Pocos días después de dedicarle el espacio que merece en uno de los artículos que Información destina a personajes destacados de la Terreta, me enteré de que estaba a punto de cumplir 80 años. Durante la conversación que tuvimos días atrás para que me deleitara con anécdotas de su vida no le pregunté la edad porque no necesitaba el dato, no era relevante entre tantas cosas que contar.
Pero sí, nuestra Pirula Arderius es octogenaria, una jovencita octogenaria que a los millennials les sonará por el nombre de una calle peatonal que nace en La Montañeta y muere cerca de la Rambla, y al resto por ser un elemento más del paisaje alicantino, como La Explanada, el Castillo de Santa Bárbara o las palmeras. Cayó en Alicante hace medio siglo para incorporarse a la redacción de Información, y hoy es tan alicantina como el periódico que la acogió. Y también leyenda, cartel ganado a base de reportajes y entrevistas junto a su querido Cholas Arjones, con quien formó un extraordinario tándem profesional que iluminó la provincia a base de letra e imagen.
No creo que exista alguien entre los que han movido hilos en la provincia desde el último tercio del siglo pasado que no conozca a Pirula. De la misma manera que, entre todos esos, no creo que haya alguno que no la adore. Tras haber ejercido durante cuarenta años una profesión que no fomenta excesivas simpatías, donde la mitad de los que dicen ser amigos no lo son, y el resto, directamente, no esconden su animadversión, Pirula es una excepción. Más, si cabe, entre el mismo gremio, donde el tan cacareado corporativismo suele quedarse a medio camino. Por ese terreno también es única, una rara avis. Hay prueba de ello: el homenaje que le rindió INFORMACIÓN cuando cumplió 25 años en el periódico, un acto organizado para rendirle tributo durante una comida en el salón Imperial del Casino, que se quedó pequeño para el acto. Aquel día, en un rincón, Andrés Aberasturi, que por los años setenta, cuando Pirula ya ocupaba mando en plaza, ejerció como becario en el periódico alicantino, veía incrédulo el cariño indisimulado de toda la profesión hacia una de sus miembros. “¿Pero esto existe?”, se preguntaba sin dar crédito el periodista madrileño con los ojos abiertos como platos. Existía, sí, o, mejor dicho, existió, porque se trataba de Pirula. Nunca nadie, ni antes ni después, ha sido honrado con tanta pleitesía. Pero Pirula es Pirula, una profesional sin dobleces, natural y espontánea, que nos sorprendía a todos a voz en grito por la redacción, sentada sobre la mesa con el teléfono en mano y los pies colgando. Muchos de nuestra generación, esos que nos incorporamos al periódico a finales de los años ochenta, recurríamos a ella cuando alguien de las alturas daba largas o directamente no atendía a nuestro requerimiento para contrastar algún dato (“Fulano: eres un cabrón, mi compañero quiere hablar contigo y tu secretaria le da largas. Te lo paso ya para que se lo cuentes todo”). ¡Cómo no la ibas a querer!
A ese nivel solo llegan los elegidos puesto que esa cumbre únicamente se alcanza si has pateado mucha calle y has tocado mucha tecla, justo lo que Pirula se dedicó a hacer desde que entrara en la vieja redacción de la calle Quintana. Por delante de su pluma desfilaron todos los personajes dignos de poner voz a la época. Desde Paul McCartney, que poco después de romper con los Beatles la recibió en el hotel Montíboli para confirmarle que el grupo no volvería a reunirse jamás, hasta Lola Flores, la Dúrcal o la Jurado, Serrat y Julio Iglesias o la Infanta Margarita, con la que salía de fiesta. Todos se confesaron ante la periodista más querida, a la que todo el mundo adora, nuestra Pirula Arderius.

Fet amb molta tendresa
Gracies, amic. Es nota que la vull
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