Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

Renacer: luchar por uno mismo

El Ave Fénix resurgiendo de sus cenizas. Escaneado por Hartmann Schedel de "Las crónicas de Nuremberg" (Fuente: Wikimedia).

Dicen los diccionarios que renacer es el término que marca el acto de volver a nacer, ya sea de forma física o simbólica. Puede ser un renacimiento literal, como en el caso mitológico o religioso de alguien resucitado o una planta que vuelve a crecer. Me permitiréis que deje aparte las concepciones religiosas para centrarme en el poder de esta palabra.

En estos días, tras la finalización del curso, tuve el placer de acercar a una de mis escritoras de referencia a mi alumnado del grado de Filología Catalana: Mercè Rodoreda. Así les presenté brevemente la fuerza de su última novela inacabada que se publicó póstumamente, La mort i la primavera (1986), una obra que presentó por primera vez al Premi Sant Jordi el año 1961 sin ningún tipo de éxito. Un año después publicaba la más conocida, La plaça del Diamant, con su eterna Colometa. La autora utilizó un título que delimitaba perfectamente el sentido del renacer al cual me refiero: tras la muerte, con el ocaso del invierno, la resurrección vegetal de la primavera; tras la destrucción de la materia, la regeneración de ella misma. La historia se fundamentaba en el derrumbe de una sociedad distópica e imaginaria tras la desaparición del “Bosc dels Morts”, donde sus habitantes enterraban en el interior de un árbol su cuerpo con la creencia que este perviviría en esencia por absorción de este. Con el final de este camposanto acabará irremediablemente aquella sociedad.

Avisé a mi alumnado del carácter simbólico y al mismo tiempo poético de la novela, una historia apasionante e impresionante. Les hice la recomendación de tenerla en aquella lista de lecturas pendientes para cuando acaben sus estudios. Espero que alguno de ellos sucumba y descubra los secretos de una historia que cuando yo tenía su edad, la siempre en mi memoria Imma Contrí, me insistió durante mucho tiempo que la leyera: un Sant Jordi me lo regaló. Ella me hizo entender el valor de aquellas imágenes sin saber que ella misma perdería su árbol donde mantenerse perenne en el tiempo tras su fallecimiento. No pudo conseguir lo que en la novela parecía asegurar la eternidad. Pero aquel recuerdo y aquella lectura han permitido que su esencia siga más cercana de lo que creía. Ahora mismo la he recuperado en mi interior. Porque las personas renacen cuando caen y se vuelven a levantar. Ella no pudo hacerlo, pero dejó en mí el legado que ahora entiendo: la esencia de las personas que se aprecian o aman están dentro de cada uno de nosotros. Y nos sirven como ejemplo para levantarnos tras la caída.

Los lectores de literatura, como también los de columnas en la prensa, tenemos tendencia a pensar que todo lo que se escribe es necesariamente autobiográfico. Y cierto es, porque a partir de la realidad que vivimos seleccionamos la información y construimos con ello un discurso, a mitad camino entre la realidad y la ficción —en el caso de las novelas o relatos—, entre lo sucedido y la visión subjetiva —en el caso de los artículos de opinión—. Es fácil recibir comentarios como “¿qué te ha pasado?, ¿qué te ha sucedido?”, craso error, pues, de quien quiere entender que la base de cada escrito remite a un hecho concreto del autor o de la autora. ¿Alguien pensaría que el “Bosc dels Morts” de Rodoreda fue conocido por la escritora de Barcelona? ¿Alguien piensa que Macondo, donde García Márquez centró su célebre novela existía como tal? Quienes compartimos nuestros escritos buscamos muchas veces provocar la reflexión, remover conciencias, para que la prensa sirva a uno de sus objetivos: contar con veracidad la realidad y motivar el pensamiento. En los artículos de opinión versamos sobre nuestros pálpitos, sobre nuestras preocupaciones, proyectando un punto de debate donde algunos lectores encontrarán un aspecto para conversar o contrastar.

Volviendo al punto inicial, sobre el sentido figurativo de la palabra renacer, me sirve para comprender también su sentido real. Porque tal vez he entendido que lo he hecho, que lo he experimentado. Otros no tuvieron la posibilidad de hacerlo, porque no era su momento o no quisieron retomar su camino. Cuando mi querida amiga me regaló La mort i la primavera plantó conmigo el árbol que tenía que darme cobijo en el “Bosc dels Morts” sin saber que, metafóricamente, algún día me serviría de refugio para comprender finalmente el valor de renacer, de retomar con ansia y con sentido personal mis objetivos personales en aras a mi felicidad y la de las personas que quiero. Porque transmitir y compartir un aprendizaje como el de la novela de Rodoreda a mi entorno es una tarea difícil, pero servirá para ser humildes e intentar observar las faltas de cada uno y luchar por uno mismo. Porque si nos queremos a nosotros mismos y proyectamos esta fuerza, nuestro entorno más inmediato se beneficiará. Porque en este tiempo de primavera, tras la vegetación caduca, empezarán a salir los primeros brotes, aquellos que nos acompañarán hasta el final de nuestros días. Sin complejos, sin tapujos, por nosotros mismos. Y sobre todo respetando el tiempo que los que nos acompañan necesiten para entender nuestro renacimiento. No es tarea fácil, pero apasionante, ¿no estáis de acuerdo?

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

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