Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Debatiendo

Tener o no tener razón

Fotografía de Wayhomestudio (Fuente: Wikimedia).

Cuando empecé a ejercer mi profesión de abogado, lo primero que aprendí es que en la vida y, sobre todo, en los pleitos no basta con tener razón; es preciso además saber alegarla, después probarla y, finalmente, ¡que se la den a uno! Posiblemente, a lo largo de los años, he comprobado que ‘el corazón tiene razones que la razón no entiende’.

La mayoría de las veces, en nuestras relaciones con los demás echamos mano de nuestra inteligencia, de nuestro saber y juzgamos: creemos (y tal vez sea cierto) que tenemos razón y tratamos de imponer nuestro parecer, en demasiadas ocasiones, de forma tenaz e incluso incorrecta, basándonos en cálculos puramente intelectuales y en virtud de lo que nos parece, apariencias que pueden ser ajenas a la realidad.

Ocurre incluso entre personas unidas por el lazo indisoluble de la fidelidad matrimonial, que, con mayor frecuencia de lo conveniente, discuten entre ellas sintiéndose ofendidos porque ambas creen tener razón. Se cuenta de un matrimonio que, un domingo, marido y mujer, habían salido de casa angustiados, ofendidos recíprocamente porque según su razón —la personal de cada uno de ellos— el otro se había comportado injustamente. Con ese resentimiento, ambos acudieron a misa. En la homilía, el sacerdote aludió al encuentro de la ‘sabiduría’ de Nicodemo —la razón perfectamente organizada— con el corazón de Jesús, que pensaba de manera distinta y le pedía que abandonara sus cálculos puramente intelectuales y ‘volviera a nacer’ o, lo que es igual, que enfocara su vida y las relaciones con los otros y con Dios según el amor.

Esa alusión del sacerdote al pasaje evangélico fue para los jóvenes esposos todo un descubrimiento. Entendieron que, si no aprendían a amarse antes de priorizar si tenían o no razón, nunca podrían sentirse en paz entre sí. Habían salido de casa ofendidos y esperando la ocasión propicia para pedirse perdón y resulta que, después de escuchar la predicación en la misa, ambos sintieron la necesidad de pedirse perdón. Entendieron que su modo de juzgar sin amor era mucho peor que la posible ofensa que su marido o, en su caso, su mujer, le había podido hacer.

En la actualidad, no me cabe la menor duda de que hemos dado una importancia desmesurada a la razón. Primero porque amar, estar en paz y convivir alegremente es mucho más importante que tener razón. Y, en segundo lugar, porque de cada diez veces que decimos ‘yo tengo razón’ nueve estamos imponiendo nuestro punto de vista sin molestarnos siquiera por ver el del contrario.

Cuando dos riñen no importa quién tiene y quién no tiene razón. Lo único urgente es conquistar la paz. Más tarde dará lo mismo saber quién tenía razón, porque lo absolutamente cierto es que nunca hay razón para reñir; nunca la hay para dejar de amarnos los unos a los otros, que es el mandamiento nuevo que Jesucristo nos dejó.

María José Gil Santos

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