Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Educación

Romper el silencio: la educación, elemento clave para erradicar la violencia

Fuente: Instituto de la Mujer.

Cada 25 de noviembre, el mundo dirige su mirada hacia una de las heridas más profundas y persistentes de nuestra sociedad: la violencia contra la mujer. Este día internacional, dedicado a promover la eliminación de la violencia contra la mujer, no es simplemente una fecha en el calendario, sino una exigencia inaplazable que obliga a reflexionar acerca de las desigualdades de género que, lamentablemente, siguen arraigadas en todos los rincones del planeta. Según datos de Naciones Unidas, aproximadamente una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido violencia física o sexual por parte de su pareja en algún momento de su vida. Esta cifra, humillante para la humanidad, pone de manifiesto la magnitud de un problema estructural y transversal, de naturaleza multifactorial, que debe ser tratado desde todos sus frentes.

La violencia contra la mujer se manifiesta de múltiples formas: física, psicológica, económica y, en un mundo cada vez más digitalizado, a través del ciberacoso y otras formas de violencia en línea. Estos comportamientos, muchas veces normalizados y justificados, se sostienen en roles y estereotipos de género que perpetúan dinámicas de poder y desigualdad. El impacto de estas conductas no solo afecta a las víctimas directas, sino que también debilita el tejido social. Ante esta realidad, es crucial abordar el problema desde la base, y es aquí donde la educación emerge como la herramienta más poderosa para generar un cambio profundo y sostenible.

Educar no se limita a impartir conocimientos académicos; implica fomentar valores como la afectividad, el respeto, la afectuosidad, el compromiso, la humildad y el diálogo. Las instituciones educativas deben convertirse en espacios transformadores donde niñas y niños aprendan a cuestionar los roles de género, a rechazar cualquier forma de violencia y a construir relaciones basadas en la equidad y el respeto mutuo. Este enfoque no solo beneficia a las niñas, empoderándolas y fortaleciendo su autoestima, sino que también libera a los niños de los esquemas de una masculinidad dañina, promoviendo un desarrollo emocional más saludable.

La incorporación de programas educativos que promuevan la afectividad y las relaciones saludables es esencial. Estos programas deben abordar tanto las formas tradicionales de violencia como las emergentes, donde el ciberacoso ha tomado un papel relevante. Las redes sociales y las plataformas digitales, si bien son herramientas valiosas, también pueden convertirse en escenarios de abuso. La educación debe incluir el desarrollo de habilidades para un uso responsable de la tecnología, la identificación de comportamientos abusivos en línea y la promoción de una ciudadanía digital basada en el respeto y la empatía.

Las personas que forman los equipos docentes, en los centros educativos, se convierten en agentes imprescindibles para el cambio. Por eso, necesitan formación específica para identificar señales de violencia, intervenir en casos de acoso escolar o ciberacoso, y fomentar ambientes inclusivos. Paralelamente, las familias tienen un papel fundamental como aliados en este proceso educativo, revisando sus propios prejuicios y patrones de comportamiento, dado que muchas veces la violencia se aprende primero en el hogar.

Imagen realizada por ChatGPT.

Sin embargo, la educación necesita el respaldo de políticas públicas sólidas, que aseguren la protección de las víctimas, actúen frente a los agresores y fomenten la igualdad de género en todos los ámbitos. En España, aunque se han promulgado algunas leyes en este sentido, es necesario multiplicar los esfuerzos para garantizar su implementación efectiva y destinar recursos suficientes para su aplicación.

La lucha contra la violencia hacia la mujer es un desafío colectivo que exige el compromiso activo de toda la sociedad. Este problema no puede ser abordado únicamente por instituciones o movimientos específicos, sino que requiere una implicación transversal que abarque todos los sectores, desde las familias y las escuelas hasta los gobiernos y las empresas. Cada acción cuenta y tiene un impacto real: denunciar casos de violencia, proporcionar apoyo emocional y práctico a las víctimas, educar a las nuevas generaciones desde la empatía y el respeto, y desmantelar estructuras y creencias que perpetúan las desigualdades de género. La transformación no será posible si no asumimos un cambio de mentalidad colectivo, que comience en nuestro entorno más cercano y se extienda hacia las comunidades, construyendo espacios más seguros, inclusivos y justos para todas las personas.

Educar en valores como el respeto, la afectividad, la humildad y el diálogo no solo es fundamental para prevenir la violencia, sino también para fortalecer las bases de una sociedad verdaderamente igualitaria. Sin embargo, esta educación debe ser continua y adaptada a los retos contemporáneos, como el ciberacoso, que amplifica las formas tradicionales de violencia y traslada los escenarios de abuso al ámbito digital. Aquí, tanto las instituciones como la ciudadanía tienen la responsabilidad de crear conciencia sobre el uso ético y responsable de la tecnología, promoviendo una ciudadanía digital comprometida con la dignidad y el bienestar de todas las personas. Además, las empresas propietarias de las plataformas tecnológicas deben asumir un papel más activo en la regulación de los comportamientos abusivos y en la protección de las víctimas.

Es momento de romper el silencio y asumir nuestra responsabilidad compartida. La educación es, y seguirá siendo, la herramienta más poderosa para combatir la violencia, pero no debe operar como un elemento aislado. Necesitamos un enfoque integral que combine la acción educativa con políticas públicas firmes, la cooperación intersectorial y un compromiso sostenido de la sociedad civil. La erradicación de la violencia contra la mujer no es solo un objetivo deseable, sino una obligación ética y moral que debemos cumplir como sociedad.

Unidos, a través de un frente común, podemos construir un camino hacia la igualdad y el respeto, cimentando las bases de un futuro en el que la violencia contra la mujer no tenga cabida. Ha llegado el momento de dar un paso al frente, pues debemos dejar un legado de justicia y equidad para las generaciones futuras, garantizando que todas las mujeres puedan vivir libres de miedo, con dignidad y en igualdad plena. Este es nuestro momento para actuar, para transformar y para demostrar que una sociedad sin violencia no solo es posible, sino imprescindible.

V Jesús Martínez

Divulgador educativo.

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