Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

«Todo el mundo contra mí»: la victimización como razón de ser

Fotografía: Luis Molinero (Fuente: Freepik).

“Todo el mundo va contra mí” o “siempre actúan, sin conocimiento, en perjuicio de mis decisiones” son algunas de las expresiones que podemos escuchar en algún momento en nuestra sociedad. Vivimos en colectivo, donde no siempre es fácil desarrollar nuestra individualidad. Decía la escritora y filósofa Simone de Beauvoir en Le deuxième sexe (1949) que “ser libre es querer la libertad de los demás”, una afirmación en sintonía a la más extendida “la libertad de uno termina donde comienza la libertad de los demás”, que insiste en la necesidad de encontrar el equilibrio entre las piezas de nuestro entorno. Nos guste o no, por mucho que nos lamentemos, debemos ejercer una postura vital de conciliación donde dejemos al lado continuos reproches hacia nuestra libertad o libre albedrío para asumir que la red de nuestra existencia se resiente si alguien decide por los otros o intenta condicionarlos.

De mi experiencia vital me quedo con el retrato de dos posturas frente a la cotidianeidad: las personas que asumen que no todo es blanco y negro y que, por lo tanto, hay que encontrar puntos de conexión donde todo el mundo encuentre su propio espacio, y las personas que no ceden su punto de vista e intentan imponer el suyo o, si no lo consiguen, recurren a la victimización como sustento de su realidad. Es así como surgen sentencias como “si no me dais la razón, estáis contra mí”. Craso error a la convivencia si entendemos que la divergencia o la contraposición de distintos puntos de vista no caben en nuestro entorno y buscamos localizar la culpa del conflicto siempre en los otros. Conozco situaciones en las cuales la persona victimizada recurre a expandir, como aceite en una superficie llana, su situación para ampliar el estado de opinión, incluso fuera de su ámbito de acción, con explicaciones mediatizadas, buscando unas reacciones de comprensión descontextualizadas que amplíen falsamente los errores de su argumentación. Si yo soy víctima del sistema, que lo conozca todo el mundo, hasta poder ampliar el efecto de sus lamentos y de difamación del resto de miembros de su entorno.

Nos encontramos, pues, en una especie de “teatro social”, en palabras del sociólogo Erving Goffman en La presentación de la persona en la vida cotidiana (1959), donde las personas desempeñan roles y se presentan de manera estratégica para gestionar las impresiones que causan en los demás. Quien actúa de manera recurrente con la manifestación constante de los agravios que todo su entorno ejecuta contra su persona, puede estar ofreciendo una necesidad de validación que recupere su autoestima. Quien actúa de esta manera, puede sentir herida su autoimagen y provocar una reacción defensiva. Todo ello con una dificultad evidente de aceptar la crítica que le impide afrontar el debate o la contraposición de ideas. Si a ello sumamos la falta de habilidades para manejar el conflicto, donde, por ejemplo, se siente fuerte a nivel escrito, pero no en situaciones directas de oralidad, la incapacidad para encontrar un punto medio o aceptar la discrepancia puede llevar a sentirse victimizado.

Estamos frente a un problema de convivencia social cada vez más habitual en grupos de trabajo o de residencia; los conflictos, por mínimos que sean, se amplifican al máximo por interés de quien no sabe gestionar sus habilidades y emociones hasta convertirlos en situaciones extremas. La sensación de percibir un punto de vista contrario al propio puede provocar en estos individuos la percepción de la pérdida de control, lo que les conduce a la respuesta de victimización para recuperar ese sentido de falsa normalidad. Para evitar estas situaciones que, en un mundo competitivo como el actual, es imprescindible fomentar la convivencia y la resolución correcta y equitativa de los conflictos; deberíamos potenciar los valores del debate y de la voluntad de conocer los puntos de vista de cada interviniente en la red de nuestro entorno. Potenciaremos, así, la felicidad en nuestra sociedad tras darnos cuenta de que la huida hacia la victimización no es sino una reacción inmadura de quien se aísla por no obtener el apoyo a sus decisiones por válidas que sean desde su pensamiento.

Dejemos, pues, las reacciones llenas de ira o de rencor —las famosas rabietas de nuestra infancia— cuando observemos que no nos han dado la razón. Pensemos que, si todo el mundo piensa lo contrario, tal vez no hemos actuado lo adecuado para la situación requerida. Relativicemos, pensemos en empatizar con el resto; así podremos abordar los retos del día a día con un sentido de la responsabilidad y la potenciación de nuestra felicidad. La contraposición de ideas nos enriquece, en tanto que podemos contrastar las interpretaciones de la realidad desde múltiples puntos de vista. Así dejaremos de perder el tiempo buscando batallas inútiles a nuestro alrededor que, de lo contrario, irán aislándonos más y reforzando el sentimiento egoísta de la victimización. Una buena consideración para emprender los retos del nuevo año que estamos a punto de inaugurar.

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

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