No es nueva esa especie de obsesión de Pablo Iglesias y su núcleo duro (el resto de la “podemia” ya ni cuenta) por el control de los medios de comunicación, como volvió a repetir a bocajarro la semana pasada en el Congreso de los Diputados. Argumentó que a Él lo elige el pueblo (en listas cerradas por cierto). Él, mega-Él. ¿Y quién elige los medios? El de Galapagar aboga por un control “democrático” de los medios, que dicho en cristiano es lo que aplican las dictaduras bananeras, con la chavista al frente: ya sé que suena a tópico, pero es que no se me ocurre otra comparación; y además estoy perezoso. Obvia don Iglesias que hay consejos y organismos oficiales que velan por la ética en la comunicación y la publicidad: algunos funcionan bien, otros regular, y otros operan como mero instrumento del poder político. En fin. También están las asociaciones de la prensa…
En los años noventa, ya ha llovido, recuerdo una conferencia de Santiago Carrillo en el Casino de Alicante, en la que proclamó que la mejor garantía para la libertad de expresión eran empresas periodísticas fuertes como garantía de independencia frente al poder político. Carrillo. El problema es que treinta años después tenemos, en general, grupos periodísticos privados débiles, cabeceros de tronío y televisiones en las que se han infiltrado hasta los fondos-buitres… con una hiper-dependencia del Poder, impensable en mayúsculas, hace décadas. Del poder político, de la publicidad institucional que emana del mismo y de grupos financieros vaya a saber usted con qué intereses e intenciones.
Lo que le chincha a Iglesias son los medios adversos a su discurso político: desde El Mundo hasta La Razón, pasando por ABC y Libertad Digital, por citar a algunos. También le molesta la Ser cuando se sale del guion. Y El País (sobre todo algunos articulistas que lo ponen a caldo de perejil). Y le molesta siempre Cope, Onda Cero, Antena-3 y otras. Lo que no le chincha a Iglesias es meter mano en RTVE, como lo ha hecho introduciendo con calzador a Cintora, trajinar con La Sexta en una especie de relación amor/odio… tampoco le molesta el propio periódico digital que tiene Podemos. Ni le molesta el ramillete de digitales que lo tratan con guante blanco: nunca la izquierda poscomunista, que yo sepa, había tenido tanto medio afín. Bueno, nunca en España, tras la claudicación de IU/Garzón, había tenido una izquierda poscomunista y populista como la que representa Podemos.
Yo le confiero relativa importancia a las astracanadas de Iglesias y a los tuits de Echenique señalando periodistas incómodos. Podemos cuenta con 35 diputados en el Congreso de un total de 350. Son 35 y un puñadito de adláteres, con Bildu a la cabeza. El problema de don Pablo es que pretende mandar como si tuviera 100. Y 35 no son 100. Digo 100, digo 300. Pero no: son 35 y con malas perspectivas para la próxima convocatoria electoral. Por eso, fundamentalmente, Iglesias juega a la desesperada. A la desesperada y sin decir esta boca es mía sobre el “caso Neurona”, incluida la comisión presuntamente ilegal que se llevó Monedero… ¡ay!
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