Cada vez que ocurre saltan voceros que lo pregonan. Aseguran, como Joan Ribó ahora, que el nuevo capítulo de lo sucedido es el-final-de-una-época. Horas después de que el Tribunal Supremo empapelase a Rita Barberá por un asunto tan menor –para ella, claro- como el trapicheo en negro de billetes de a quinientos entre sus afines y asesores, salió su sucesor en el sillón y alcalde valenciano Joan Ribó asegurando que estábamos ante el final de otra época. No dijo lo de “histórico” pero, posiblemente, debió pensarlo también.
La frase es redonda. De acuerdo. De esas que parecen decir algo pero que sólo encierran polvo. ¿El final de una época? ¿Otra más? ¿De qué época hablamos, señor Ribó? Lo de Rita no sólo no es, no parece, el final de época alguna, sino que recuerda en demasía a la historia del mafioso Al Capone. Sí, aquel que fuera trincado por evadir impuestos. ¿Recuerdan? Cientos de crímenes a sus espaldas, la ley del terror impuesta por las balas de sus sicarios, y ¡sólo! pudo ser juzgado por un miserable caso de evasión de impuestos. ¿Quién juzgó todo lo demás? ¿Quién pagó por tanto dolor causado?
Si este de ahora, el de una Rita al final de su longeva vida política, es el final que se ha de escribir de esa época de la que tan ligeramente se habla será porque el señor Ribó cree firmemente que los cimientos de la nueva están ya levantados. Y no. No parece. Puede que dibujados en la mente de algunos, pero poco más.
La dictadura de los medios y de los titulares periodísticos obliga a los asesores a justificar sueldos y a un falaz, enfermizo y ridículo ejercicio de concreción que conduce a estas frases vacías.
¿Cuál sería entonces el problema no resuelto?, ¿el caldo de cultivo que hace que el caso Rita solo sea un eslabón de una vasta y larguísima cadena de la que sólo se conocen algunos detalles menores? Seguramente no anda lejos de foco ese montón de gente, de yonquis del dinero, de asesores y mercachifles que obedecían como un ejército de vasallos las órdenes que venían de arriba sin atreverse a cuestionarlas, sin atreverse a romper el silencio cómplice. Y eso, me temo, pasó con Rita y puede volver a pasar ahora con los nuevos ayuntamientos. Y todo porque posiblemente el problema es la existencia misma de esta cofradía de replicantes lo que impide llegar a estación final de época alguna.
Puede que sea este el nudo gordiano de la cuestión que ha acabado segando la respiración política de Barberá y puede que la cuestión siga ahí enquistada en el funcionamiento de los nuevos ayuntamientos. Ellos, los asesores y sus circunstancias. Esa especie de gente de la que poco se habla pero que son ejército en nuestras instituciones y en las que las más de las veces solo figuran ahí –antes, pero, ¡ay!, también ahora- como pago de favores, como pesebre de palmeros, sin mérito ni capacidad que lo justifique, un fenómeno que pasaba y que –ya digo, pasa- y que supone y apuntala el gobierno de los mediocres en la cadena de mando.
Esta práctica, me temo señor Ribó, no ha terminado con el medio final de Rita, ni es historia ni época pasada. El caldo del pitufeo –dame mil y te doy dos de quinientos pero en negro- en el que se ha cocido a fuego lento la todopoderosa y casi perpetua alcaldesa de Valencia me temo sigue siendo hoy en día la llave que abre casi todos los despachos institucionales, son en muchas ocasiones la negra sombra de los gobiernos del cambio.
Por esa gatera que ocupan la casta de los asesores a los que nadie ha votado, ni elegido, ni seleccionado con garantías democráticas, a los que nadie controla, por esa guardia de corps se cuela con facilidad la mayoría del aceite que lubrica y ampara estas corruptelas que conducen a las cloacas. Las de Barberá, por supuesto, y bien está lo sucedido, pero, posiblemente y también, la del nuevo tiempo que algunos predican.
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