Compartirán conmigo que vivimos tiempos de sorpresas: las encuestas fracasan estrepitosamente; todos los partidos ganan las elecciones, todos; los líderes cada vez duran más, se perpetúan en una opinión pública que carece, cada vez más, de la mínima cultura para ser objetiva y no manipulable. Estamos presenciando un mundo donde todo es importante, hasta la más nimia estupidez, todo es imprescindible y todos somos únicos, inigualables y nos medimos por followers, likes y matches.
Hace poco estuve en un evento donde nos reuníamos los mismos de siempre con nosotros mismos, como siempre. Me encanta cómo lo hacen algunos de los organizadores, son muy buenos y tienen un gran poder de convocatoria y además, estos eventos son verdaderamente útiles, sobre todo si eres un profesional del canapé y de las RRPP. Pero les confieso que siempre me siento solo en los eventos. Debe ser porque he organizado muchos y sé lo difícil que es coordinar, organizar y agradar y que encima te salga bien; conozco a grandes profesionales de esto y aquí tenemos de los mejores de España, se lo prometo.
Al poco que termino de saludar, me quedo siempre observando a aquellos que más se esfuerzan, que más se mueven, que posan como profesionales y que parece que todos les caen bien. Siempre pienso por qué estarán allí, si tienen su gran empresa, su tiempo tan limitado que es imposible que contesten a un email, si son profesionales de tal éxito que es absolutamente inaccesible hablar con ellos y menos verles y, sin embargo, no se pierden uno, van a todo y se lo curran como campeones.
Esto me hace pensar en la soledad del denostado empresario. Tal vez sea por eso que nunca digo que no a quien pide verme. Recuerdo la anécdota de David Ogilvy, el gran publicitario, que despreció su reunión con aquel emprendedor que le pedía cita y que en pocos años se convirtió en el rey mundial de las fotocopias Rank Xerox. Nunca hay que despreciar a nadie por pequeño que sea o parezca. Ha venido gente a verme desconocida y ha cambiado mi empresa, he escuchado cosas de quien ni sabe que ha cambiado mi vida. Hay que estar abierto al mundo. Nos creemos abejas reinas y no somos más que un simple y repetido bicho.
Este del evento era tal su despliegue que analizando al sujeto lo entendí: nadie lo sabe… nadie sabe de su importancia, que es grande en su fábrica o nave, con sus súbditos o empleados, quizá con su familia que le teme y/o adora, pero nadie más sabe de su poder, su dinero y su inteligencia o habilidad natural que lo llevó al triunfo. Por eso tiene que venir, hacerse fotos, moverse cual anguila para que la gente pregunte: «¿Quién es ese?», y le digan: “es el dueño de…”. “Aaaah”.
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«Nos creemos abejas reinas y no somos más que un simple y repetido bicho». Entresaco es frase de tu muy bien argumentado artículo como si fuera de autoyuda, que lo es. Pero en la vida en los negocios o en las artes: «Si tú no te empoderas, o no te creer tu arte o tu mensajes, no podrás convencer a nadie «. Un abrazo.
a fin de cuentas la abeja es reina en su mundo
Para saber ‘estar’, primero hay que ‘ser’. Un abrazo.
ser, estar o perecer
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