Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Al paso

«No tengas miedo», le dijo (te dice) la Virgen de Guadalupe

Imagen de la segunda aparición de la Virgen de Guadalupe. Autor desconocido. Colección del Museo de la Basílica de Guadalupe (Fuente: Wikimedia).

No hagas el indio y conviértete en el indio Juan Diego, que vivió hace 500 años en México y ahora está en el Cielo.

Nos pasamos gran parte de la vida haciendo el indio, perdiendo el tiempo incluso cuando nos creemos importantes por nuestro trabajo o porque hemos escalado puestos en la vida laboral o en la escala social y acaso hasta salimos en los periódicos e incluso en un famoso programa televisivo, que es lo más de lo más. Y puede que seamos -la inmensa mayoría- unos ciudadanos del montón con una vida sencilla dentro de una familia como cualquier otra, con amigos grandes y pequeños enemigos o al revés. Incluso podemos tener una vida difícil, porque, en ocasiones, las cosas les fueron mal a nuestros padres y no mejoraron para nosotros. Pero creo que todos, los nacidos con estrella y los nacidos estrellados, en algunos momentos, o en bastantes ocasiones, nos preguntamos sobre el sentido de nuestras vidas y, sobre todo los mayores, los ancianos, inquirimos qué será de  nosotros cuando llegue el final del camino. Porque el final se produce, lo mismo para nosotros que para el presidente del Gobierno y para nuestro amigo el vendedor del cupón de la ONCE.

Si nos impresiona enfrentarnos a la vida, más miedo nos tendría que dar enfrentarnos a la muerte, esa muerte que, cuando yo era niño, la veíamos de cerca, casi la tocábamos con los dedos porque se moría uno en casa. Ahora la gente se muere en el hospital, o en residencias de ancianos casi siempre, sin despedirse de los nietos que ni siquiera son llevados al tanatorio. En mi pueblo los ancianos se morían acompañados de sus familiares y, casi todos, con la bendición del cura que llevaba agua bendita y el aceite sagrado para la unción de los enfermos, que es un sacramento también llamado extremaunción. Antiguamente, diría yo, se moría ‘como Dios manda’ y no como ahora que nos morimos ‘a escondidas’. Santa Teresa de Jesús, que es posiblemente la mujer católica más famosa de la historia y la primera proclamada ‘doctora de la Iglesia’, no sólo no le tenía miedo a la muerte sino que hizo versos fabulosos, como éstos de un largo poema: “Vivo sin vivir en mí,/ y tan alta vida espero/ que muero porque no muero”.

A mí, a la hora de hacer el indio,  me hubiera gustado ser como el indio Juan Diego, hijo predilecto de la Virgen María, más, incluso, que hijo adoptivo de Alicante, otra de las cosas que siempre me ha chiflado y que no acabo de conseguir. Mientras tanto cumplo con mi promesa de escribir todos los años, cuando llega diciembre, sobre la Virgen María de Guadalupe, la que hace casi 500 años (en 1531, faltan siete años para el quinto centenario), se apareció, en el cerro Tepeyac, muy cerca de la ciudad de México, conquistada por Hernán Cortés unos pocos años antes. Se le apareció los días 9, 10, 11 y 12 hasta conseguir que el obispo de México, el franciscano Juan de Zumárraga, se convenciera de que aquel humilde indio verdaderamente era portador de un mensaje de la Virgen pidiendo al monseñor clérigo que levantara una ermita allí, en Tepeyac, donde serían bautizados millones de indios en los años venideros. El obispo le dio largas durante tres días no sin pedirle, finalmente, al indio (para quitárselo de encima)  que le llevara alguna prueba que refrendara la autenticidad de sus encuentros con María.

Fotografía: Marcaroni (Pixabay).

Y la Virgen hizo varios milagros. Le pidió a Juan Diego que subiera a lo alto de la colina, cortara varias flores, las recogiera en su tilma (capa que usaban los nativos) y las llevara al obispo. Día 12 de diciembre, por la mañana. Juan Diego espera en la antesala del despacho del obispo, junto a un grupo de personas. Sale el prelado con sonrisa entre cariñosa y displicente y saluda a Juan Diego, que deshace los nudos de la capa y deja caer las flores (rosas españolas, en diciembre y en México, donde no las había) mientras en la tela hecha de ágave aparece la maravillosa imagen de la Madre de Dios, una imagen repleta de símbolos cristianos y de referencias indias, una imagen mestiza, una imagen, siendo ella misma un milagro, que ha operado miles y miles de curaciones a lo largo de casi quinientos años.

Los devotos de la Guadalupana, Reina de las Américas, cuyo santuario visitan más de 20 millones de fieles cristianos cada año, saben que esa imagen en una tela de ágave, tejido que suele durar no más de 50 años, se mantiene indemne tras cinco siglos. Y lo más curioso (milagroso) es que dos científicos de la NASA, Phillips S. Callagann y Jody Brandt Smit, y el Premio Nobel de Química de 1938, Richard Khun, no han encontrado pigmentos y ni un sólo elemento químico en la tela. Ellos y otros especialistas han llegado a la conclusión de que en la tela no hay pintura; que, en el cuadro, la pintura flota en el aire, a una distancia inexplicablemente mínima del lienzo. Es un milagro evidente que me llevó a titular mi artículo de hace cuatro años así: ‘Guadalupe, el retrato de la Virgen pintado por Dios´. El que no quiera creer que no crea. Ya dice el refrán que “no hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor sordo que el que no quiere oír”.

Ante tantas evidencias sobrenaturales, amigo lector, me atrevo a recomendarte algo que a mí me va bien, algo así como una medicina para el alma: no hagas el indio y conviértete en el indio Juan Diego, que vivió hace 500 años en México y ahora está en el cielo. Mientras yo escribo estas líneas, él recordará las palabras que la Señora le dijo cuando él quiso esquivarla porque tenía prisa para buscar un sacerdote que atendiera a su tío, Juan Bernardino, que se estaba muriendo. “No tengas miedo”, le dijo (te dice) la Virgen. Le prometió sanar a su tío y añadió: “Oye y ten entendido, hijo mío, el más pequeño; no dejes que nada te asuste ni te aflija; que no se turbe tu corazón. ¿No estoy aquí yo que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo?”.

Las 16 páginas del relato de las apariciones las escribió el indio azteca Antonio Valeriano en 1556 y dijo haber recogido fielmente las palabras de Juan Diego antes de morir éste en 1548 cuando contaba con 74 años. El relato empieza con las palabras Nahuati Mapohua y tiene todas las bendiciones de los eruditos de todos los tiempos sobre su autenticidad. En diciembre del año próximo nos volveremos a encontrar con Juan Diego y la Guadalupana, ‘Deo volente’, si Dios quiere.

Ramón Gómez Carrión

Periodista.

3 Comments

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  • Muy interesante la historia del indio Juan Diego. La Virgen de Guadalupe,es al Virgen mestiza más popular, es como nuestra Inmaculada. Miguel Hernández escribió que la Virgen Inmaculada tenía a los pies «una luna monda» es decir una tajada de Luna, que pisa para impedir que el demonio, salga a la luz. Pero parece ser que el demonio escapó de los pies de la Virgen, porque actualmente está en toda parte. Un abrazo.

    • Llevas razón: parece que estuviera campante el poder de las tinieblas a nivel global- Un abrazo.