Ahora que una persona que gane ciertos chipilines/año es considerada rica es buen momento para saber qué es pasar necesidades. Claro está que las comparaciones siempre son odiosas y que siempre, como decía la fábula, habrá un sabio más pobre que yo.
Lo de no dejarse a nadie en el camino es muy bonito y para eso nos hemos dado y conseguido eso del Estado del bienestar, pero sin saber si ese estado es el “Estado” o es estar bien, en fin…
Los ricos estadísticos, según los actuales baremos, mucho me temo que son realmente personas que tienen varias nóminas que pagar mensualmente, además de conseguir los beneficios necesarios para intentar mantener el patrimonio conseguido tras tres décadas al menos de trabajo duro, gente que tiene la pretensión de que no le falte de casi nada a su familia y que tenga la sincera pretensión de mantener la plantilla de su PYME sin bajas y a poder ser con alguna alta.
Este colectivo, que en su momento pasó instantáneamente de ser prometedores emprendedores a malditos empresarios mercantilistas, no interesa electoralmente porque es minoritario, son los toreros que mientras la inmensa mayoría mira, ellos tienen que jugarse la vida frente al Todo (sic), todo de múltiples cuernos, impuestos sobre lo que vende, sobre lo compra, sobre lo que gana, sobre lo que hereda, sobre lo que tiene, sobre lo que dejará, sobre la diferencia entre lo que compró y lo que vendió, todo, además de los impuestos indirectos que ya comparte con el resto de los mortales.
Huelga decir que esta inmensa minoría de los ricos es la que menos consume los servicios públicos, nadie lo dice pero es absolutamente cierto que dentro de su esfuerzo intenta y prioriza que su familia tenga cobertura privada en sanidad, que sus hijos la tengan en educación y se pertrecha con asesores y caros seguros de todo tipo, en realidad para protegerse de las acometidas/ocurrencias de quien eventualmente gobierne la rēs pūblica.
El debate de los impuestos es realmente, aunque nadie lo diga y parte no lo sepa, el debate del tamaño de lo público. De aquello que pagamos y no funciona o de aquello que pagamos y no existe. Y se mezcla con la exigencia a los funcionarios y administraciones varias de que nos atiendan siempre y bien, que ayuden, que no se atrincheren en normas y en leyes y en judicializaciones, que sean responsables y cumplan su privilegiado trabajo en pos del progreso y no de buscar las teclas a todo.
Ese es el debate de futuro, sobre todo en esta Europa que se balancea entre el sueño de estar unidos, ser el primer mercado mundial, paraíso de la humanidad y la cultura y la realidad de estar creando algo que, por ejemplo, los norteamericanos ven como un estado pseudocomunista, panoli y blandengue.
En este contexto la opinión pública se cansa, se harta mucho, no hay soluciones, todo son dificultades y las políticas no se entienden. Entonces llega un clarividente y dice cosas que la gente capta: En un extremo promulgan que no se preocupen los pobres (criterio de mayoría), que si no tienen, el papá Estado les ayuda y les dará la “paguica” que complete su felicidad, todo ello con el efecto Robin Hood, ya saben quitárselo a los ricos para dárselo a los pobres (siempre con la salvedad de que quien parte y reparte se queda con la mejor parte). Por el otro extremo dicen que no se preocupen los pobres que ya se ocuparán ellos, manu militari, de que esa plaga de migrantes–delincuentes no les quiten sus puestos de trabajo. Todo esto lo entiende la mayoría de la gente a la primera y ya te decantas por un extremo u otro en función de dónde estuviera tu abuelo en aquella guerra civil que hubo hace casi 100 años.
Los mensajes de los no extremistas son más suaves, a la vez que incomprensibles, pero tienen la gran ventaja de su inocuidad, que hagan lo que quieran, que nos dejen en paz y que no haya mucho lio, es decir que se metan lo menos posible en nuestras vidas, que nos dejen libertad para equivocarnos o acertar solos y que no nos pongan muchas trabas. La mayoría realmente quiere algo tan sencillo como aquella frase de “yo no quiero que me quieran, con que no me jodan me vale”.
Cada mañana esos ricos, junto con los pobres, tratan de hacerlo lo mejor posible, la diferencia es que no hay horario, ni hay sindicato, ni derechos adquiridos, ni bajas (muy malito tienes que estar), y debes hacerlo con y de buen rollo, sino no motivas, no vendes, no transmites, y los bancos se mosquean, estás perdido. Como decía José Luis Garci en la gran peli El Crack, “a llorar a los Paúles, Mackenzi”. Hombre rico, pobre hombre.
Pedro Picatoste
Nuevo rico estadístico
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Estimado Pedro: Te veo como empresario familiar, luchador y muy enfadado con las políticas de izquierdas que sólo benefician a los que mandan en la izquierda y no a los utilizados por esa izquierda mediocre, amiga de las subvenciones que nada producen (acaso sólo votantes que no salen de la miseria) y deterioran los principios de una sociedad dinámica y esperanzada. ¡Qué bueno ese final: ‘hombre rico, pobre hombre’! Y ten cuidado con lo que dices porque enseguida te acusan de ‘discurso del odio’. Un saludo cordial.
Gracias, la verdad es que trabajando día a día durante 34 años en mi empresa te olvidas de todo componente ideológico y solo ves con objetividad lo que pasa y cada día flipas un poco más, sobre todo por las soluciones que proponen. Paciencia.