Puede ser así, cuando van surgiendo sucesivamente nuevas cepas mutadas de las originales, de sí mismas, de las derivadas de estas mismas… hasta que no se dé abasto para crear tantas vacunas eficaces para cada una de esas cepas.
Siempre hemos creído que el fin del mundo sería provocado por un meteorito gigante, una enorme falla sísmica, un cambio climático fatal o el deslizamiento irrefrenable de las placas tectónicas; pero ¿quién habría pensado en un virus?
Ya fuimos avisados, como con lo que sucedió en la conquista de América, en la que nuestras enfermedades (viruela, gripe o tuberculosis) diezmaron a su población. Ya tuvimos la peste negra, la gripe española, la viruela, la gripe asiática, la gripe aviar, la gripe porcina, el SIDA, el ébola, la Creutzfeldt-Jakob (vacas locas), y todas fueron vencidas por la Ciencia.
Y para los conspiranoicos de la ciencia ficción, ¿no formaría parte ese virus de un trozo del meteorito que cayó hace unos años en Siberia del malicioso envío de una civilización extraterrestre deseosa de quedarse con nuestro planeta? Te cargas a la humanidad, pero dejas a vegetales y animales campando a sus anchas para aprovecharlos a tu manera.
En la tradición de las religiones monoteístas, Dios castigaba a los seres humanos con un diluvio universal, con plagas egipcias o como con Sodoma y Gomorra. Pero la orgullosa Ciencia, convencida de su infalibilidad, ha jugado a ser Dios, creyendo prever y remediar cualquier peligro para la existencia. Pero se ha tropezado con el ser más pequeño que ha escapado a su control. Un puñetero virus.
A eso le llamo yo Justicia Poética.
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