Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

Trapos

Bandera Arco Iris. Fotografía de Benson Kua (Fuente: Wikimedia).

Así, a primera vista, podríamos concluir que un trapo es, ya se sabe, algo inservible, que se puede pisotear, estirajar, romper en mil pedazos; que se puede, si es menester, echar al cubo de la basura sin dolor alguno, porque estorba y ensucia. Es esta, una manera de verlo.

Pero, a veces, sucede que si escudriñamos en la historia de las pequeñas cosas, ese mismo trapo es todo eso también y en parte porque antes ha tenido otras muchas vidas. Por ejemplo, cuando las escaseces eran moneda corriente y los trapos no se compraban en el supermercado, si no que, como los restos de todo lo demás, eran parte del ciclo de la vida. En aquellos tiempos, también hoy, aunque menos, bien que lo recuerda uno, un trapo podía encerrar bajo esa apariencia de objeto desechable una larga ristra de pequeñas y maravillosas historias, de secretos inconfesables.

Así sucedía en casa de mis padres, de mi madre especialmente que era la encargada de dar la última vida a aquellas viejas y entrañables telas y tejidos antes de que pasaran a ofrecer su último servicio. En aquel tiempo, muchos de aquellos trapos que hacían su último viaje y se ofrecían, dóciles, para aquel penúltimo servicio, habían sido antes y en muchas ocasiones telas que sirvieron para el boato, habían sido, incluso, manteles, sábanas de un ajuar ya muy lejano en el tiempo. Puestos a imaginar es posible que hubieran podido ser incluso parte de señoriales trajes, de lujosos vestidos, de pantalones, camisas… Quién sabe si habrían formado parte de todo tipo de ropajes que en aquel otro tiempo habían suscitado admiración y sensuales emociones en fiestas, bodas, funerales, cumpleaños, todos esos hitos que rompían la suave monotonía de los días y las noches en las familias humildes, que eran, éramos, la mayoría.

Por eso, cuando el vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Juan García-Gallardo, se refiere, políticamente justo estos días y con altas dosis de odio, ninguneo y desprecio, a la bandera arcoíris como “ese trapo”, seguramente no sabe que esa bandera antes de haber sido calificada de forma tan grosera y despectiva ha sido —y sigue siéndolo— cuna de amor, portador y símbolo de innumerables luchas por los derechos civiles de quienes viven en los márgenes, santo y seña de heroicas peleas sin cuartel por la igualdad y la libertad, estandarte y bandera de quienes se niegan a ser apartados y a vivir ocultos.

Juan García- Gallardo, vicepresidente de la Junta de Castilla y León (Fuente: Wikimedia).

Él, García-Gallardo, y quienes le acompañan en este viaje hacia el negro y oscuro anteayer, él, y quienes por pura conveniencia y cálculo electoral dicen que no piensan como ellos pero permiten que lleguen a las instituciones con el objetivo de echar a la papelera tantas luchas legítimas, tanta esperanza, deberían apreciar que hay símbolos que no pierden su fuerza ni sus colores por mucho que sean insultados, vejados, vilipendiados. No saben que la dignidad arcoíris es, como los trapos de nuestras humildes casas, de portar miles, millones, de pequeñas hermosas historias que deben ser una y otra vez contadas.

No sabe Gallardo que para acabar siendo un trapo de fregar suelos, de limpiar paredes, un trapo que se puede pisotear, rasgar, estirajar, que se puede echar impunemente a una papelera junto a otros símbolos, antes, muy posiblemente, ha prestado grandes servicios a la dignidad y a la libertad de miles, millones, de hombres y mujeres, aunque eso a Gallardo y a sus compañeros en este viaje hacia el oscurantismo y la barbarie, les importa lo que les importa. Más bien nada.

Tenemos, eso sí, la duda de si para Alberto Núñez Feijóo y para su familia política, el “trapo” LGTBI, como metáfora de tantas cosas, debiera ser digno de respeto, si puede ser desechado en la papelera de la historia o debiera ser colgado en los edificios públicos en días como éstos. Porque, claro, sucede que unas veces sí y otras no, y así no hay quien se aclare.

Pancarta de Vox en Madrid (Fuente: Canal de YouTube de «Ok Diario»)

No basta, no debería ser suficiente, con decir que “no se es Vox” ni afirmar que “no se piensa como Vox”. A veces, las palabras no son suficientes y se echan de menos los gestos. Ahí está, sin ir más lejos, la presidenta in pectore de Extremadura, María Guardiola, heroína por unas horas y unos días por asegurar con total rotundidad que antes de pactar con Vox se iría a casa y acabar, ella sí, echando su propio y solemne compromiso al cesto de los papeles.

Y es que, a veces, las palabras —como esa de calificar de trapo a la bandera arcoíris al estilo García-Gallardo— pareciera que solo significaran una cosa, pero si, cuidadosamente, les das vuelta, si las acaricias el lomo y te las acercas a la cara para captar todo lo que encierran, sus olores más profundos, entonces, solo entonces, puede que seas capaz de imaginar todas y cada una de aquellas viejas y gloriosas historias que hay detrás.

Más o menos como aquellos viejos trapos que nuestras madres iban doblando y apilando cuidadosamente en un viejo cajón a la espera de iniciar el que sería su último viaje. Su último servicio.

Pepe López

Periodista.

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