Las cosas han empeorado con la llegada de Sánchez abrazado a un Iglesias bolivariano y apoyado por independentistas catalanes, vascos y bilduetarras
No nos equivoquemos. El gravísimo problema que tiene España en estos momentos no son unas cuantas cartas con balas, las primeras de las cuales iban dirigidas a Marlaska, Gámez e Iglesias. Estos incidentes (una vez cerrado lo de la navaja ensangrentada) son algo más que una broma de mal gusto y el Gobierno tiene la obligación de aclarar este episodio de violencia absurda cuanto antes. Es detestable. Pero hay que hacer menos propaganda política y ponerse a la tarea de descubrir y castigar con toda dureza al autor o autores de los hechos. Todo lo que no sea una respuesta policial y judicial es postureo politizado del que quieren sacar rédito electoralista algunos partidos políticos.
Seamos serios. España no peligra por unas cartas de unos cobardes y miserables idiotas que han dejado en ridículo al servicio de Correos. En España han ocurrido y suceden cosas más importantes; muchísimo más graves, en los últimos tiempos de la democracia nacida con la Transición y la Constitución de 1978. Los héroes del 78 están en la memoria de todos y todos los partidos tienen la obligación de sacrificarse por mantener la Carta Magna con la que se cerró al pasado dictatorial franquista y se inició la gran marcha democrática de una monarquía parlamentaria abierta a todos los partidos sin excepción, una etapa precedida de una Ley de Amnistía que, en aras de una reconciliación de las dos Españas renunciaba a hurgar en las heridas del pasado, tanto en las provocadas por el bando republicano como por el ‘nacional’.
Todo iba sobre ruedas con los gobiernos de centro derecha y de centro izquierda de Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo-Sotelo, Felipe González y José María Aznar. UCD, PP y PSOE se comportaban con una normalidad constitucional y con un respeto democrático exquisito, que no estaba reñido con los enfrentamientos políticos ineludibles entre quienes tenían conceptos diferentes de los objetivos a alcanzar y de la forma de materializarlos.
Pero llegó José Luis Rodríguez Zapatero (de forma inesperada) al poder en el PSOE y luego (igualmente de manera no esperada y aupado por los errores del PP en la gestión de la crisis provocada por los atentados terroristas ferroviarios en Madrid) al Gobierno de la nación. Ha sido el peor presidente de Gobierno… hasta que llegó el infumable Pedro Sánchez.

Y es que si Zapatero alumbró (de alumbrar-parir, no de lumbrera) la Ley de Memoria Histórica, Sánchez, con su gran asesora en la materia, Carmen Calvo, ha elevado aquel esperpento partidista y generador de odios en un disparate político, pues eso es lo que se pretende al añadir el calificativo de ‘democrática’ a una ley que solo se ocupa (mejor, ‘se ceba’) en condenar el franquismo, pero pasa por alto los crímenes que se cometieron en la zona republicana durante el negro trienio del Frente Popular, el Gobierno comandado, tras un pucherazo infumable, por socialistas y comunistas, los mismos que ahora se abrazan en el Ejecutivo y los mismos que intentan asaltar la autonomía madrileña utilizando inmoralmente unas cartas repulsivas para un electoralismo degradante.
Para ellos todo vale. La mentira es buena si es útil. No es que confundan la verdad con la falsedad; es que se creen autorizados para decidir lo que es verdad y lo que no lo es; lo que es democracia y lo que no lo es. Sanchistas y podemitas se han montado un chiringuito desde el que dan los carnets de demócratas y de fascistas. Los demócratas son ellos y los fascistas todos los demás, menos sus compañeros de viaje, independentistas catalanes y vascos y los bilduetarras, sucesores de los terroristas que asesinaron a numerosos dirigentes del PSOE socialdemócrata, partido al que ha desprestigiado Sánchez hasta el punto de que antiguos altos dirigentes socialistas (sin dejar el partido) piden el voto para el PP en las elecciones autonómicas madrileñas.
Sánchez produce repugnancia en amplios sectores del antiguo PSOE ahora transformado en vil ‘sanchismo’, sometido al partido comunista. Hace once días, Gabilondo se arrepintió de su moderación socialdemócrata (dijo que una alianza con Iglesias no le dejaría dormir) y se dirigió a él en estos términos: “Pablo, nos quedan doce días para un Gobierno de izquierdas”. Por lo visto Sánchez le habría confesado que ese insomnio no era tal y que dormía a pierna suelta en los brazos de Iglesias. No dijo que ‘España bien valía una misa’, sino que ‘España bien valía una traición al PSOE, a España y a los españoles’. “Ande yo caliente y ríase la gente”. Los españoles no se ríen, pero ¿van a seguir votándole? No lo desean los socialistas con pedigrí como Leguina y otros muchos, ni los intelectuales encabezados por Fernando Savater.
Los razonamientos de Savater son dignos de reproducirse y de ser grabados en pantallas de ordenador y, sobre todo, en el cerebro y el corazón de todos los españoles de buena voluntad y de mejor cabeza. Recuerda (a propósito del lema electoral de Ayuso, ‘comunismo o libertad’) que la transición se gestó “entre comunistas liderados por Carrillo y la derecha proveniente de la dictadura franquista, los denominados fascistas”.

Aquel milagro fue posible porque “tanto comunistas como fascistas dejaron de serlo convirtiéndose en socialdemócratas o conservadores radicales pero democráticos. No es el caso de los que hoy reclaman el título, sin suponer que vayan a traer gulags ni Paracuellos. Reviven los peores remedios para los males del presente”.
“Si lo contrario a ese comunismo intervencionista, que enfrenta lo público con lo privado y manipula identidades, no es libertad, se le parece mucho… A Ayuso la acusan de polarizar quienes consideran progresista el Gobierno de coalición de Pedro Sánchez, formado por el PSOE y Podemos, un Ejecutivo sostenido por separatistas y bolivarianos de guardarropía, cuya única ideología consiste en proclamar que la derecha nunca pasará”.
Savater estima que, para el 4-M, hay candidatos ‘estimables’ como Edmundo Bal o el propio Gabilondo, si bien, acerca de este último y refiriéndose a la intromisión electoralista de Pedro Sánchez, recuerda el Cantar de Mío Cid: “¡Qué buen vasallo si tuviese mejor señor!”.
Amén.
Comentar