A veces pareciera que vivimos rodeados de gente dispuesta a hacer el mayor de los ridículos si fuera menester a cambio de un minuto de gloria, a gente cuya trascendental misión es hacer la revolución desde una cuenta de Twitter, a personajes que se diría han esperado toda su vida para ajustar cuentas consigo mismo y con la historia desde un grupo de wasap o desde un plató de televisión. Son ese tipo de sujetos de apariencia respetable pero que, de una u otra manera, acaban siempre sobreactuando y a los que en demasiadas ocasiones casi no les damos importancia, quizás porque nos sirven para echarnos unas risas, pero que seguramente constituyen una amenaza de graves efectos secundarios que no somos capaces aún de vislumbrar.
Ejemplos de todas estas rarezas de la especie humana podemos encontrar muchas y en casi todas las profesiones, de modo que cada uno podríamos añadir una ristra particular a la lista. El problema, al menos uno de ellos, es cuando estas rarezas humanas se dan en campos donde está en juego la democracia, la libertad e incluso la vida misma. Entonces esas decisiones puede que dejen de ser tan chistosas para entrar de lleno en otro terreno mucho más peligroso.
En esa línea de personajes estrafalarios y dispuestos al ajuste de cuentas “con los rojos” por la simple razón de que no se piensa como ellos, podríamos encajar a ese grupo de exmilitares de alta graduación que no hace tanto mostraron en un grupo de wasap su disposición a “fusilar a 26 millones de españoles” para que las cosas sean-como-tienen-que-ser, o sea como ellos piensan que tienen que ser las cosas. La cuestión, recuerden, fue aparentemente una tormenta en un vaso de agua, más allá de que alguna diputada de Vox dijera públicamente que eran de los suyos y de alguna iniciativa de la fiscalía que acabó en nada, pero que, lógicamente, dan mucho miedo y tenemos derecho a pensar cómo es posible que gente así haya estado y aún esté en esos lugares de mando del Ejército sin que parezca que pasa nada.
No muy lejos de esas ralea de personajes entre histriónicos y peligrosos que pasan por ser gente seria, pero que constituyen un peligro para la convivencia civil y democrática, parece encontrarse el juez Luis Garrido. Es este el magistrado del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco que se ha erigido de la noche a la mañana en el Cid Campeador de la hostelería de este país y que no dudó en utilizar su puesto de mando para poner patas arriba algunas de las medidas adoptadas por el gobierno vasco y la totalidad del resto de gobiernos autónomos en la lucha contra la covid-19 referentes precisamente a los horarios de apertura de bares y hostelería.
En su controvertido argumentario y con el que justifica su sentencia, llama la atención especialmente que lo hiciese con un arsenal de razonamientos que parecen sacados de un tebeo de aventuras protagonizado por negacionistas y terraplanistas. Viene a decir este juez alegremente “que no está demostrado que los contagios se produzcan mayormente en los bares” y entre las guindas con las que salpimenta sus razonamientos está la escasa fiabilidad que le ofrecen los epidemiólogos a los que trata de gente primitiva, “(que solo son) médicos de atención primaria con algún cursillito”.
Para entender de qué estrafalario personaje hablamos y del peligro que decisiones así, que comprometen la salud de miles de personas estén en sus manos, solo habría que echarle un vistazo a su wasap, adornado con la frase “No more lockdown”, algo así como “No más confinamiento”; o, según reseñas periodísticas, a sus gustos musicales con letras del estilo No more Goverment overreach (no más extralimitaciones gubernamentales); No more taking our freedom (que no nos quiten más la libertad); o, incluso, No more Imperial College scientists makin’ up crooked facts (no más científicos de la Escuela Imperial de Londres inventando hechos retorcidos). Y todo sin que tampoco parezca que suceda nada.
Y tampoco parece andar muy lejos de todo este guirigay de personajes siniestros y de opereta, el guionista despedido en RTVE, Bernat Barrachina, autor confeso del polémico rótulo “Leonor se va de España, como su abuelo”. Fue este chusco capítulo, que ha logrado hacer correr ríos de tinta, una travesura periodística que habría tenido perfecta cabida en un formato de humor televisivo, pero nunca aceptable en el programa informativo donde se llevó a cabo y que denota una mente retorcida en quien la protagonizó. Más aún cuando, descubierto el desaguisado periodístico, el aludido no solo no reconoció el error, sino que siguió tirando de humor para un asunto que nada tenía de humorístico. Aquí si pasó, pero da que pensar el flaco favor a la profesión periodística que le hacen el ejército de defensores de la causa que le han surgido al hombre.
Todos estos ejemplos no serían más que anécdotas aisladas sin mayor recorrido si no fuera porque detrás de ellos parece emerger una forma de entender la política, la justicia y el periodismo que nada tienen que ver con estos tres nobles oficios y que cada vez parecen tener más eco y predicamento entre una parte de la ciudadanía que recurren a ellos con infantilismo y jovialidad para proyectar sobre los demás sus propias frustraciones.
Y eso es precisamente lo preocupante. La falta de empatía de personajes así con el sufrimiento ajeno y con el respeto mutuo, convencidos como están de que la revolución cabe en un simple wasap, en una sentencia o en un rótulo televisivo, y el amplio coro que los acaba encumbrando cuando sus decisiones coinciden con sus intereses o pensamientos más íntimos. Ese proceder en auge les reafirma en su creencia de que, al menos, han sido héroes y revolucionarios por un día Y, claro, que todo este proceder errático pareciera que ya tuviese que formar parte de la nueva normalidad con la que nos tenemos que ir acostumbrando a convivir.
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Soy Ramón Gómez Carrión y en primer lugar te quiero dar las gracias por tu pésame. Soy lector fiel de tus artículos y el de hoy me ha gustado especialmente. Un abrazo.
Gracias Ramón por tu comentario y sólo reiterarte mi pésame por la muerte de tu mujer… y también mi admiración por cómo estás tratando de conllevar el dolor por tan irreparable pérdida, según se desprende de las hermosas palabras pronunciadas y el sentido profundo de tu último artículo en esta misma web como homenaje a tu compañera, un homenaje que entiendo también a tod@s aquell@s que han perdido un ser querido en estos tiempos tan extraños y duros. Un abrazo, aunque sea en la distancia