Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Al paso

Padre nuestro, danos el pan de cada día (III)

Creación de Adán por Miguel Ángel (Fuente: Wikimedia).
El gran alimento de Dios para el ser humano es la Eucaristía, que sirve, junto con los otros sacramentos para combatir al maligno y limpiar los pecados

Más de media humanidad (casi toda ella) cree en Dios o en dioses o en la simple supervivencia en un más allá. Casi todos los seres humanos, a lo largo y ancho de la historia de la Humanidad, han creído, como Aristóteles o Santo Tomás, que existe un Dios creador de todas las cosas, al que Aristóteles llamaba ‘motor inmóvil’ y Santo Tomás, ‘causa última de todo lo causado’. En definitiva: que, como dicen que dijo Albert Einstein, “no hay reloj sin relojero, ni mundo sin creador”. El principio del principio, ese es Dios. La causa última que es lo primero, el principio. Lo dijo San Juan Evangelista: “en el principio era la Palabra y la Palabra era Dios”. Dios y su palabra creadora en esos seis días (que pueden traducirse en millones de años) perfeccionando el universo, preparándolo para su obra cumbre, para la creación del hombre y de la mujer en el fabuloso planeta tierra. Hombre y mujer a su imagen y semejanza. Capaces ellos y sus descendientes de hacer músicas maravillosas, descubrimientos científicos increíbles, novelas sublimes, teatro espectacular, humor gratificante y obras maravillosas de solidaridad… Y capaces también de los peores crímenes.

La gran palabra de Dios es ‘fiat’, ‘hágase’. Y lo fue haciendo todo. Nos hizo a nosotros. Nosotros, usted y yo, que tenemos la suerte de ser hijos de Dios y herederos de todo lo que hay en la Tierra y lo que nos espera en el cielo. Usted, yo y todo hijo de vecino, aunque haya nacido en China, Japón, Irak, India o Nicaragua. Millones de humanos desconocen a Jesucristo, pero tienen su idea de Dios debido a que la marca divina está grabada en su espíritu y heredarán el cielo por sus buenas obras. Santa Faustina Kovalska, una santa polaca de nuestro tiempo, polaca y elevada a los altares antes que su paisano san Juan Pablo II (‘te quiere todo el mundo’) nos ha dejado una serie de revelaciones en una de las cuales confirma que Dios da una última oportunidad a cada ser humano, en la hora de su muerte, para elegir entre el cielo de Dios y los santos o el infierno de Satanás y sus diablos, un fuego eterno que no es el fuego que conocemos en la tierra y castigo que es fundamentalmente la ausencia de Dios y de la gloria celestial, para espíritus-almas y no para cuerpos de carne y hueso.

‘No sólo de pan vive el hombre’, dijo Jesús tentado por el diablo cuando, tras cuarenta días de ayuno en el desierto, el maligno le sugirió que convirtiera las piedras en pan. Y una vez, cuando los discípulos le pedían que dispersara a miles de personas que llevaban horas siguiendo sus predicaciones y estaban hambrientos, el Señor tuvo que hacer el milagro de los panes y los peces, dando de comer a más de cinco mil hambrientos con cinco panes y dos peces. Y sobró pan.

Cristo y la samaritana. Óleo de Paolo Veronese (Fuente: Wikimedia).

En otra ocasión, el mismo Jesús pidió a la mujer samaritana, junto al pozo de Jacob, que le diera de beber del agua que sacaba con un cubo y, como ella le contestara que no estaba bien que un judío pidiera nada a una samaritana (judíos y samaritanos se odiaban más que los ultras del Barcelona y del Madrid), Él le dijo: “Si supieras quién es el que te pide de beber, tú le pedirías que te diera de su agua, agua con la que nunca más volverías a tener sed. Ve a buscar a tu marido y cuando vuelvas…” Pero ella le cortó la palabra para decirle que no tenía marido. Y Jesús contestó: “Dices bien; cinco hombres has tenido y con el que vives ahora tampoco es tu marido”. Volvían los apóstoles del pueblo cercano donde fueron a comprar víveres y la samaritana fue a contar a sus vecinos que había conocido a un profeta en el pozo de Jacob y muchos la siguieron para ir a ver a Jesús y pedirle que se quedara unos días, por lo menos, con ellos. Y así sucedió, según cuentan los Evangelios, proclamando aquellos samaritanos que Jesús era el Mesías.

Pero lo más genial que hizo Dios para los hombres por medio de Jesucristo es la institución de la Eucaristía. “Yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos”, con los discípulos suyos y con todos los discípulos que harían los apóstoles y los sucesores de esos otros discípulos, nosotros.

