Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

¿Por qué tenemos terror a cumplir años?

Fuente: Freepik.

20, 30, 40, 50… ¿A partir de qué edad empezamos a temer el hecho de cumplir años? ¿Por qué este miedo atávico si celebrar esta efeméride representa estar vivo y en plenitud de salud o de condiciones mentales? Como coinciden los expertos, muchas personas empiezan a preocuparse por el envejecimiento a partir de los 30, ya que esta etapa suele marcar el final de la juventud temprana y el comienzo de la adultez plena. Empezamos a hacer balances de los logros y de las metas y la percepción de no haberlos cumplido puede generar ansiedad. Con todo, entrar en los 40 y los 50 años representa otra etapa crítica llamada «la crisis de la mediana edad». Así, Karl Jung sentenciaba que «la vida comienza realmente a los 40. Hasta entonces, sólo haces investigación». Acabamos, pues, un período de experimentación y de formación y asumimos la realidad que ha configurado nuestro ser. Con los 40 y sobre todo los 50, nos encontramos en un momento de reflexión profunda y de reorientación de la vida, donde buscamos nuevos significados y propósito. 

Las connotaciones del lenguaje sobre estas décadas de madurez son constantes. Observemos cómo el adjetivo veinteañero o treintañero no tienen matices negativos, mientras que recurrimos al aumentativo para formular cuarentón o cincuentón para indicar con carga pesimista una realidad que debería llenarnos de satisfacción: en la actualidad, a diferencia de nuestros ancestros, las condiciones humanas de quien llega a esta mediana edad son envidiables. Con la esperanza de vida media próxima a los 80 años, ser cuarentón o cincuentón representa un logro que solo ha sido posible por los avances médicos y la mejora de las expectativas de vida de nuestra especie.¿Dónde nace, por lo tanto, el miedo a incrementar nuestra edad en el segmento apuntado? La sociedad actual tiende a valorizar la juventud, lo que puede aumentar la presión y el temor a envejecer. Un sentimiento que puede intensificarse en los 60 debido a preocupaciones sobre la salud, la independencia y el papel en la sociedad. Se acerca la jubilación y la transición de una vida activa y laboral por otra más tranquila y sosegada puede desestabilizar a muchas personas.

¿Por qué hemos cambiado esta percepción positiva de la vejez? Recordemos, por ejemplo, que, en la antigua China, el confucianismo enseñaba la importancia del respeto y la obediencia a los ancianos —se hablaba de piedad filial—, ya que eran vistos como fuentes de sabiduría y sus consejos eran valorados en asuntos familiares y comunitarios. Del mismo modo, en la antigua Grecia y en la antigua Roma, los ancianos tenían un papel destacado en la gerusía, un consejo de venerables que tomaba muchas decisiones en base a su experiencia y capacidad de juicio. El Senado Romano —con su término derivado del latín senex, anciano— estaba formado por una mayoría abrumadora de hombres que, con su edad, habían acumulado experiencia en la vida pública y se convertían en consejeros para tomar decisiones cruciales para el estado. Podemos encontrar muchos más casos en las culturas indígenas americanas, el antiguo Egipto y en la África Subsahariana tradicional. Unos consejos de ancianos que eran recurridos constantemente por los más jóvenes para abordar con solidez varios aspectos de la vida cotidiana. No era solo una cuestión de tradición, sino también una estrategia para asegurar la transmisión de conocimientos vitales y valores culturales en las generaciones futuras.

Debemos desterrar, pues, el culto a la juventud superficial de nuestra sociedad. El énfasis por la belleza física y la plenitud de condiciones físicas y mentales que proyectan las nuevas formas de comunicación y la publicidad asocian estas primeras etapas de la vida con el éxito, mientras que la vejez se asocia a menudo con el declive y la obsolencia. Los cambios en las estructuras familiares, donde ha desaparecido la realidad de familias extensas y multigeneracionales, han fomentado el individualismo y han segregado a los mayores a una vida separada de sus hijos y nietos, lo que reduce su influencia y visibilidad. Con los avances tecnológicos, se ha reforzado la llamada brecha digital, donde quienes tienen más edad parecen menos relevantes y con menos visibilidad que el resto. En un mundo dominado por el consumo, quienes están jubilados son vistos como menos productivos y menos valiosos en términos económicos. Del mismo modo, se prima la juventud en el mercado laboral actual, proyectando una discriminación real por edad y desvalorización de los trabajadores y de las trabajadoras mayores. Por último, el aumento de la esperanza de vida ha llevado a considerar la vejez como un elemento de dependencia y de carga económica para el sistema de salud y el de pensiones. 

Recuperemos el sentido positivo de quien tiene más edad que nosotros. Entendamos el paso del tiempo como un elemento de incremento de la experiencia y del sentido práctico de la vida. Más allá de sentimientos hacia nuestros mayores, entendamos que ellos y ellas también fueron jóvenes, pero que su paso por la vida les ha aportado una serie de vivencias que puede ser muy útil para seguir evolucionando y no caer más veces en las equivocaciones propias de edades más tempranas. Busquémoslos, están muy cerca, a veces en nosotros mismos, para entender que el ser humano necesita de la experiencia para crecer y aprender. De lo contrario, a partir de los 30 empezaremos a considerar cada cumpleaños como una desgracia y no como un logro, producto de nuestro empeño personal y de los avances como colectivo. ¡Palabra de cincuentón que camina orgulloso hacia los 60!

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

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  • Comulgo con tu filosofía y lamento, como tú, que no seamos gobernados por ‘senadores’ en lugar de por jovenzuelos que, ignorantes, creen saberlo todo. Palabra de ochentacentón o, si se prefiere, de octogenario. Un saludo cordial.