Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Al paso

¿Qué Europa tenemos y qué Europa queremos? (III)

Papa Benedicto XVI en Berlín, en 2011. Fotografía de WD Krause (Fuente: Wikimedia).

Occidente haría bien en seguir los consejos de un sabio apellidado Ratzinger y que, como Papa, defendió el Cristianismo frente a comunismo, nazismo y masonería.

Recupero, casi al pie de la letra, algo que lancé a los lectores hace algún tiempo, pero que está de suma actualidad tras las recientes elecciones europeas. Se trata de revivir el pensamiento de un gran líder. Le importaba mucho Europa y dedicó su vida y su lucha intelectual y espiritual a defender la civilización occidental sobre sus tres pilares fundamentales, el pensamiento griego, el derecho romano y la religión judeocristiana. El alma de Joseph Aloisius Ratzinger, Benedicto XVI, ya disfruta de la gloria celestial y su cuerpo reposa en la tumba donde estuvo el de Juan Pablo II hasta que éste entró en el catálogo de los santos y ascendió de la cripta vaticana hasta una capilla de la basílica de San Pedro. Estas letras no pretenden ser el elogio típico para un difunto famoso, sino un acercamiento humilde a la personalidad de un pontífice que se ganó la más excelsa fama (hay famosos abominables) por sus extraordinarios méritos intelectuales, por sus sensacionales logros humanísticos y religiosos.

Benedicto XVI no ha muerto. Realmente, los hombres no morimos, seamos cristianos o no. Todos tenemos un alma inmortal. Y eso, tan manido cuando fallece un famoso o un amigo, de que viven en el recuerdo de los familiares y amigos, es sólo una parte de la verdad. Los creyentes sabemos que el alma de los difuntos va al cielo, al purgatorio o al infierno y que la inmensa mayoría de los fallecidos, gracias a la misericordia de Dios, van al cielo o al purgatorio, éste un sitio de purificación, antesala del paraíso celestial.

A mi me gustaría que Joseph A. Ratzinger hiciera milagros y que proclamaran santo y doctor de la Iglesia a quien combatió comunismo, nazismo y masonería, los tres grandes monstruos ideológicos que han masacrado a millones de personas en los últimos cien años de la historia de la Humanidad. Fue el teólogo y pensador universal Ratzinger quien más profundamente desenmascaró las pérfidas ideologías que han desembocado en el relativismo global, no sólo moral, de la sociedad mundial y, por supuesto, de la civilización occidental actual, que nada tiene que ver con la que lideró los mejores momentos de Occidente.

Fue Ratzinger un pensador que supo armonizar razón y fe; que logró entusiasmar a muchos con su discurso ante el Parlamento alemán en 2011, y producir rechazo y odio en la cúspide de los partidos políticos dictatoriales, fueran comunistas o ultraderechistas fascistas, todos con raíces materialistas como las que predominan en el Gobierno socio-comunista español de nuestros días, cuyas leyes se pueden ver vapuleadas por el Papa.

Veamos lo que dijo Benedicto XVI en su país de nacimiento pocos meses antes de renunciar al Papado, cansado y enfermo, sin fuerzas para seguir sosteniendo el peso de la Iglesia y del globo terráqueo. Sólo reproduzco una parte del discurso. Acaso traiga a Hoja del Lunes el resto en una próxima ocasión. Merecería la pena a mi juicio:

En su viaje a Santiago de Compostela en 2011, Benedicto XVI pidió a Europa que se abriera a Dios (Fuente: canal de YouTube de Agencia EFE).

“Me dirijo a ustedes, estimados señoras y señores, también como un connacional que, por sus orígenes, está vinculado de por vida y sigue, con particular atención, los acontecimientos de la patria alemana. Pero la invitación del presidente del Bundestag se me ha hecho en cuanto Papa, en cuanto obispo de Roma que tiene la suprema responsabilidad sobre los cristianos católicos. De este modo ustedes reconocen el papel que le corresponde a la Santa Sede como miembro dentro de la Comunidad de los Pueblos y de los Estados. Desde mi responsabilidad internacional quisiera proponerles algunas consideraciones sobre los fundamentos del estado liberal de Derecho”.

“Permitidme que comience mis reflexiones sobre los fundamentos del Derecho con un breve relato tomado de la Sagrada Escritura. En el primer Libro de los reyes se dice que Dios concedió al joven rey Salomón, con ocasión de su entronización, formular una petición. ¿Qué pedirá el joven soberano en este momento tan importante? ¿Éxito, riqueza, una larga vida, la eliminación de los enemigos? No pide nada de eso. En cambio, suplica: ‘Concede a tu siervo un corazón dócil para que sepa juzgar a tu pueblo y distinguir entre el bien y el mal’”.

“Con este relato la Biblia quiere indicarnos lo que, en definitiva, debe ser importante para un político. Su criterio último y la motivación para su trabajo como político no debe ser el éxito y mucho menos el beneficio material. La política debe ser un compromiso por la justicia y crear así las condiciones básicas para la paz. Naturalmente un político buscará el éxito sin el cual nunca tendría la posibilidad de una acción política efectiva. Pero el éxito está subordinado al criterio de la justicia, a la voluntad de aplicar el derecho y a la comprensión del derecho. El éxito puede ser también una seducción y de esta forma abre la puerta a la desvirtuación del Derecho, a la destrucción de la justicia. ‘Quita el Derecho y entonces ¿qué distingue el Estado de una banda de criminales?’, dijo en cierta ocasión San Agustín’. Nosotros, los alemanes, sabemos por experiencia que estas palabras no son una quimera. Hemos experimentado cómo el poder se separó del derecho, se enfrentó contra él; cómo se pisoteó el derecho, de manera que el Estado se convirtió en una cuadrilla de bandidos muy bien organizada, que podía amenazar al mundo entero y llevarlo hasta el borde del abismo”.

“Servir al Derecho y combatir el dominio de la injusticia es y sigue siendo el deber fundamental del político. En un momento histórico, en el que el hombre ha adquirido un poder hasta ahora inimaginable, este deber se convierte en algo particularmente urgente”.

A continuación, volviendo al falso estado de derecho del nazisno hitleriano y del fascismo mussoliniano, Ratzinger manifiesta:

“Basados en esta convicción, los combatientes de la resistencia actuaron contra el régimen nazi y contra otros regímenes totalitarios, prestando así un servicio al derecho y a toda la Humanidad. Para ellos era evidente de modo irrefutable que el derecho vigente (el de nazis y fascistas) era en realidad una injusticia”.

Dada la necesaria limitación del espacio, insisto en la posibilidad de ahondar en el completo discurso ‘alemán’ y universal de Benedicto XVI, como si lo pronunciara ante las Cortes Españolas (Parlamento y Senado), en estos momentos de confusionismo sobre la división de poderes y el zafarrancho de combate contra el Poder Judicial y contra tantos principios morales de nuestra mejor tradición. Ya no hay principios. Ya no hay reglas. La regla es que no hay más reglas que la que dicta el cerdo jefe Napoleón de ‘Rebelión en la granja’ (la novela de George Orwell): “Todos los animales son iguales, pero unos animales son más iguales que otros”. Uno pensaba que Napoleón era como Sánchez, pero ahora resulta que es Puigdemont quien ha dictado que los separatistas catalanes son más iguales que el resto de españoles. ¿Quién fue ‘el idiota’ que dijo que todos somos iguales ante la ley?

Ramón Gómez Carrión

Periodista.

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