Es la mayor genialidad de Jesucristo: la institución de la Eucaristía en la Santa Cena de Jueves Santo, la víspera del día en que iba a morir crucificado en el Gólgota. “Me voy pero no os dejaré solos…”. Tomó pan ácimo, lo partió y lo repartió diciendo “esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros”. Y seguidamente tomó un cáliz con vino y lo pasó a sus discípulos diciendo: “Tomad y bebed, porque éste es el cáliz de mi sangre, sangre del Nuevo y Eterno Testamento, que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados; haced esto en conmemoración mía”.

Instituyó la Eucaristía e instituyó el sacerdocio, al que otorgó otro maravilloso poder, el de perdonar los pecados, que no otra cosa es el sacramento de la Penitencia o de la Reconciliación, el de la misericordia de Dios, un sacramento fabuloso del que hablaremos otro día siguiendo con el Padrenuestro, donde casi al final se dice ‘perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden’. Pero no quiero terminar el artículo de hoy sin volver a proclamar la genialidad de Jesucristo al ‘inventarse’ (perdón por la frivolidad) el quedarse con nosotros para siempre en la sagrada hostia (pan del cielo) y en el vino del cáliz con su cuerpo, sangre, alma y divinidad y estar en el sagrario y en la boca de los cristianos que lo reciben en la santa comunión.

Jesús instituye la Eucaristía. Obra de José Teófilo de Jesús (Fuente: Wikimedia).

Algunos católicos no acaban de creer en la presencia real y verdadera de Jesús en la sagrada forma. Incluso hubo un sacerdote que, en el siglo VIII, en la localidad italiana de Lanciano, dudó de la presencia de Jesús en la hostia y de pronto la sagrada forma se llenó de sangre. Perplejo y asustado invitó a los fieles a comprobar lo ocurrido. La hostia de Lanciano, localidad próxima a Ravena, fue guardada en un relicario y, a finales del siglo XX, fue analizada en dos laboratorios independientes de Italia y por científicos especialistas de máximo prestigio. Resultado: sangre humana del tipo AB, como la hallada en la sábana santa de Turín.

No es el único milagro eucarístico ‘garantizado’ por análisis de científicos independientes en laboratorios de absoluta garantía. Hay libros sobre algunos casos. Y en internet se pueden encontrar muchos testimonios. Pero con los milagros eucarísticos pasa como con los de Lourdes, Fátima o la Virgen de Guadalupe. Los testimonios científicos son irrefutables, pero los ateos ignoran argumentos y mantienen prejuicios dándoselas de ‘progres’. Y, sin haber estudiado los casos a fondo, hablan de montaje o de que la ciencia del futuro descubrirá que no eran tales milagros. Lo de siempre: no hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor sordo que el que no quiere oír. Algunos no quieren ni leer… por si acaso, por si se les viene abajo el chiringuito ‘prejuicioso’ con barniz cientifista.

Posdata: Fernando III el Santo y Santa Juana de Arco

El pasado día 30 de mayo festejábamos la Iglesia y los católicos la fiesta de San Fernando III y de Santa Juana de Arco, dos nombres ‘de armas tomar’ y nunca mejor dicho, pues el primero conquistó Alicante (con tropas que mandaba su hijo Alfonso X el Sabio) y la Doncella de Orleans puso en el trono de Francia a Carlos VII tras vencer a las tropas inglesas y borgoñonas que querían unir Francia a la corona inglesa finalizando la Guerra de los Cien Años en 1431. La conquista de Alicante por el príncipe Alfonso se realizó sobre el año 1246 (no hay datos definitivos históricamente comprobados) y podría haber tenido lugar un 6 de diciembre, fiesta de San Nicolás y de ahí vendría la elección del santo como patrón de Alicante.

Retrato «imaginario» de Alfonso X El Sabio por Eduardo Gimeno y Canencia, del Museo del Prado (Fuente: Wikimedia).

Padre San Fernando e hijo Alfonso el Sabio dan sus nombres a dos importantes calles del centro de la capital alicantina. Alicante dejó de ser mora para volver a ser cristiana. Como recuerdo del largo pasado islámico (cinco siglos y pico) nos queda, junto con diversos restos arqueológicos, ‘La Cara del Moro’ del Benacantil y la calle Ab el Amet (muy cerca de la antigua estación de autobuses, entre Portugal y Pintor Aparicio), famoso poeta árabe del siglo X, cuando nuestra capital había pasado de denominarse Lucentum a Al-Laqant, muy semejante al Alacant de nuestro nombre valenciano. Dependió Alicante del Califato de Damasco, primero, y luego del reino taifa de Denia. Vieja historia, pero historia nuestra, con reminiscencias en nuestras grandes fiestas de Moros y Cristianos.

Ramón Gómez Carrión

Periodista.

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