Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

Sol, mucho sol (y dos mares)

Campaña de promoción de la Costa Cálida de Murcia con Carlos Alcáraz (Fuente: canal de YouTube de Turismo de la Región de Murcia).

Hubo un tiempo en el que las cosas parecían estar en su sitio. Las estaciones iban unas detrás de otras, el invierno tras el otoño, la primavera era la suave puerta de entrada al verano, el tránsito al otoño era pausado, pero ahora todo eso como que ha cambiado. Así, asistimos a imprevistos veranos en medio de la primavera, llueve cuando no se necesita, como a destiempo, y mientras todo eso ocurre los únicos que parecen que no se han enterado son algunos de nuestros dirigentes, que actúan como si todos estos fenómenos no estuvieran sucediendo. Negacionistas del sentido común. Imprudentes chóferes de convoyes que viajan hacia el desastre.

En Atenas, cuya economía depende en gran medida del turismo, de la historia, de las piedras viejas que hablan de las historias de siempre, le han debido ver las orejas al lobo y desde hace un tiempo que han creado una concejalía del Calor, tal como suena, para adaptarse a los nuevos tiempos, para tratar de acompañar estos incontrolables cambios de humor del propio tiempo que ponen en peligro su principal fuente de riqueza. ¿Se imaginan algo así en Alicante, en Murcia, en Valencia, en Madrid? ¿Una concejalía del Calor? Aquí, por los hechos vistos, por los silencios cómplices, casi que preferimos no mirar, hacer como que nada pasa, ser bizarros, auténticos. Esas cosas de que tanto monta monta tanto.

Un familiar cercano, geógrafo por más señas (gracias Jesús) y que no vive en Alicante, me hacía llegar estos días un gráfico con las temperaturas nocturnas mínimas del pasado mes de julio en Alicante comparadas con las medias entre los años 1991 y 2020. La nota de WathsApp iba acompañada del siguiente texto: “No sé como podéis vivir en Alicante. Es horrible”. Efectivamente, mirando el gráfico, mirando las mínimas del mes que se acaba de ir, solo cabría una conclusión, una respuesta: efectivamente, es horrible. Un incremento medio de unos 4 grados en la temperatura mínima en las noches de todo el mes de julio no debería ser un hecho menor. Debería dar que pensar. No a nosotros, bizarros y resueltos como somos.

En la vecina Región de Murcia, sus autoridades parece andan aún en el mismo anteayer cuando presumen de “Una región con dos mares y mucho sol”. Sí, mucho sol. Ese es el acento de uno de sus eslóganes más conocidos de este verano con el tenista Carlos Alcaraz como principal reclamo. Ya puestos, tampoco dicen —aunque lo sabemos— que uno de esos dos mares, el mar Menor, anda todo él moribundo, consecuencia mayormente de esas políticas extractivistas del “pan para hoy que mañana Dios proveerá” y que patrocinan los mismos que pagan el anuncio. Y seguro que no se han puesto a pensar que todo, incluido el viejo “Sol y playa” tomado en exceso, puede tener efectos secundarios. No están (aún) en eso. Amenazan, presiones de Vox por medio, con derogar las timoratas leyes proteccionistas puestas en marcha en la laguna salada.

La realidad es que (por sus hechos los conoceréis) en Alicante, Madrid, Murcia, en Caravaca, mi pueblo, y en la gran mayoría de las ciudades de este país, se siguen cortando árboles que llevan decenas de años plantados como si no hubiera un mañana, para — dicen— dejar sitio a los “terrazaplanistas”, esa nueva religión que está arrasando los centros de las ciudades como plaga de langosta y que, a veces, va mucho más allá.

En Elche —eso también lo sabemos porque lo han dicho ellos y no lo ocultan— el nuevo equipo de gobierno PP-Vox quiere cerrar carriles bici y reabrir las puertas a los coches con toques de corneta y presencia de la banda municipal. Es como si prefiriésemos combatir las consecuencias del cambio climático con fuego. Gasolina a la hoguera. Si hay que optar, claramente, preferimos arrancar árboles, cementar avenidas, reasfaltar calles, facilitar el paso a los coches. Que se lo digan, si no, al alcalde Alicante, Luis Barcala, declarado enemigo público del colectivo vecinal Salvem el Nostre Patrimoni que no para de denunciar el sistemático y calculado arboricidio que se está acometiendo en la ciudad. Echar una mirada a sus publicaciones en Facebook es toda una carrera hacia el horror y a la desesperanza. Dan ganas de ponerse a cubierto.

Proyecto de la autopista sobre el río Turia (Fuente: iAgua).

