No soy muy dado yo a este tipo de efemérides que, en general, las percibo más como un reclamo comercial que como un signo de reconocimiento o de cariño, aparte de que eso de tener que regalar «a fecha fija» me crea una cierta incomodidad. Pero hay un par de excepciones: una «heredada» de mi paso estudiantil por Barcelona con su preciosa tradición del libro y la rosa el día de Sant Jordi en que también celebramos el día del libro en el resto de España; la otra es el día de la madre. No sé si por aquello de que «madre no hay más que una» o porque, de alguna manera, todos somos conscientes de su impagable labor, dedicación, cariño y sacrificio con que muchísimas de ellas nos han sacado adelante, labor y mérito con menos lustre del que debiera porque en nuestra inmensa ignorancia siempre lo hemos dado por descontado.
Ayer fue el día de la madre y se me ha ocurrido que estaría bien hacerles un regalo, un regalo en forma de carta. Mala semana en esto de las cartas, que ya llevamos dos muy comentadas, hasta el punto de que me he llegado a replantear la idea de este artículo pero, finalmente, he reflexionado y, en menos de 5 días he pensado que no, que incluso con más fuerzas (si cabe) voy a mantener mi intención epistolar, eso sí, la mía sin ninguna connotación que pueda ser interpretada como espuria.
Esa carta que nunca escribimos (bueno, ya no se envían cartas pero aquí, el sello es lo de menos) y que seguramente más de una vez hemos pensado pero no llegamos a ponernos a ello en espera de mejor ocasión…. que ya habrá tiempo. Pero el tiempo pasa y, demasiadas veces, lo que podría ser una carta de cariño, admiración, respeto y agradecimiento sólo puede llegar a ser poco más que un obituario que ya ni para eso vale la pena porque ya no está quien la tendría que leer y disfrutar. Mi madre siempre me dijo: «Hijo mío, las flores en vida».
Así que vamos a hacer el ejercicio, cada uno tendría el suyo, pero yo propongo esta carta. Y la dirigiré a «Manuela» para que no me quede impersonal.
Querida mamá: Mil veces he pensado en escribirte lo que siento, pero pocas veces encuentro las fuerzas, la inspiración o el ánimo que mereces. O lo he empezado y no me gusta lo que he escrito. O no estaba a tu altura. Me prometo acabar esto y dártelo, aunque sé que sólo palabras difícilmente expresarán lo que me gustaría. Verás, la cultura es ciencia extraña. Tanto, que la necesidad que tenemos de saber es apreciada de un modo desigual. Hace falta cierto grado de sofisticación para entender la importancia que tiene el conocimiento en sí mismo. Tanto es así, que se hace necesaria la "presión" de los padres, de la familia, de los profesores, del entorno para que los niños estudien y aprendan. Un niño quiere jugar, que es de lo que recibe una recompensa inmediata. No somos conscientes de la suerte que tenemos por haber nacido en un país con un sistema educativo que garantiza una mínima escolarización y formación. Y más que mínima. Los niños, los estudiantes en general, lo perciben mayoritariamente como una especie de castigo, una obligación en su mayor parte inútil. "Y a mí ¿para qué me sirve saber quién fue Isabel la Católica, Quevedo, el número Pi, el logaritmo neperiano...?". Pero hay excepciones. Sin duda muchísimas, yo me voy a centrar en dos de las que tengo constancia directa o indirecta.
