Si hay un recurso comunicativo que está por encima de los mandatos gubernamentales y de las corrientes de la política cultural dominante ese es el de la publicidad. Y me refiero como es obvio, a la publicidad que impulsan las empresas privadas en la búsqueda de una mejora en su cuenta de resultados y no a eso que denominan eufemísticamente “publicidad institucional” y que no es más que propaganda política de turno.
La publicidad radiografía con precisión los gustos, preferencias y valores de la sociedad a la que pretende vender sus productos, incluso a pesar de las presiones de los grupos culturales dominantes que intentan “orientar” a los ciudadanos. Por eso, por ejemplo, los anuncios infantiles siguen teniendo un sesgo de preferencia diferenciando entre niños y niñas, a pesar de las imposiciones correctas porque al fabricante lo que le importa es vender.
Viene todo esto a cuento de ese sorprendente anuncio televisivo de un conocido banco que contrapone la escasa fidelidad y compromiso de una novia a punto de desposarse con la fidelidad y el compromiso de una cuenta corriente. La novia (y no el novio, hete aquí el guiño a la corriente correcta) le dice al novio que eso de “para toda la vida” le parece excesivo, que no se puede comprometer más allá de doce meses, mientras que una voz en off nos recuerda que el banco sÍ es capaz de comprometerse y asegurar una rentabilidad de forma indefinida.
El compromiso resulta una carga excesiva para una sociedad en el que todo, incluido el amor, es de quita y pon, de usar y tirar. ¿Por qué complicarse la vida cuando puedes disfrutar sin comprometerte, sin tener que rendir cuentas, sin preocuparte del otro? Es preferible tener relaciones superficiales fáciles de romper al menor desagrado y pasar a la siguiente, y si se necesita algo de cariño sin contraindicaciones lo mejor es comprarse un perro, que a fin de cuentas solo pide pienso y salir a hacer sus necesidades y nunca te podrá reprochar nada. Por eso, en los hogares de este país ya hay más perros que niños menores de catorce años. Los niños dan mucho la lata y exigen mucho compromiso.
Y si el amor es un consumo, solo una forma de disfrute y no un anhelo de felicidad máxima según el pensamiento de San Agustín, el matrimonio está llamado a desaparecer. Algunos estudios ya revelan que, en países como Gran Bretaña, el matrimonio desaparecerá en 2062. Las explicaciones de tipo material a este descenso, al igual que en el caso del descenso en los nacimientos de hijos, pecan de ingenuas. No se trata de disponer de más recursos económicos, lo que vivimos es un cambio de modelo social donde el compromiso, y todo lo que en el descanse como el matrimonio o los hijos, son un lastre para unos individuos hedonistas que creen no necesitar esos vínculos.
No sabemos las consecuencias que tendrá este giro de la sociedad, pero sí que los nacidos hoy en su mayoría conocerán a sus abuelos y bisabuelos, pero apenas tendrán hermanos o primos y que en su mayoría morirán solos. Esperemos que al menos la minoría que aún sigue creyendo en el amor y el compromiso sean capaces de resistir, se hagan más fuertes y reviertan este negro futuro.
Carlos Rontomé
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