dependencias de terceros, el gasto excesivo en políticas de bienestar y, especialmente, su entrada en el túnel oscuro del desbarajuste de su unidad. Nada hay más peligroso que una unidad que se diluye en el vacío de la nada.
Hace tiempo que la Unión Europea entró en un proceso de desnaturalización ideológica cada vez más evidente. Las crisis económicas, resueltas a base de talonarios y de esperanzas para los mercados bursátiles, no han dado resultado. Las crisis bélicas, menos aún. La de la balcanización de Yugoslavia, con el bombardeo de Belgrado, supuso un punto de inflexión en ese espíritu, ya entonces palpable, de decadencia; si no llega a ser por el “papá USA”, la Unión Europea estaría aún discutiendo en Estrasburgo qué hacer con Serbia y Kósovo.
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Para colmo de desdichas, la guerra de Ucrania. Es vergonzante. Un calco de la de Yugoslavia. Si Ucrania ha resistido, hasta donde puede resistir, ha sido por la ayuda extraordinaria de los Estados Unidos. Todo lo demás han sido migajas, con alguna excepción (Polonia y Reino Unido). De España, mejor no hablar. Si le damos un poco más, nos quedamos sin ejército. Para lo único que ha servido la guerra de Ucrania es para la campaña de marketing que han hecho algunos líderes occidentales, de la UE, a costa de fotografiarse con la camisa, cien veces lavada, que emplea para reforzar su ya patética imagen el sufridor Volodímir Zelenski.
Trump, con su saldo de truculentos y siniestros defectos, es un trilero avispado. Ha dicho a la UE: “Hasta aquí hemos llegado”. Macron quiere arrear al mulo cabezón de la UE. Pero el presidente de USA ha cubierto, antes, sus espaldas. ¿Cómo? Inventando una silla de tres patas. Las de cuatro, con la herrumbrosa de la UE, no le sirven. Las tres patas de la silla con USA, “the First”, China y Rusia. Los enemigos irreconciliables son ahora amiguetes que se disputan a los naipes la “reconquista” del mundo. Trump quiere Groenlandia. Rusia, los accesos a los nuevos mares surgidos por el deshielo en el círculo polar ártico, más las Islas Feroe. Y China su definitivo asentamiento en las islas artificiales que ella misma ha fabricado en el Mar de China, más la esperanza de Taiwán, más su libertad de movimientos en África. Ya hay pacto. La UE, otrora poderosa, con su prosa de cultura universal y sus opulentas ofertas a los estados de bienestar, ya no pinta nada.
Lo peor que le puede pasar a la UE es que tenga que ventilárselas con Rusia por el asunto de Ucrania, pero sola y monda; como no lo va a hacer, el seguro perdedor será el pobre de Zelenski, que tendrá que dar a los rusos lo que ya le han quitado y encima agradeciendo a Putin que no le apetezca nada más. Si además del Dombás y Crimea quiere anexionarse parte de la ya podrida manzana de Ucrania, será Trump quien le diga: “No te pases tío.” Los de la UE seguirán discutiendo si le envían un tanque último modelo.
Lo mejor, que aprenda la lección de una vez. No se puede ir por el mundo con socios exigiendo derechos, dinero y amor, a cambio de nada y de golpes donde más duele: en los bajos de la unidad comunitaria.
Tal vez estemos ante la última oportunidad europea para salir de la ruindad económica y moral, políticamente hablando, en la que se encuentra la vetusta Europa y sepa enfrentarse a sus propios retos: ¡El mundo está cambiando! Todo empieza a ser “neo”: la neodemocracia, el neofascismo, el neoautocratismo, el neocomunismo, el neosocialismo, hasta el neopopulismo. Se trata de inventar nuevas cosas para no quedarse atrás. El saxofonista Macron tiene la última palabra. A ver si, en esta ocasión, no desafina y logra que la Unión Europea sea realmente Unión y, además de Europa, sea capaz de inventar una silla que se sostenga sobre una sola pata, sin soportes de nadie, y que sea de verdad la referencia económica, moral y democrática de Occidente. ¡Ah, Merkel, cómo te añoramos!
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