Sí, nací en los 70, pero me considero culturalmente de los 80, esa época tan supuestamente nociva para la salud y, sin embargo, tan positiva para la cultura; recuerdo coincidir en la universidad con los dueños de varios de los pubs más conocidos de la época como 4.70, Queché, Jamones, La Bocatería y la mujer mayor que vendía en su panadería, enfrente de la puerta de un garaje, cañas, triángulos y bocadillos como si no hubiera un mañana; luego de ahí, si te esperabas un poco, a Clan Cabaret a ver algún concierto. Nunca entenderé cómo dejaron morir ese lugar tan emblemático. Si es que no cuidamos lo nuestro. El día que desaparezca la horchatería Azul ya Alicante no será la misma.
Pero bueno, que me enrollo, que soy de esa época donde cogías los autobuses de asiento de madera y foso detrás donde toda la peña se juntaba, como en el Coliseo; y le daba al timbre y no existían las pantallas por donde te indicaban lo que faltaba para que te bajaras y si no, le pegabas un grito al conductor y paraba en seco. El otro día me subí a uno y el conductor se detuvo porque decía que había alguien que no había pagado, vamos, que no había pasado por taquilla. Al final resultó ser una chica que iba con varias y se ve que no habían pasado bastantes veces el bonobús, pero a mí lo que me extrañó fue que se diera cuenta, porque subía mucha peña. Pensé si es que tiene un contador de las personas que suben, una especie de sensor que le pasa en tiempo real la cantidad de gente que tiene dentro y en consonancia el depósito que debe de haber; vamos, que es algo que me llama muchísimo la atención.
Como del mismo modo no entiendo cómo la peña es tan gritona. Y es que detrás mío un personaje, que debía ser político, por eso lo de personaje, diciendo que no, que todo su grupo que se pusiera en contra del grupo político contrario, que dijeran o expusieran lo que fuere que se votara en contra sin ningún tipo de crítica, a todo no. Y luego pensé: «esa es la catadura moral de nuestra política, un tío en un autobús, hablando por el móvil y dando órdenes de que a todo `no´, sea lo que sea. Nada de pensar, meditar, ver si es viable, ver si esto o lo otro; pues no, a todo no». A mí me sorprendió y me giré por curiosidad y era un tío que le das una caña de pescar y le pones un beso y una flor y todo el pescao está vendío. Aún así, ¿dónde quedó la prudencia?, ¿dónde los buenos modos?, ¿dónde se hizo uno político para negar todo lo contrario? Entiendo que entre espinas políticas, algo sacaría de beneficio el particular por la manera tan eufórica de pedir, a toda costa y sin ningún tipo de medida, el no; vamos, que ni consenso, ni democracia, ni el comodín del público. Tan sólo por eso ya muchos que le escuchaban decidirían a qué partido dictatorial no votar, bueno, o sí, porque la peña como está tan apardalada…
Tan apardalada como un servidor, que su mujer le hace la lista de la compra y allí que va, como Indiana Jones en busca del arca perdida y casi termina como en la segunda parte, en el templo maldito. Ay mare lo difícil que es comprar sin saber. No voy a decir si ya me tiré más de cinco minutos en decidir si comprar el papel higiénico de doble capa o de cuatro capas, que no sabía que había tantas capas para el culo. Que yo pensé que para qué un ano para tanta capa. Ni que tuviera el culo de Superman. Y luego le di la vuelta y vi que te pone los servicios y la distancia. Vamos, que me puedo limpiar el culete en Japón, que con el de doble capa me llega. Con el de cuatro me toca quedarme en Italia. Pues nada, el de cuatro, que yo de japonés no entiendo ni mú, pero que siempre me ha gustado Eros Ramazzotti y Ricchi e Poveri.
Bueno después de la odisea del papel higiénico, en la lista ponía arroz. A ver, arroz es arroz, de toda la vida, pensé, voy y agarro. Pero no, noooooooo, que llegas allí y hay toda una fila de arroces. Que es jugarte la vida. Desde el arroz bomba, el redondo, el basmati, el fino, el largo, el de grano rojo, el salvaje, el integral, el Nerone, el que tiene quinoa, el que tiene verdura. Pero a ver, sólo quiero un paquete de arroz. Ahí tiré del comodín del público, vamos que detuve a una mujer a la que le pregunté: «a ver señora, es que me han pedido un paquete de arroz y veo tanta variedad, ¿me podría usted ayudar?».
La mujer me miró dudando entre si llamar a seguridad o darme un euro y «no vengas a molestar», pero bueno, se ve que me vio cara de necesidad y me preguntó: «¿es para paella?». Y yo la miré como diciendo: «si encima me lo vas a poner difícil ya me busco el comodín de la llamada».
Que es lo que hice, al final, llamar a mi madre y preguntar. Resuelta mi duda. Era el redondo, no les quiero dejar con la intriga. Llegó el momento, aparentemente, sencillo de comprar garbanzos. Le dije: «mamá no cuelgues que tengo un problema mayor». Garbanzos cocido bio, categoría extra, garbanzos con fuente de fibra sin bio, garbanzos extra a secas, garbanza blanca, garbanzos muy bajo contenido en sal, garbanzo lechoso, garbanzo lechoso categoría extra, garbanza blanca. Sí, pero yo sólo iba a por un paquete de garbanzos. Le dije a mi madre: «mamá, cuelga, que voy a llamar a la psicóloga, que si el papel higiénico era difícil, el arroz era complicadillo, joder con los garbanzos».
