Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Opinión

Si Stendhal hubiera tenido un móvil

Fausto Morillas, Serie "La realidad paralela".
"J'étais déjà dans une sorte d'extase, par l'idée d'être à Florence, et le voisinage des grands hommes dont je venais de voir les tombeaux. Absorbé dans la contemplation de la beauté sublime, je la voyais de près, je la touchais pour ainsi dire. J'étais arrivé à ce point d'émotion où se rencontrent les sensations célestes données par les beaux-arts et les sentiments passionnés. En sortant de Santa Croce, j'avais un battement de cœur, ce qu'on appelle des nerfs à Berlin; la vie était épuisée chez moi, je marchais avec la crainte de tomber".  (Œuvres complètes de Stendhal. Rome, Naples et Florence. Tome 1)

Me gustaría poder sentirme Stendhal por un día. Pasear por la Plaza de la Señoría, caminar por las calles empedradas de la ciudad, asomarme al Arno desde el Puente Viejo, y cruzarlo pausadamente por el de Santa Trinidad, resguardarme del sol bajo los soportales de entrada a la galería de los Uffizi, y pasear luego la vista hasta que se me erice la piel por sus salas y sus corredores, empaparme de arte, y volver al exterior, si es que entre lo que hay dentro y lo que hay fuera pudiera una encontrar frontera en esta hermosa ciudad, cubrirme el cabello con una elegante pamela que dé sombra a mis ojos y cuidado a mi mirada, acompañarme de una sombrilla que me proteja la cabeza del sol y me sirva, al tiempo, de apoyo y soporte.

Y alcanzar, todavía indemne, los escalones de acceso al interior de la Basílica de la Santa Cruz con los poros de la sensibilidad frente al cúmulo de la belleza al límite de su capacidad de asimilación. Adentrarme entre sus muros con la levedad del caminar en estado de recogimiento. Extasiarme en la mirada. Dejarme cegar por la explosión de la luz cruzando la voluptuosidad de color de las vidrieras. Echarme a temblar. Y desmayarme de emoción frente a la sublime hermosura de la conjunción de lo bello en este espacio de fe, de arte, de humanidad.

Y, sin embargo, no soy sino una más en esta larga cola de turistas bajo el sol de la Toscana, sin ningún síndrome aparente ni más desmayo que el que pueda provocarme el calor; ataviada con unos vaqueros demasiado gruesos para esta tarde de julio italiano, en qué estaría yo pensando cuando he descartado esos vaqueritos blancos ligeros que me sientan tan bien; disfrazada, porque realmente no podría utilizar otra palabra para describirme vestida de semejante guisa, con una gorra al estilo de los jugadores de golf, cuya visera me obliga a bascular constantemente las cervicales, y que me está produciendo un terrible dolor de cabeza. Cargo, además, con bolsas de regalos para mis sobrinos que he pagado a precio de oro, a pesar de que sé que la semana de Italia llegará muy pronto a los grandes almacenes en los que desemboca mi calle y allí podré comprar, sin pagar, sin cargar, todas estas mismas cosas. Y, para colmo, apenas me queda batería en el móvil ¡tantas, tantas fotos! Tendré que borrar la mayoría, pero no ahora, ahora necesito la batería que aún tengo para poder hacer fotos de este … ¿qué tocaba ahora? ¿palacio? ¿iglesia? Scusi … no, claro, no es italiano, disculpe, excuse me, what is this queue for?

El turista de hoy mira a través del móvil y no ve nada, únicamente lo que queda atrapado entre los límites de la pantalla, imágenes sazonadas con la luz, el color, brillo, intensidad y dimensiones que le ofrece, a demanda, el roce de sus dedos sobre el cristal. No mira, no ve. Captura, se apodera, se aprovisiona, como si estuviera en una partida de caza, de cuanto alcanza la mirada del ojo en el que ha convertido el objetivo de su cámara.

