Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Opinión

Paz, мир, שלום, سلام, peace

Zelenski en la visita a una fábrica de armas en Pensilvania, EEUU (Fuente: YouTube del Canal 26 Argentina).

Scranton, condado de Lackawanna, Pensilvania, Estados Unidos. 23 de septiembre de 2024. El presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, se reúne con el gobernador del estado, Josh Shapiro; el senador, Bob Casey; y el congresista, Matt Cartwright. Ante la prensa, ante la ciudadanía, ante el mundo, visitan una planta de fabricación de armamento: componentes para artillería y proyectiles de mortero. Sonríen, para mi desconcierto, con amplias sonrisas, mientras firman sobre esos artilugios de muerte. En ese instante, imaginé la escena en blanco y negro, acompañada por una narración en inglés con acento norteamericano, como en los noticiarios de los años cuarenta. Guerra. Lenguaje belicista, un paisaje de confrontación. Un desierto de palabras, un campo de desolación.

Hace muchos meses que vengo observando, con asombro primero y luego con preocupación, los destellos de un discurso belicista. Tanto en las redes sociales como en boca de diversos líderes mundiales, el fantasma de una nueva guerra mundial resurge, mencionado con creciente frecuencia y latencia. Planes de rearme, presupuestos de defensa en aumento, pedagogía armamentística, jerga táctica, reconfiguración de estrategias nucleares e incluso la posible restauración del servicio militar en algunos estados europeos son las nubes que ensombrecen el horizonte de nuestro discurso público.

Es inquietante comprobar cómo los términos «guerra» o «escalada», «gasto militar» o «estrategia de defensa» arrojan más resultados en cualquier buscador que los planes, en su mayoría silenciados, para encontrar la paz en los múltiples frentes abiertos. La propaganda, venga del bando que venga, asfixia el debate. El posicionamiento obligatorio, la necesidad de definirse como «anti» o «pro», ahogan la verdad. La polarización y la deshumanización del «enemigo» terminan por alienarnos del humano, ese espíritu de conquista de la paz más necesario que nunca. Identificar al dirigente belicista de una nación con su pueblo es una acción peligrosa, una trampa en la que estamos cayendo.

La deshumanización es un proceso insidioso, odioso e inhumano que se infiltra como el petróleo en la roca cuando dejamos de ver a las personas como iguales y comenzamos a percibirlas como «otros». Enemigos a los que temer. Objetos que despreciar. Seres que destruir. Este proceso se alimenta del miedo, la pasión agitada y el rechazo, en un círculo vicioso que debilita cualquier esfuerzo por la paz.

La visita de Zalensky a la fábrica de armas en Pensilvania en blanco y negro. Fuente: YouTube de Canal 26 Argentina.

Parece como si la razón y el corazón se hubieran desvanecido, absorbidos por la sociedad de masas. Ortega y Gasset, en su crítica al hombre masa, advertía que éste «no se pregunta sobre la justicia de la guerra, solo se lanza a ella». Así, para muchos, la paz se ha convertido en un concepto vacío, una palabra sin contenido, pronunciada en discursos desprovistos de sentido.

A menudo observo con tristeza y pesimismo cómo la paz, ese «estado de gracia» del que hablaba el filósofo, parece un ideal lejano, casi utópico. Azorín, con su mirada que desentrañaba la esencia del tiempo y la cotidianidad, habría visto en esta época un desarraigo profundo. Para él, la vida, sencilla en sus costumbres diarias, ofrecía un silencio que permitía a los hombres reflexionar y dialogar. Pero, ¿dónde ha quedado ese sosiego en los líderes actuales? ¿Dónde está el espacio para la diplomacia y la negociación?

Hoy nos enfrentamos a la amenaza de la disolución, de perder no solo la paz externa, sino también la paz interior que nos define como seres humanos. Quizás, en este momento histórico clave, debamos recordar las palabras de Víctor Hugo: «La paz es la virtud de la civilización; la guerra es su crimen». En esta civilización moderna, fragmentada y confundida, solo podemos hallar la virtud en la búsqueda constante de una paz que trascienda fronteras, ideologías, religiones y los mezquinos intereses de unos pocos que jamás verán a sus seres queridos en un ataúd.

Al redactar estas palabras para Hoja del Lunes, el infierno se ha desatado en Oriente Próximo, desde nuestro prisma occidental. Conociendo la importancia de la numerología para el pueblo hebreo, es probable que mientras se lee esta oda a la paz, Israel esté respondiendo a los ataques de Irán, coincidiendo con el aniversario de la barbarie cometida por Hamás.

Es el momento de identificar estas señales éticas, estéticas y argumentales que nos conducen a un escenario dantesco y sin retorno. Es el momento de reflexionar sobre nuestra humanidad, nuestra fraternidad. De exaltar lo común, de valorar la estabilidad que se encuentra en aprender del «otro» en lugar de consagrar el caos del rechazo por ignorancia. Es el momento de construir la paz desde todos los ámbitos de actuación y rechazar, de manera unánime, los discursos belicistas que nos encaminan hacia el desastre inevitable como civilización. El reto, en esencia, radica en reconfigurar nuestras prioridades y forjar un nuevo vocabulario de paz que nos permita superar las divisiones actuales y cuestionar lo establecido, dando prioridad a nuestra intuición humana.

No será una empresa sencilla. La paz no es simplemente la ausencia de guerra. En estos tiempos de choques y tensiones, debemos reconocer que la verdadera paz implica un esfuerzo continuo, una constante reflexión y un diálogo paciente. Como decía Ortega, la paz se construye en la vida misma, y esta paz no es estática, sino dinámica, como la vida. El reto está en sostenerla, alentarla y difundirla, aun cuando los vientos en contra, que yo también he sentido, parezcan insuperables. Cuenten conmigo para que sigamos contando juntos.

Paz o lo que es lo mismo, en ruso mir, en hebreo shalom, en árabe salaam y en inglés peace.

Lorenzo Lorenzo Silvestre

Politólogo. Holístico. Amante del aprendizaje, la reflexión y las preguntas frecuentes en mi mente. Cualquier evento diario me llama poderosa y portentosamente la atención. Propio o ajeno. Natural o artificial. Cotidiano o extraordinario.

Comentar

Click here to post a comment