A la hora de valorar el periodismo, el escritor Rafael Azuar (Elche 1921–Alicante 2002), de quien se conmemora el centenario de su nacimiento, no escatimó palabras biensonantes: “El periodismo es algo así como el sistema nervioso del mundo, donde impactan sensaciones e impresiones, las revela, las pone de manifiesto, denunciando cuando es preciso lo mismo la falta de autoridad que el abuso de la misma”. Lo apuntó en uno de sus breves artículos de prensa de la desaparecida edición de La verdad en Alicante, donde escribió con regularidad desde 1985 a 1987 una columna denominada “Viñetas”, cuyo título ya resumía el estilo de estas apariciones breves en la página “dos” en la que su recuadro captaba cualquier aspecto, preferentemente literario, que se propusiera.
Como las viejas firmas del mundo de la literatura que hallaban resonancia y conexión con un público amplio y variado en el papel de la prensa, Azuar entendió el beneficio de esta ligadura literaria con el periodismo. Y por eso no solo ejercitó este con colaboraciones en distintas fases de su biografía sino que reflexionó sobre el oficio, si bien el suyo era el de maestro de escuela que cultivaba la narrativa, poesía y ensayo. “El periodista trabaja casi sin pensar ni razonar –observaba–, pues cada minuto que pasa tiene un valor decisivo y todo depende de la precisión del rasgo y el respeto a la verdad”.
Hay un artículo, del que proceden estas citas, que hoy conserva ese carácter de reivindicación del verdadero y auténtico periodismo, un artículo por lo demás que gana con el tiempo ante el desconcierto actual de la proliferación de falsas noticias –siempre han existido, pero nunca con tanta abundancia y vertiginosa difusión como ahora– y carencias de rigor debido a que los medios de comunicación tradicionales han perdido la exclusiva de informar, sustituidos por las noticias individuales y directas de cada cual, predominantemente emocionales y a menudo sin contrastar. Es el poder de la “emocracia” y de la política del like, que prevalecen como atinadamente describió no hace mucho el asesor de comunicación Antoni Gutiérrez-Rubí.
Aquel artículo de Azuar conserva una vigencia admirable y, por decirlo de algún modo, se percibe como una especie de clamor por el género, por el que sentía un aprecio nada disimulado. Era otra época, sin duda, y lo tituló “El poeta y el periodista”: en unas líneas condensaba el respeto del primero a los segundos. Mientras el poeta, en cuyo territorio se instalaba, es contemplativo y puede extasiarse con un cielo sereno sobre montañas azules más allá de la ciudad, al periodista lo arrastra la corriente. La corriente de la actualidad. Con ello señalaba la evidente oposición entre ambos: la del reposo reflexivo por un lado y la del vértigo que exige resolver un texto con urgencia. “Ser periodista auténtico –razonaba– entiendo que es una de las cosas más difíciles del mundo, pues el periodista ha de ir de aquí para allá, arriesgar su vida en ocasiones, bailar al son que le tocan, controlar sus nervios y sus palabras en aquel instante”.

En su día leíamos las “Viñetas” de Azuar con agrado. Las esperábamos por su elegancia, por su precisión, por ese punto de sugerencia que cada una ofrecía. Su lectura consumía un tiempo escaso. Para quien suscribe este artículo era todo un lujo aparecer en sus inicios como columnista compartiendo página con la firma de Azuar, que por entonces era un veterano reconocido. A pesar de la distancia generacional, nos veíamos y hablábamos con frecuencia. Azuar siempre estuvo atento a cualquier joven que veía emerger en las letras o en los periódicos. Coincidimos en actos y hasta en alguna tertulia en el Ateneo de Alicante. En la segunda mitad de los años ochenta el escritor concurría casi todas las tardes con sus colegas literarios y de generación Vicente Mojica y Manuel Molina, también con el pintor José Antonio Cía, todos recientemente jubilados, cuando curiosamente la redacción de La verdad y la sede del Ateneo estaban cercanas, en los números 40 y 32 respectivamente de la calle Navas.
Para él sus artículos, como explicó en 1989 al publicar una selección en su libro también titulado Viñetas, debían concentrarse en un folio o folio y medio, siempre con la aspiración de que fuesen ágiles, vivos, claros, novedosos en lo posible: “La viñeta es un trazo o apunte lírico, impresionista, que intenta revelar una verdad o ahondar en la existencia o la vida de una figura, de un paisaje, de un hecho cultural o artístico”. Buscaba transmitir momentos y sensaciones culturales, y juzgaba que su libro no era en modo alguno provinciano, aunque procediese de las páginas de un diario de provincias. El volumen, en su opinión, era un libro “abierto a los aires de Europa y del mundo”, donde igual comparecían Azorín que Whitman o Rilke. Y quizá por eso, por ser una galería de artículos con enfoques extensivos, sus textos no quedan fosilizados en su tiempo y pueden ser leídos hoy con el mismo gozo de entonces.
La vinculación periodística de Azuar no se limitó a estas columnas porque sus colaboraciones quedaron esparcidas por varias cabeceras. Sí es elocuente su preferencia por esta serie de los ochenta en La verdad y por posteriores artículos de los noventa en el diario Información. Con colaboraciones publicadas en esta década compuso otro libro con orígenes en la prensa: La aventura literaria (1995). Tanto este título como Viñetas recogen en dos colecciones, por tanto, una parte madura de ese legado periodístico que Azuar quiso rescatar de la efímera vida del papel de prensa. El propio diario Información reconoció su trayectoria concediéndole años después uno de sus premios Importantes, que le entregó sobre el escenario Camilo José Cela Conde.
La función cultural de los medios de comunicación –también participó en programas de radio para llevar la literatura a los oyentes– le parecía, en definitiva, esencial. De ahí que ponderara que junto a noticias políticas o deportivas estos también reservasen espacio a la cultura. “Hoy en día, los grandes diarios tienen a gala ofrecer sus páginas literarias y artísticas, en la que los críticos exponen sus ideas y los creadores nos dan apuntes de sus obras”, decía. Y en ese espacio halló acomodo una parte de su obra.
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