No recuerdo bien si fue el verano que había cumplido 13 o 14, pero desde luego fue el primer verano que trabajé. Era un restaurante espectacular, seguramente el más bonito que hubo en la Costa Blanca. En Amerador, el conocido como «el de al lado del chino». Tenía restaurante, una terraza justo sobre el mar y una piscina grande en plan Florida con bar dentro y todo. Una pasada. Además, bajo la terraza, había unos barquitos donde te podías echar un rato frente al mar por la noche, solo o mejor en compañía.
Eran siete días sin descanso y 10 horitas de nada por 3000 pesetas a la semana. Una mierdecilla de sueldo y, por supuesto, sin asegurar; eso no se hacía. Pero aprendí cosas como a barrer a conciencia, a poner un Martini (cosa que todavía me pide mi suegra Carmen los domingos) y a saber que para tratar con el público tienes que tener actitud y buen carácter, que era justo lo que les faltaba a los dueños de aquel súper sitio que se llenaba cada noche pero los clientes no repetían mucho por esa prepotencia que tienen algunos hosteleros. Es un oficio muy difícil y sacrificado. Ya saben aquel proverbio oriental «si no sabes sonreír, no pongas una tienda».
La Coveta, Amerador, Cala Piteras y los Colos eran un lugar mágico, una parte de esa costa campellera que tiene tanto potencial que nadie lo entiende. Ese pueblo es tres veces Montecarlo y en mucho mejor lugar. Un espacio donde conservamos amigos de verano y recuerdos de sol, sal, besos y calma. Una maravilla.
Pero hablaba de trabajo de verano. Después de aprender que trabajando me podía pagar la gasolina de mi Derbi Variant sin pedir nada a mis padres, empecé en el increíble y siempre apasionante mundo de lo que hoy se llama Comunicación y Marketing, antes Publicidad y Relaciones Públicas y ahí sigo sopotocientos años después.
Liberación Campello, con Manoli, Campayo, José Manuel… Liberación Alicante, en la avenida de Alcoy, con el ínclito Pascual, con Miguel, Soriano; luego Bugatti con Pitu (qué grande) Hidalgo, Claro, y demás; Morasol Costa, Pachá San Juan, con Isidro y David y otros tantos sitios vieron mi poca o mucha capacidad de trabajo organizando fiestas de todo tipo (que ahora se llaman eventos) y me lo pasaba bien y nunca me metí en líos. Anécdota curiosa: organicé un desfile de Don Algodón y Don Algodoncito con Tito y en él desfiló una chica con la que me casé hace dos semanas :).
Me vino a la cabeza todo esto porque nuestros hijos están pensando en trabajar este verano; no sé si lo harán, pero es una muy buena escuela, sobre todo si eres joven, porque aprendes a que te manden, a veces sin razón o eso te parece, también a estar con gente que no te tiene que querer, que te la tienes que ganar, donde tienes que demostrar desde el día uno que eres imprescindible, donde o trabajas en equipo o estás perdido, donde tienes que mejorar lo que te encuentras si quieres que te consideren y sigan contando contigo.
Además de trabajar y aprender, no olvidar que el dinero no es lo único y que no te ciegue y que, de momento, hay que seguir formándose. Muchas enseñanzas que en un verano puedes adquirir y encima te pagan. ¡Vamos! A ver si nos hacéis el regalo de una compra semanal en Mercadona. Tengo dudas.
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