La lista continuaba con algo todavía peor. “Compra miel”. Sí, puede parecer sencillo. Pero bufffffffffff. Aún estoy en tratamiento.
Uno ha pasado las pruebas del papel, arroz y garbanzos y piensa: «cojo el tarro de miel y salgo antes de que me dé un parraque». Esto es como los videojuegos de los 80. La última pantalla es la más complicada. La miel. Compra un tarro. Miel de naranjo, miel de romero, miel de montaña, miel cruda, miel de flores, propóleos verde, miel fina y sedosa, luna de miel. Pero a ver, desconocía que cada abeja tenía su especialidad. Pensaba que la miel era miel y que en un panal las abejas no tenían más que el trabajo de recolectar, no sabía que podían elegir asignatura. Al final me llevé la de flores por lo romántico y dulce del momento. A mí no me gusta la miel, pero puestos a elegir me llevo un ramo.
Que luego te dura el momento romántico hasta que enciendes la tele o lees un periódico, o todos, pero como salvo excepciones todos son iguales a día de hoy, pues lo de la DANA en todo momento, a todas horas, en todos los canales. Que si uno, que si el otro, que la culpa es bota rebota y en tu culo explota que se decía antes. Pero que espero y deseo que todo se resuelva de la mejor manera posible, y que un merecido homenaje a todos esos voluntarios llegados de todos los lugares para ayudar junto con las ayudas que reparten. Sólo espero que cuando esto pase, que pasará, la peña no se olvide en el día a día en la gente que sin DANA no tiene para comer, ni para vestir, ni lugar para dormir en cada ciudad y en cada pueblo. Que no saldrán en las noticias, pero que sus vidas también son vidas, aunque no haya pasado ningún río por una casa que no tienen. Que a veces nos venimos arriba con las grandes y televisivas causas y nos olvidamos que aquí al lado de casa hay una persona que no tiene para comer y pasa frío cada noche y no hay nadie que le eche un cable. Que no toda necesidad es mediática, que no llueve a gusto de todos pero que, como siempre, los grandes movimientos sociales se olvidan de las trágicas circunstancias individuales. Fin.
Y hoy, ahora, no voy a escribir de esas cosas tan curiosas que suelo hacer para sacar sonrisas, para hacer reír y/o a veces tratar de hacer pensar; hoy, ahora, voy a tratar de hacer sonreír, así que los que se quieran quedar aquí, que se bajen porque voy a seguir hablando de los ochenta.
Pero no de los ochenta del siglo pasado, no, voy a hablar de los ochenta años que ha cumplido mi madre y que siento que se merece un homenaje, porque es mucha vida ochenta años. De hecho son 29 200 días sin contar los años bisiestos, esos los descuento como si fueran propinas que te da la vida. Sí, mi madre es de esas personas que nos enseñó que, a pesar de todos los pesares, no hay que perder la sonrisa.
Ella (y mi padre y toda la familia) perdimos una hermana por la enfermedad esa que ahora se promociona siempre con cosas rosas y lazos y publicidad en todos los sitios y stands de los centros comerciales como si fuera una marca de enfermedad que queda más bonita de ese color. Pero que de bonita no tiene nada, ya te lo digo yo, y puedo hablar porque conozco el asunto. Pero como había dos nietos de uno y cuatro años, pues mi madre no se podía permitir el lujo, pese a esa trágica circunstancia, de perder la sonrisa; no había opción, no existía más fortaleza que continuar sonriendo.
Mi madre es de las que nunca se queja. Se ha caído, se ha roto el hombro con 79 años, se lo han puesto de titanio como el Terminator de Volveré. Tiene un montón de teclas, de esas de un precioso piano de antaño que no suenan, pero que ella consigue sacar bonito sonido, no sé cómo, siempre una nota- ¿Que desentona?, bien, qué preciosa nota inarmónica; pero sigue haciendo la comida y cuidando de sus nietos y de sus hijos; es de esa generación que trabajaba a los 14 años, que no tenía ni móvil, ni tarjeta de crédito, que corría por las calles de la avenida Maisonnave con su amiga Mila, por la estación del tren; que trabajó de peluquera, de vendedora en el puesto de su padre, en la tienda Huesca vendiendo discos y carretes y cámaras de fotos; que luego fue madre de cuatro hijos, pero de las madres que amaban ser madres, no como ahora que parece que si eres madre, pero no empleas tiempo para ti misma en cien mil cosas no estás empoderada ni cosas parecidas. A mi madre le gusta ser madre aunque ahora parezca ser un pecado admitirlo y sacan eso de que es producto del patriarcado, de la educación machista de antes. Bueno, cosas de esas que parece que si antes te sacabas una carrera eras válida, pero si decidías ser madre, pues bueno, pues vale, pues si te consideras una esclava de tu casa, allá tú.
Era otra época, sí, pero no era una época para menospreciar, era su época, su vida y trabajó, vivió, disfrutó, sufrió y sobrevivió siempre con una sonrisa. Ella y muchas más, por supuesto. No saldrán en la tele, pero no les hace falta para ser las más famosas de nuestras vidas.
Mi madre me enseñó a sonreír en todo momento, y esa sonrisa aprendió a caminar gracias a ella. 80 años. Felicidades.
(Barcala patinetes para la tercera edad, es el momento propicio).
Canción: Tan enamorados, Il Volo.
Lectura: Carpe Diem, Bruno Francés.
En fin, que ustedes lo lean, lo pasen y lo paseen bien.
Soy de los de antes de los 80, brindo contigo por las madres y te prometo que voy a leer, hoy, algunas páginas de ‘Carpe diem’, de Bruno Francés.