Cuando lo de viajar y conocer otras tierras era exclusiva para unos pocos, supimos pronto, mayormente por la magia del cine y por los spaguetti western, que no era necesario ir a países lejanos para adentrarse en aquellas imágenes de tierras resecas e imposibles. Nosotros también teníamos de eso. Éramos tan completos, tan autárquicos, que hasta presumíamos de un trocito de desierto. Ahí estaban Almería y sus viejos poblados del Oeste mostrando al mundo de lo que éramos capaces. Actores de la talla de Clint Eastwood, Brigitte Bardot, Anthony Quinn, Gary Cooper o Sean Connery filmaron allí algunas de sus historias más populares, besaron el polvo de sus montes pelados, se tostaron en su sol antes de que el sol-y-playa lo invadiera todo.
Era —bien que lo recordamos— aquel tiempo cuando la propaganda del régimen nos insistía en lo felices y completos que éramos, cuando fuimos el orgulloso escenario para las historias de otros. Era nuestra forma de estar en el mundo. Alquilar la tierra reseca a cambio de un puñado de dólares, a veces solo por un mendrugo de pan para rellenar estómagos vacíos o para ahuyentar por unos días las carencias más elementales. Y, claro, también por presumir de un rinconcito en los títulos de crédito de la galaxia de los sueños que era por entonces el cine en pantalla grande hollywoodiense… aunque estuviera filmado en el desierto de Tabernas.
Un reciente estudio del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) lo deja muy claro y nos recuerda que lo que fue y parecía un dulce sueño puede también acabar en pesadilla: “Fabricamos desiertos”, concluye uno de los investigadores del instituto científico, a la sazón Jaime Martínez Valderrama. Y estos desiertos —según conclusiones del propio estudioso— siguen avanzando donde ya avanzaban hace mucho, Almería y Murcia, tan cerca pero tan lejos. Pero ahora sucede que también hay datos relevantes de los últimos veinte años para concluir que Alicante forma ya parte poco honrosa de este club de quemados.

Hoy, a pesar de que esa misma realidad paralela en la que andamos inmersos no nos deja mirar esa otra que nos circunda, sabemos que Alicante empieza a parecerse un poco a Almería y a la vecina Murcia. Los datos son precisos y claros. El avance de la desertificación era y es más que evidente en la provincia de Almería, que sumaría 3025 km2 de suelos áridos (un 34 % de la extensión total de la provincia); no menos grave sucede en Murcia, con 2983 km2 de afección (un 26 % de su territorio), pero ya asoma peligrosamente las orejas por Alicante, con unos 733 km2 de suelo potencialmente desertificado, aproximadamente un 13 % de su territorio. Y a muy larga distancia quien sería la cuarta en esta pirámide invertida que ocupa Granada, con “solo” 53 km2 afectados por esta erosión sin retorno de sus suelos.
Pero que no cunda el pánico. Que nadie se preocupe. Este tema —como otros tantos— apenas figura en las agendas públicas de sus gobiernos y de sus gobernantes. Raramente oirán a los líderes políticos de Murcia y/o de Alicante hablar de la cuestión, de su preocupación por las consecuencias que la galopante desertificación pueda tener para con sus habitantes, para su propia economía futura. Es más, se diría que a ellos lo que les va es más lo del agua, lo del agua-para-todos que siempre aparece cuando hay problemas al fondo. Nada de centrar el debate, organizar simposios para ver qué hacer, cómo afrontar la situación. Eso —deben pensar— son solo cosas del CSIC y de los cuatro locos de siempre. Simples titiriteros de la ciencia.
Está claro que prefieren —preferimos— no mirar, que preferimos pensar que seguir enladrillando hasta el último metro de la costa es la solución y el camino para parar el avance de la tierra reseca. Y, claro, siempre nos quedará Hollywood. Hacer de Alicante un Almería bis. Alquilar la tierra cuarteada y reseca. Convertirnos en una suerte de inmenso plató alienígena para los sueños de otros. Nada nuevo. Y ya puestos a imaginar, reinventar el viejo eslogan del Alicante, mar y montaña. Solo bastaría con añadir un par de palabras: Alicante, mar y montaña… y desierto.
Es menos redondo. Demasiado largo quizás, no tan cool, cuesta más de pronunciar, pero sería como anticiparnos a lo que nos viene para seguir soñando que nada —ni nadie— nos podrá parar en lo que hemos decidido que queremos ser. Seguir soñando con que, por mal que vengan dadas, siempre nos quedará la gran oportunidad de alquilar la sedienta tierra para las películas de otros. Para el negocio de otros. Sucedió una vez, nada impide que vuelva a pasar.
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