Además, sabe mucho. En realidad, cuando llega a su destino ya lo sabe prácticamente todo. El viaje ha nacido mucho antes bajo el resplandor de las imágenes que muestran las redes sociales. De pronto, en la palma de la mano, se abre ante nosotros un paisaje bellísimo, una ciudad pulcra y vacía, un atardecer apoteósico, un camino junto al precipicio, un aeropuerto apacible … El algoritmo ha iniciado la puesta en escena de su truco de magia. Abracadabra, ahí lo tienes, te dice, ya sabía yo que estabas pensando justo en esto. Y comienza el bombardeo de fotos, vídeos y comentarios que recomiendan un lugar que, según parece, nadie ha conocido como quien nos lo cuenta, en absoluta primicia, como si fuera un auténtico descubrimiento. A partir de ese momento, no nos dejará ya en paz y todas las fuerzas del lado oscuro de lo virtual se conjurarán en un asedio implacable y preciso hasta vencer nuestra voluntad. No sabemos en qué momento nos metimos en la boca del lobo. Quizás haya sido por culpa de esas zapatillas de deporte que compramos por internet, o una búsqueda fugaz sobre el tiempo en este o aquel lugar del mundo que, por pura curiosidad, hicimos una noche de calor buscando el consuelo que da saber que el frío todavía existe, aunque nos parezca inalcanzable. Quizás, y da miedo el sólo hecho de sospecharlo, la razón de que el algoritmo haya puesto sus ojos en nosotros nace de una conversación íntima con el teléfono móvil demasiado cerca.

Fausto Morillas, Serie «La realidad paralela».

Turistas. Todos somos turistas. Hablamos de ellos como si los turistas fueran otros, y no nosotros, como si nunca nuestros pies se hubieran arrastrado por calles y paisajes ajenos, hollando vida y residencia de otros que son, al mismo tiempo, turistas en algún otro momento, en algún otro lugar. Si nos alejamos y lo observamos con perspectiva nos daremos cuenta de que es como mirarse con un espejo en un espejo y ver reproducida la misma imagen, atrapada en una espiral, girando hasta el infinito, y nosotros, pequeños, ínfimos, un punto fijo arrastrado por el movimiento concéntrico, como si hubiéramos traspasado la realidad para caer en uno de esos sueños en blanco y negro al que nos lanzan los cuadros de Escher.

Y, al despertar, solo nos queda un antipático dolor de cabeza que achacamos al calor, y una cantidad desmesurada de fotos desordenadas, la mayoría repetidas, algunas hermosas, las más destinadas a morir lentamente en la papelera virtual. Y el algoritmo, al acecho, organizando nuestras próximas vacaciones.

(*) Œuvres complètes de Stendhal. Rome, Naples et Florence. Tome 1 / texte établi et annoté par Daniel Muller ; préface de Charles Maurras | Gallica (bnf.fr)

Cristina Llorens Estarelles

Bibliotecaria de la Escuela Europea de Alicante.
Subdirectora de Documentación Instituto Juan Gil-Albert (2015-2019).

6 Comments

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    • Estimado Francisco, muchas gracias por tu lectura, y por tus palabras , me hace muy feliz saber que has disfrutado con el texto. Un saludo, Cristina

  • No soy tan pretencioso como Mas-Magro. Sí, el tuyo es un ejercicio literario casi tan bello como debe ser la Florencia que sólo conozco virtualmente. Un abrazo, so privilegiada.

    • Querido Ramón, gracias por tu lectura y por tus palabras, mi lector fiel. Me alegro de que te haya gustado este, como bien dices, ejercicio literario, con un toque de ironía y de crítica de una triste realidad. Yo también me conformo con el recuerdo impreso en mi memoria de la Florencia por la que paseé viendo las fotos reveladas, con la ilusión que conllevaba todo el proceso, y siguiendo el relato, cargado con las mismas dosis de ilusión, del viaje que hizo mi hermana hace muchos años. Para todo lo demás, imaginación y diccionario 🙂 Un abrazo, Cristina

  • Le felicito por haber dado en la diana con talento acerca de este efecto perverso del turismo masificado a la vez que atontado. Ya uno no se atreve a salir a viajar. C´est bien dommage.

    • Estimado Carlos, gracias por su lectura y sus palabras. Sí, es muy triste. Precisamente ahora que casi cada emoción tiene un síndrome asignado, es una pena haber perdido el que tan bien define el desasosiego y la conmoción frente a la belleza, al que dio nombre Stendhal, quien tanto sabía del poder de la hermosura del arte, de la música y de la palabra. Un saludo, Cristina