Más allá de sus conquistas femeninas, que no creo que fueran por su belleza viendo sus retratos, es indudable que Rafael Guastavino hizo historia por su trabajo de arquitecto en la Gran Manzana y todavía hoy su obra es objeto de estudio en universidades de Arquitectura de Estados Unidos, principalmente por su bóveda tabicada o volta catalana, término este último, que se le ocurrió a un arquitecto catalán con mucha geta para atribuírselo a ellos y que a nuestro protagonista nunca le gustó.
Valenciano de nacimiento, el 1 de marzo de 1842, se formó en la escuela de Maestros de obras de Barcelona. Al final de sus días se contaban en más de 250 sus edificaciones en Estados Unidos, algo muy difícil para la época y más siendo español. Aterrizó en Estados Unidos en 1881 y falleció, lejos de su Mediterráneo, en Asheville, Carolina del Norte, el 1 de febrero de 1908, no sin antes pasar los domingos cocinando paellas a las que invitaba a sus amigos recordando la tierra que le vio nacer. A su muerte, la prensa americana le bautizó como “el arquitecto de Nueva York”.
Si ponemos ejemplos de su obra podemos mencionar el afamado Oyster Bar de la Grand Central Terminal donde a James Bond le gustaba comer su menú, según el creador del personaje, Ian Fleming,
Pero, para darnos cuenta de la magnitud de nuestro paisano, hay que mencionar universidades como Yale, Harvard o Berkeley, el emblemático Museo Metropolitano de la Big Apple o el Museo Nacional de Washington, la Biblioteca pública de Boston, la sala de conciertos Carnegie Hall, la Union Station de Pittsburgh o la Estación fantasma de City Hall, en Manhattan, entre otros, al igual que el Pabellón español en la Exposición Mundial de Chicago de 1893, una réplica de la Sala de Contratación y la torre de la Lonja de la Seda de Valencia.
Su famosa bóveda tabicada, que partía de cubrir el techo con ladrillos puestos sobre su parte plana y unidos mediante cemento, reduciendo los costes de fabricación de los edificios, sin necesidad de andamiajes en su proceso de colocación, destacó también por su innovadora resistencia al fuego, siendo su capacidad ignífuga uno de los elementos más llamativos de sus construcciones abovedadas.
Ya lo decía unos de sus maestros, Domènech i Montaner, uno de los caudillos del llamado modernismo catalán, que se refería al joven aprendiz como un muchacho que ya por aquel entonces tenía dotes “excepcionales”.
Desgraciadamente, también era famoso por pedir y deber dinero a mucha gente, entre empresarios, amigos y conocidos a ambos lados del Atlántico, creando un fraude piramidal en la ciudad condal que fue uno de los motivos de su marcha a hacer las Américas, con su criada, posteriormente esposa, Paulina Roig, y el hijo que iban a tener.
También es cierto que la suerte le acompañó en momentos cruciales de su vida laboral, ya que sus construcciones, como he dicho ignífugas, y el miedo que asolaba a los constructores americanos por los incendios de ciudades como Boston o Chicago, hicieron a nuestro valenciano encajar como un guante convirtiendo su técnica como la más eficaz e innovadora de la época.
En los años 70 se hizo una campaña, cuya principal abanderada fue Jacqueline Kennedy, para que estos edificios emblemáticos no desaparecieran y fueran demolidos para dejar paso a rascacielos y apartamentos del momento, de forma que el legado de nuestro arquitecto valenciano perdura como algo histórico de la arquitectura americana contemporánea.
Jorge: breve y densa biografía de uno de los arquitectos valencianos más famosos y apreciados del mundo mundial. Añado un detalle: está enterrado en la basílica de Asheville, obra diseñada y dirigida por él. Un abrazo.
https://www.hojadellunes.com/guastavino-el-arquitecto-valenciano-que-creo-la-actual-nueva-york/