El primero vivió en la Inglaterra de principios del XIX. Un niño que, como tantos otros, luchaba por sobrevivir en la incipiente sociedad preindustrial de la época. Su padre logró colocarlo como aprendiz en un taller de impresión y encuadernación. Era un preadolescente y sólo tenía la escuela de la calle porque sus padres bastante tenían con intentar traer comida para la familia. El niño se tomó con interés su empleo. No sabía leer y colocaba las letras por imitación como veía hacer a los oficiales del taller. Pero eso duró poco. De manera autodidacta se las arregló para aprender a leer. Y ya puestos, leía todo lo que caía por la imprenta. Esa imprenta recibía encargos de la Royal Society de Londres (la institución más importante de la época en cuestiones científicas) y el niño devoraba esos textos con fruición. Ésos y todos los demás. Rápidamente resultó tener más conocimientos sobre prácticamente todo que sus compañeros oficiales y jefes. Ese niño se llamaba Michael Faraday. Faraday era especialmente entusiasta en temas de química. Tanto que solicitó, sin más, trabajar como ayudante —sin cobrar— del gran Davy (Sir Humphrey Davy), del que había leído todos sus textos, y que era el más prestigioso científico del momento. Davy, que en un primer momento tomó el ofrecimiento poco menos que como una desfachatez de un don nadie, acabó, dada la perseverancia del candidato y la evidencia de que conocía sus investigaciones tanto o más que él, aceptándolo. La mente de Faraday era prodigiosa. Pronto empezó a hacer cierta sombra a su mentor. Está demostrado que Davy se apropió de algunos de los hallazgos de Faraday, pero aún así, él estaba encantado. Su reconocimiento fue imparable, no sin ciertas reservas por su origen humilde, en un mundo restringido a aristócratas suficientemente acaudalados para poderse permitir estudiar e investigar. Faraday aglutinaba en su personalidad aspectos que lo hacían único. Una mente excepcional, una gran humildad y un gusto por extender sus hallazgos a todas las clases sociales. Hoy lo llamaríamos "divulgación". Cuando ya era un personaje célebre se preocupó de dar charlas en escuelas de barrio, en asociaciones de vecinos, en fábricas. Igual que en los círculos distinguidos, incluso a los gobiernos de Su Graciosa Majestad. Cuentan que en una de sus demostraciones ante el gobierno inglés sobre las "maravillas" de esa cosa casi mágica que era la incipiente electricidad, el ministro de Hacienda le preguntó: "Sr. Faraday, esto que Ud. nos presenta con maestría y elocuencia es muy interesante desde el punto de vista del entretenimiento pero... ¿Para qué sirve? No he acabado de ver nada de utilidad en su presentación". Faraday le miró con atención por encima de sus lentes y en tono solemne le dijo: "Sr. ministro, dentro de no mucho, de esto, Ud. cobrará impuestos". Sus investigaciones hicieron avanzar los límites del conocimiento de manera determinante en su época. Tocó casi todos los campos de la ciencia con especial relevancia el electromagnetismo y la electroquímica. En su honor la unidad de capacidad eléctrica del sistema internacional de medidas se llama "Faradio". Michael Faraday llegó a presidir la Royal Society de Londres y hoy el aprendiz del taller de encuadernación es reconocido como uno de los científicos más importantes de la historia. Bueno, ya te he hablado de mi admiración por Faraday y no solo por su importancia como referente del saber, que también, sino por su actitud innata ante el conocimiento. Ese convencimiento interno de que "el saber no ocupa lugar", que hay que alimentarlo continuamente y que ningún aprendizaje sobra. ...¿Y por qué te cuento esto? Porque te he dicho al principio que conocía a dos personas. La otra eres tú mamá.
