Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

¿Por qué el ser humano es tan envidioso?

Fotografía: DDP (Fuente: Unsplash).

¿Os habéis planteado alguna vez esta cuestión en vuestro día a día? ¿Cómo puedo saber que soy objeto de envidias? No hay una metodología clara para realizar esta comprobación, pero algunas pistas, según indican algunos sociólogos como Georg Simmel, han apuntado en el estudio de este sentimiento como una respuesta natural a la percepción de una desigualdad en la distribución de recursos y de prestigio. Así, por ejemplo, podemos confirmar que somos objeto de este deseo negativo cuando observamos comentarios despectivos o críticas frecuentes contra nuestros logros. Un segundo indicio puede ser percibir el rechazo por parte de la otra persona, quien suele mostrar un comportamiento competitivo. Un tercer elemento para tener en cuenta es la indiferencia o el desinterés que muestran hacia nuestros logros o alegrías. Y, por último, el fomento de rumores o difamación contra nuestras acciones.

Vemos, pues, que no hay una regulación fija o clara que nos dé muestras de que somos envidiados, pero es obvio que, sin tener un gran sentido de la intuición o de la observación psicológica, podemos localizar alguno de los factores anteriores. Debemos tener en cuenta que la envidia es una emoción compleja que se origina a partir de la comparación con otras personas y la percepción de una falta de algo que ellos tienen. El mismo Sigmund Freud apuntaba a la motivación a mostrar envidia de aquellas personas que manifiestan falta de autoestima, una insatisfacción personal y, en general, una propia consciencia de falta de competencia o de recursos. Otro psicólogo como Herbert Kelman estudió este sentimiento desde su relativa consideración negativa, en tanto que puede servir de estímulo para la persona que lo proyecta, aunque deja de tener un aspecto positivo en su formación si presenta un comportamiento competitivo o destructivo.

Con esta reflexión previa, he buscado mis clásicos, mis lecturas, que intenten despejarme la duda de si este sentimiento es nuevo en nuestra especie o, por el contrario, ha tenido su desarrollo a lo largo de nuestra evolución. Ética a Nicómaco de Aristóteles ya plantea la existencia de la envidia como una emoción negativa que se origina en la comparación con los demás. Una línea interpretativa similar a la que encontré en La República de Platón: la envidia tiene un alto componente destructivo que puede corromper a las personas y a la sociedad en su conjunto. Una evidencia que sigue Sócrates en sus diálogos que apunta a la capacidad de la filosofía para ayudar a las personas a superarlo. Las interpretaciones más cercanas en el tiempo que he encontrado y que más se acercan a mis estudios sobre la literatura son las de Jean-Paul Sartre en Ser y nada y Friedrich Nietzsche en Así habló Zaratustra: el sentimiento que analizamos es una forma de negación de la libertad y de la autonomía del otro. En el caso del segundo, apunta que este es un síntoma de una sociedad en decadencia.

No entraré a valorar si este sentimiento es un aspecto positivo o no en nuestra evolución. Es evidente que en el mundo contemporáneo se han planteado diversos factores culturales y sociales, como la publicidad y la sociedad de consumo, que lo potencian. ¿Quién está libre de sorprenderse de la posesión que una persona conocida tiene de un objeto que deseamos? Seguramente nadie, porque estamos plenamente condicionados por un mundo cambiante que viene marcado por el consumismo y por la muestra continua, a través de redes sociales o de plataformas digitales, de nuestros logros. Tal vez, si somos conscientes de una proyección de este sentimiento en nuestra vida, aclaramos enseguida a nuestros interlocutores la típica diferenciación entre envidia sana y envidia mala. El problema se encuentra cuando el desarrollo de esta sensación nos impide reconocer los méritos de nuestro entorno y proyectamos, aunque sea de manera inconsciente, el deseo de perjuicio hacia la persona que envidiamos. Somos humanos y en nuestra condición innata parece ser que se encuentra la proyección de este sentimiento, por lo que no tenemos que preocuparnos de su existencia. El problema nace cuando condiciona nuestras relaciones sociales y modifica la construcción de nuestra propia identidad. Así lo entiende el sociólogo Richard Sennett en una obra como The Culture of the New Capitalism: “la envidia es una respuesta a la percepción de una desigualdad en la distribución de recursos y de prestigio”. Evolucionemos, pues, como especie y no dejemos que este sentimiento innato condicione nuestras relaciones personales.

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

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