Seguramente no serán muchos los que sepan y recuerden —¡hoy la memoria es tan escasa!— que, no hace tanto, un megaproyecto urbanístico pretendía utilizar el viejo cauce del Turia para plantificar a lo largo de sus diez kilómetros de recorrido toda una autovía de gran capacidad (aviso, la imagen que acompaña este texto no está sacada de una novela distópica). Era aquel un proyecto tan real como la vida misma, un proyecto que estuvo en un tris de llevarse a cabo, que así venía reflejado en el ordenamiento urbanístico de la época, que partía la ciudad en dos, el sueño húmedo de todo loco automovilista: poder cruzar la ciudad a 120 km/hora sin miedo a ser denunciado.

Solo el empeño de algunas asociaciones vecinales y algunos colectivos al grito de El llit del Turia es nostre i el volem verd impidió semejante atrocidad, que se consumase el gran urbanicidio, si se me permite el palabro. De eso, de ese pulmón gigante que hoy permite respirar a Valencia y del que ahora celebramos su 35 aniversario, va la cosa. Parece que fue hace mucho, pero fue ayer mismo, solo 35 años. De haberse planteado el dilema en el hoy, con algunos de los dirigentes del presente, cabe preguntarse cuál habría sido la respuesta. Miedo da solo el pensarlo.

Mientras estas cosas ocurren por aquí cerca, algunas ciudades europeas —Friburgo, Oslo, Amsterdam, Hannover, Copenhague…— llevan décadas recorriendo el camino inverso, el de la naturalización, el de la sostenibilidad, el de hacerlas respirables, paseables. Mirar las fotografías de esas mismas ciudades hace solo15-20-30 años y mirarlas ahora, casi irreconocibles y para bien, hace aflorar la envidia, pero de la sana. Han creado amplios paseos verdes donde antes existían grandes autovías, han recuperado para el disfrute cientos de miles de hectáreas de paseos litorales que estaban al solo servicio de la entrada y salida del coche particular; han ido, en fin, patrocinando políticas que destierran ese mismo vehículo privado de sus corazones, de sus barrios. Ciudades para quienes las habitan.

Pero aquí, en Alicante, en Murcia, en Madrid, ya lo señalamos antes, seguimos empeñados en llenar de terrazas el ancho de las calles. Preferimos el pan para hoy. Preferimos pensar que la alarma por el calor de estos días —especialmente de las noches— solo son cosas de cuatro chalados. Que lo que importa, en verdad, es la libertad. De tomarse una cañas, de seguir fumando en la terrazas, de llenar de ruido las calles, de expulsar a los vecinos de sus casas de siempre por el bien del negocio, de dejar sin regulación los apartamentos turísticos, de convertir las ciudades en parques temáticos de usar y tirar. Preferimos, claramente, el calor. Nos cansa el pensar.

Ver titulares como ese de hace unos días en El País basado en un estudio realizado en diez países europeos y que alertaba de que, producto de este cambio climático que no vemos, en un solo un año había caído un 10 % el número de turistas que preparaban sus vacaciones mirando al Mediterráneo, no es cosa rara; o ese otro de que para los alemanes España no es ya su principal destino. Pero aquí preferimos mirar toda esta fenomenología climática con distancia. El desdén del ignorante.

El Consell suprime la prohibición de fumar en las terrazas (Fuente: gabinete de Comunicación de la Generalitat Valenciana).

Más titulares de estos días: “El mar y la contaminación se comen la playa de Badalona” ; “El litoral catalán se queda sin playas”, están también ahí y tampoco son distópicos. Pero pareciera que nada de eso tiene mucho que ver nosotros, que son problema de otros, aunque esos otros estén tan cerca. Aquí seguimos a lo nuestro, a lo de siempre, cementando, alquitranando, poniendo mesas para turistas donde antes había árboles y alcorques. Seguimos pensando que las estaciones seguirán yendo y viniendo de forma pausada, una detrás de otra y como si nada, que las noches tórridas son solo un mal sueño de verano. Aquí seguimos apostando todo al mucho sol y a playas que solo existirán en las ajadas postales del ayer.

Pero no pasa nada. Otra vez estamos de enhorabuena. Los fumadores hacen palmas, pues la Generalitat Valenciana acaba de abrirles la veda para que las terrazas dejen de ser espacio sin humo, porque —dicen— otros lo habían hecho ya. Que esto haya ocurrido bajo el auspicio e impulso de todo un conseller de Sanidad, Marciano Gómez, atendiendo las demandas del sector turístico y desatendiendo a los consejos y requerimientos de las sociedades científicas, que pedían justo lo contrario, que el duro camino recorrido por la pandemia no se desandase, da también mucho que pensar.

Todo ello, seguramente, son claros síntomas de que aquí el mucho calor, el exceso de sol, las noches tórridas que arrastramos, la contaminación de los tubos de escape, la falta de sombras, la gentrificación y expulsión de los viejos vecinos de los centros urbanos tradicionales, no son un problema. Aquí, claramente, lo que queremos es que haga mucho sol. Tanto, que puede que acabemos abrasados por sus políticas negligentes, criminales y cortoplacistas. Ya saben, “Dos mares, mucho sol”. ¡Que inventen ellos!

Pepe López

Periodista.

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