Me cuesta escribir esto sin emocionarme y sé, como te decía al principio, que no encontraré las palabras que alcancen a expresar mis sentimientos con la precisión que quisiera. Cómo una niña huérfana de padre y madre a los 5 años, una edad absolutamente cruel, en un ambiente de posguerra, más cerca de la miseria que de otra cosa, rebaña, apura los escasos años en que pudo ir al colegio y aprender lo suficiente para, ya por sus medios, alcanzar suficiente nivel para ser ella misma quien impartiera algunas clases. Y en un pueblo olvidado del mundo, y pasando de familiar en familiar, en un tiempo en que una boca más que alimentar no le iba bien a nadie. Y por mil vicisitudes, siempre por zarandeos fuera de tu control, llegaste a Marruecos. Muy poco tuvo que pasar para que tu inteligencia, tu cultura, tu clase y tu educación destacaran sobremanera. A papá hay que reconocerle muchísimos méritos, aunque no es éste el lugar ni el momento, pero seguro que su mayor acierto fue elegirte y que tú aceptaras. Y además eras preciosa. Eres preciosa ahora de otra manera. Para él y para nosotros, aunque cada cual lo manifieste a su modo. Hay que ver cómo se te ve cuando te arreglas un poco. ¡Qué porte! ¡Cuánta clase! Y siempre ha sido así. Y se nota mucho. Lo que haces, lo que dices, cómo lo haces y cómo lo dices. Lo notaron entonces hace más de 60 años, lo han notado todos cuantos te han conocido y lo notan ahora hasta las parejas de tus nietos. Eres muy especial. Y ese espíritu has sabido transmitirlo a tus hijos. Con más o menos títulos, con mejores o peores calificaciones, no encontrarás, al azar (y permíteme la inmodestia, pero es tu mérito, no el nuestro), mucha gente con la formación y con los valores que nos has inculcado. Y créeme, me veo con mucha gente. Cuando llegar a fin de mes era un ejercicio de orfebrería económica doméstica, tú todavía sacabas recursos para comprarnos enciclopedias, aunque fuera a plazos, aunque fuera en fascículos (todavía conservo mi Salvat Junior). Poca gente lo podía entender... "Si los niños ya iban a la escuela y sacaban los cursos". Pero tú sabías de la riqueza que no se compra con dinero, de las herencias que no se pueden dilapidar, de los bienes que no se pueden embargar... ¡ni siquiera por Hacienda! Tú sabías que una buena formación, la mejor que estaba a tu alcance, aún a costa de más de una privación y de los muy pocos caprichos que te podías permitir, es el mejor legado posible. Y volviendo a lo de antes, ya no sólo la formación directa, sino lo que es aún más importante, plantar la semilla para nuestro desarrollo posterior. Todos hemos seguido leyendo y escarbando, ya según las preferencias de cada cual, en las parcelas que más nos han gustado. Y en cuanto a la educación mamá, cómo decirte. Cuando era niño iba con frecuencia a casa de compañeros a jugar, a hacer deberes, a mil cosas. Muchas veces quedaba desconcertado por el comportamiento de mis compañeros con sus padres, y de los padres con ellos y con sus hermanos. Tan distinto y ya con la perspectiva de los años y de estar "al otro lado de la paternidad" tan maravillosamente positiva. Hemos hablado alguna vez al respecto. Y he podido ver cómo sufrías pensando en las contadísimas veces que quizás no acertaste. Seguro que las hubo. Ni los niños vienen con libro de instrucciones ni hay cursillos de habilitación para la paternidad. Si no has estado acertada ¿tres, cinco veces? has sido brillante mil, cien mil, mil millones. No hay color mamá. Nadie ha tenido mejor formación que nosotros, en el plano moral, cultural, personal, ético, educacional, dedicando a cada cual el tiempo que necesitaba. Te recuerdo ayudando a mi hermana en Mates, en lo que estaba a tu alcance, en Literatura, en Lengua. Te recuerdo ayudándome a dibujar, que no era mi fuerte (nunca podré olvidar el "Platero" que hicimos juntos —por decir algo—), tu lucha después con el pequeñín para que aprovechara mejor, aprendiera Inglés, Música... ¡¡¡Y en