Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

¿Por qué atacamos para defendernos? («lectures d’estiu III»)

Si leemos habitualmente la prensa observaremos, sobre todo en las secciones de opinión, que gran parte de los textos que abordan temas polémicos basan sus argumentaciones en críticas o ataques al contrario, en lugar de optar por ideas que sustenten el propio punto de vista. Casos de corrupción o de mala gestión son afrontados desde la perspectiva de quien dice aquello de «y tú más». O, por el contrario, se intenta encumbrar en la gloria nuestra postura y echar por el suelo la otra, sin buscar puntos que refuercen una idea frente a otra contraria. Magnificamos lo nuestro, a extremos inverosímiles, y censuramos lo distinto, lo que no es propio. Atacamos, pues, para defendernos como una respuesta instintiva y evolutiva a situaciones percibidas como amenazantes. Un hecho que se potencia si tenemos inseguridad en nosotros mismos y escondemos nuestras carencias con una reacción contra el otro, sin perder el tiempo en poner en duda nuestras creencias o consideraciones sobre la materia.

Estamos frente a un tipo de comportamiento generalizado en una sociedad competitiva como la que estamos construyendo. El sociólogo alemán Norbert Elias, padre de la llamada sociología funcional, postulaba al hombre como un ser abierto, en relación con el mundo y con otros hombres; así, abordó temas relacionados con el comportamiento agresivo y las dinámicas sociales: «la agresión defensiva no es más que una respuesta a la percepción de una amenaza, y está profundamente arraigada en los mecanismos sociales y psicológicos del ser humano». El impulso de atacar como defensa está arraigado en la percepción de amenazas en el proceso de búsqueda de una protección frente al resto. Unos planteamientos escritos en El proceso de la civilización, publicado en 1939, pero que mantienen viva su vigencia y que pueden ayudarnos a entender alguna de las reacciones bruscas de la política internacional, pero también del comportamiento cotidiano de nuestro entorno. Norbert Elias era judío y sufrió en primera línea las consecuencias del nazismo, con la muerte de sus padres en Alemania y su huida desde 1933 por diversos países europeos. Un ejemplo claro de ataque contra unas minorías para defender la supremacía de la que se presentaba como mayoría social en su momento.

Norbert Elias en imagen de 1987. Fotografía de Rob Bogaerts (Fuente: Wikimedia).

Pongamos un ejemplo en nuestra cotidianeidad. Imaginemos que un empleado recibe críticas por su desempeño durante una reunión. Se siente amenazado y vulnerable, en lugar de abordar los comentarios de manera constructiva, responde atacando al resto de compañeros, señalando sus errores o desacreditando sus puntos de vista. Otro caso, que me ha sucedido en alguna ocasión, sería la del alumno que solicita una revisión de su examen y como argumentaciones para conseguir el aprobado compara el resto de las calificaciones del grupo, criticando sus trabajos y exámenes sin tener más información al respecto que la nota final que se ha hecho pública. Todo ello, sin escuchar nuestros comentarios sobre su prueba y aceptarlas por quien las ha corregido. El ataque surge, pues, como una forma de defender su autoestima y evitar sentirse humillado o debilitado frente al grupo. ¿Os acordáis cuando éramos niños y, frente a un castigo impuesto por nuestros padres, nos quejábamos de que al otro hermano no le habían aplicado la misma pena por una travesura en apariencia similar? Nos olvidábamos de que tal vez la acción transgresora no había sido la misma o que, quien ejercía el poder, podía aplicar otro correctivo por la manera de ser de nuestro hermano. O simplemente no queríamos reconocer nuestra culpa y victimizábamos nuestro discurso por la falta de seguridad o de carencias afectivas que teníamos en aquel momento.

Sea como sea, la respuesta emocional del miedo o de la ira pueden desencadenar reacciones agresivas. Nuestro instinto animal de protección nos lleva a atacar si nos sentimos menospreciados. Consideramos el ataque preventivo como una forma de disuadir futuras amenazas; respondemos con fuerza para dar a entender que no somos una presa fácil. El reconocimiento de la diversidad en los puntos de vista, aunque lo entendamos como una acción contra nuestro ideario, puede facilitarnos a mejorar nuestro comportamiento y pensamiento. Defendamos sin miedo nuestra perspectiva, intentemos transmitir nuestros argumentos con ideas que puedan ayudar a nuestra interacción social. Desterremos la negación del otro y sintamos con fuerza el deseo de formarnos y de adquirir conocimiento en la materia en litigio. Como explicaba el psicólogo suizo Jean Piaget, no existen las ideas absolutas, más bien se desarrollan y evolucionan con el tiempo a medida que los seres humanos interactuamos con el mundo. Lo que se considera verdad en un momento puede cambiar a medida que adquirimos experiencias y conocimientos. Escuchemos a los otros y no comparemos nuestra situación: cada uno de nosotros vivimos nuestra existencia con unos factores personales y psicológicos diferentes. Esta es, sin ninguna duda, la base de la tolerancia.

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

Comentar

Click here to post a comment