En un momento de transición en el que el debate –principalmente político y de los medios– se centra en si debemos bajarnos las mascarillas, en qué lugares y quiénes deben hacerlo, y en el que da la sensación de que lo que parecía impensable o más bien de ciencia ficción –una pandemia– ha ocurrido, todavía quedamos algunos que seguimos preguntándonos cuándo vamos a empezar a hablar de las lecciones aprendidas durante toda la pandemia en relación a la población mayor, a evaluar lo sucedido, a cuestionarnos cuáles son las prácticas que han funcionado y qué es aquello que no deberíamos repetir.
Mientras tanto, otras voces insisten en volver a lo de antes, a lo que teníamos, según nos cuentan, “por nuestra propia salud mental” –algunos acaban de descubrir este término que por desgracia parecía tan olvidado en este país–, a continuar con una inercia que ya sabemos que no funcionó –y sabemos actualmente con evidencia y precisión científica que no funcionará– o a poner paños calientes –también llamado parchear, al más puro estilo paliativo– para demostrar que algo se ha hecho en este país. Es en este punto en el que me viene a la mente la diferencia entre los términos “cambio” y “mejora”, que se utilizan erróneamente por igual, pero que pueden llegar a resultar incluso antagónicos.
Muy a nuestro pesar se han llevado a cabo algunos cambios –basados, por cierto, en argumentos que todavía son desconocidos, de cuestionable base científica y realizados por personas cuya experiencia en el tema desconocíamos– pero pocos han mejorado la situación de la población mayor en este país. Lo peor de todo es que si mañana volviésemos a vivir una situación igual o similar, es muy probable que volviésemos a caer en los mismos errores. No sé si esto responde a algún tipo de indolencia o ceguera cognitiva, a la comodidad de algunas personas, a la falta de responsabilidad o a que los que toman las decisiones todavía no se han visualizado a ellos mismos dentro del grupo de los mayores –algo también llamado falta de empatía y conciencia social–.
Últimamente estamos inundados en las redes y medios de comunicación de propuestas de ideólogos –quienes curiosamente nunca antes habían tenido interés en el envejecimiento y ni siquiera les conocíamos– que nos dibujan un futuro halagüeño donde parece que la tecnología nos salvará de todo lo venidero y, por supuesto y como no podía faltar, nos dan recetas –en forma de productos y aplicaciones tecnológicas previo pago– de qué es lo que se debería hacer. Sin embargo, en pocos foros escuchamos a las personas implicadas, a las y los mayores, hablando de sus auténticas necesidades. Me pregunto, al ver algunas propuestas dirigidas a las personas mayores de las que hoy en día invaden las redes, si alguien realmente quiere hablar con máquinas basadas en algoritmos en vez de personas –con humanidad y valores–, si realmente disponemos de suficientes recursos humanos formados, si esos profesionales se sienten motivados y reconocidos; y si los recursos en general, tanto materiales como humanos ya existentes, están bien optimizados y organizados dentro de nuestros sistemas. De nuevo, esto es algo de lo que no se habla en pro del mareo mediático con propuestas futuras que no sabemos si realmente verán la luz.
Me pregunto también qué buenas prácticas han funcionado en otros países y han protegido a su población mayor y cómo podríamos replicarlas en nuestros contextos. Estoy convencido de que no solo se trata de invertir más dinero, sino de tener criterio para saber dónde se invierte el recurso –que no siempre es económico–. Me vienen a la mente muchas personas que venimos trabajando en temas relacionados con el envejecimiento poblacional, participando en proyectos financiados por grandes organizaciones internacionales con equipos de investigación reconocidos, con contribuciones positivas que se llevan a cabo en otras partes del mundo y, sin embargo, en este país parece que seguimos intentando descubrir la pólvora dejando a un lado lo que nosotros mismos generamos, lo nuestro. Añoro propuestas reales aplicables a contextos reales, a partir de los recursos existentes –que son más de los que pensamos–, pero ello implica cambios estructurales importantes y una reorganización del sistema que lleve a mejoras, así como personas cualificadas para tomar las decisiones.
No escucho a casi nadie hablar de si los cuidados que se dan en algunos centros son de calidad y adaptados a las necesidades de los mayores –ni con pandemia ni sin pandemia–, de evaluar lo que ya tenemos, parece que es algo que no se cuestiona. Nadie nos habla de las limitaciones de la población mayor frente a la telemedicina y el uso de las nuevas tecnologías –algo que grandes organizaciones vienen advirtiendo desde hace tiempo–, no estamos viendo propuestas de choque para atajar la soledad no deseada de la persona mayor –tan habitual por desgracia hoy en día–, por no mencionar el tema de los cuidados paliativos que sigue siendo una asignatura pendiente en este país. Con este panorama, centrarse en el envejecimiento activo y saludable parece una quimera –aunque no algo imposible– y sumarse a la iniciativa de la Asamblea de la ONU para el decenio 2020–2030 como “Década del Envejecimiento Saludable” todavía parece algo demasiado optimista en nuestro caso.
Sin duda alguna la situación de la población mayor en este país sigue siendo una asignatura pendiente de antes, durante y después de la pandemia que no parece tener visos de mejora a corto, medio y largo plazo; mientras que la falta de experiencia de algunos que toman decisiones al respecto forma parte de la cronicidad de este país. A la luz de mis reflexiones me viene a la mente la famosa frase de Cicerón: “Un anciano no hace lo que los jóvenes, pero hace cosas mucho más importantes y mucho mejores. Las grandes hazañas no se llevan a cabo con las fuerzas, la velocidad o la agilidad de los cuerpos, sino con el consejo, el prestigio y el juicio”. Más repensar con juicio, consejo adecuado y esfuerzo es lo que necesitamos y menos parchear o continuar con inercias fallutas es lo que nos sobra.
Manuel Lillo Crespo
Asociación Gerontológica del Mediterráneo
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