qué tiempos!!! Entre tus tres hijos la opinión es unánime y rotunda. No hay ninguna reserva. Los tres somos padres y los tres hemos intentado mirarnos en ti para educar a nuestros hijos. No puede haber mejor espejo. Muchas veces hemos hablado entre los hermanos las excepcionales características de nuestra madre. Todos los hijos (de bien) quieren a sus padres y para casi todos son los mejores del mundo. Y está bien. Pero, con la parcialidad de ser tu hijo (de la que no me puedo escapar), pienso que personas que reúnan tus virtudes y tus capacidades se pueden contar —como yo suelo decir— "con los dedos de una oreja", y una oreja no tiene muchos dedos... Siempre me has dicho, no sé muy bien por qué, que yo tenía especial debilidad por papá. No es así, nunca ha sido así. No me es posible diferenciaros en ese sentido absolutamente nada. Es más, ni siquiera me lo he planteado y, en vuestro caso, no creo que tenga sentido alguno. Sois tan distintos en tantas cosas que se hace difícil entender los taitantos años de convivencia. Pero hay un empeño común, evidente y grabado a sangre y fuego en vuestras vidas. El amor por vuestros hijos y ofrecerles todo lo que ha estado a vuestro alcance. Y papá también fue sabio en eso. Consciente de las limitaciones que supuso su organización familiar (no vamos a entrar ahí), las jornadas de trabajo infinitas y, sobre todo, de la mujer que tenía, dejó sobre tus hombros el peso de nuestra educación. ¡Qué suerte la nuestra...! Mamá yo no sé cuál hubiera sido tu límite en unas circunstancias personales menos dramáticas. Te he contado a grandes trazos sobre Faraday. La casualidad, la suerte, su determinación hicieron que un talento descomunal pudiera desarrollarse en el mundo de la ciencia. Sin la feliz coincidencia de la imprenta posiblemente hubiera sido un raterillo más buscando un mendrugo en los muelles londinenses ¿Cuántos Faradays, cuántas Manuelas... han pasado por la vida en el más absoluto anonimato? Seguramente muchos. Pero permíteme que me alegre de que las cosas hayan sido como han sido. Yo no creo en el destino ni en la predeterminación, pero desde el egoísmo más evidente tengo que reconocer que mi existencia se debe a cómo fueron las cosas en tu vida. Mucha gente me dice que me parezco a ti. Yo también lo pienso. Me quieren bien y seguramente tengo lo que de ti me vino. No es mal bagaje, mamá. También mis hermanos tienen puntos especiales y no costaría mucho adivinar tu mano detrás. Yo no puedo estar más orgulloso de mi herencia, de mi suerte. A veces pienso si, cuando llegue a tu edad, podré mirar hacia atrás como lo puedes hacer tú. Casi toda la vida en un campo de minas y manteniendo la cabeza alta y sacando a los tuyos adelante. Con dignidad y entrega. Antes he puesto un par de pinceladas referidas a tu infancia. Siempre has sido esquiva para contarme, contarnos, demasiado de tu vida hasta que conociste a papá, aunque ya sabemos más que suficiente. Yo creo que es un error mamá. Primero, hablar libera y aunque hayan sido episodios durísimos y tristes, el final de la historia, mamá, es positivo. Y es bueno para nosotros y para los que nos suceden saber cuán lejos estamos de tener problemas de los de verdad, de no tener unos padres que velen por ti sin desmayo (aunque sé que buena parte de los que te acogieron hicieron lo que pudieron dadas las circunstancias, aunque nunca será lo mismo), de no tener simplemente alimento cada día, ni el "problema" diario de tener que elegir entre una colección de ropa ¿qué me pongo hoy? Eso tienes que contármelo bien, mamá. Pero no ya con la tristeza de los tiempos duros, sino con el orgullo del que los ha superado con bien y sale fortalecido de tan adversas circunstancias. Se va acercando mi cumpleaños y me has regalado un vale para que me compre algo de mi gusto, que ya te va costando salir de casa, un polo, un pantalón. He estado mirando, mamá, y tengo ropa que no me he llegado a poner porque ni sabía que la tenía. Así que seguramente, cuando me acabe el jamón (que está casi tieso) me compraré otro con ese dinero y nos lo comeremos a tu salud y contigo las veces que quieras. Y si no puedes venir mucho por los dichosos escalones de mi casa pues te lo cortaré (sabes que es mi única pseudo-habilidad dentro de una cocina) y te iré llevando (si sale bueno). No os llegamos a la suela del zapato. Pienso constantemente en ti y en papá cuando necesito algo de ánimo y de energía. Pienso en vuestra situación cuando llegamos aquí, sin amigos, sin contactos, sin dinero. Con 2 niños de 5 y 15 años y otra jovencita, algo mayor aunque ya fuera de casa, sin apenas poderla ayudar y sin tener efectivo. A veces, ni para el autobús de mi instituto. Y nos sacasteis adelante y sembrasteis lo que hoy somos. ¿Cuántos medios más hay ahora mamá? Da casi vergüenza hacer comparaciones y tampoco lo pretendo. Cuando ha habido que trabajar, ahí estabais vosotros, a cualquier hora, en cualquier circunstancia. Cuando ha habido que apretarse el cinturón, no hay ni que pedirlo. Con más "Manuelas y Juanitos" nuestros problemas serían otros y sin duda menores. Bueno mamá, voy a ir acabando que si no pasará como otras veces. Que se quedará sin mandártela o dártela. He estado sopesando leerla a mis hermanos antes de entregártela en la seguridad de que la suscribirían en su totalidad, pero finalmente he pensado que no. Me ha quedado demasiado personal y ya lo harás tú si quieres. Tenemos muchas claves que sólo tú y yo entendemos. ¿Cuánto nos decimos con un cruce de miradas? ¿Cuánto puedes llegar a conocer de mi tono de voz en una simple conversación telefónica? De alguna manera ya me pasa con mi hija. Ya sólo decirte, mamá, lo consciente que soy, que somos, de la suerte que tenemos de tener esta madre y aunque sea una afirmación de Perogrullo esto que te voy a decir tiene más implicaciones que las biológicas. Sólo tres personas en el mundo pueden decir que tú eres su madre, y yo soy una de ellas. Te quiero. Tu hijo
Bueno, así podría quedar una carta de homenaje, de amor rendido de un hijo a la figura de su madre, que podría ser la mía, ya en la edad en que todos los reconocimientos se agradecen porque siempre son insuficientes. Y lo importante es que lo hagamos en vida de ellas. Hoy pocas necesidades materiales (reales) tenemos ya. Pero una carta de un hijo a su madre es impagable. No la espera, seguro, y su corazón se ensanchará en su pecho porque sentirá que su paso habrá valido la pena. Y llevará razón.
Escribamos una carta a nuestra madre. Es sencillo, sólo tenemos que recordar las cosas que han sido porque, seguramente, será más que suficiente.
P.D.: No puedo cerrar esto sin comentar que, mientras lo preparaba, lo leyó mi mujer y… le ha escrito y enviado una carta a su madre.
Juan José (Juanjo para los amigos) me he emocionado al leer la carta, que sé que es tuya, para tu madre.
Envidio sanamente la oportunidad que has tenido de escribirla y que, seguro, le haya llegado.
Tienes mucha razón en todas las palabras que le dedicas a tu mamá, porque cosas parecidas tuvimos nosotros (los cinco hermanos que somos) de la nuestra; seguro que ellas (tu madre y la mía) vivieron en una misma epoca pero con circunstancias y vicisitudes distintas y asi, cada una en su ambiente, hicieron mucho por transmitirnos valores morales, costumbres, cultura y esa semilla de ambición por aprender para la vida y que nos ayudan aún a desarrollar nuestro papel en la sociedad y en la familia, como transmisores de educación.
Otra cosa que le agradeces es el espíritu de sacrificio que le hizo sacaros adelante junto con vuestro padre. Es a lo que más importancia le das.
Gracias por el homenaje a tu madre, que es el homenaje que las personas de bien le debemos a las nuestras.
Emotiva carta , me imagino tus lágrimas recordándola ,. Yo la la conocí “ Una gran mujer”.
He disfrutado muchísimo leyéndote. Todo profundamente humano, sugerente, bello y muy emotivo. Un saludo cordial.