J.E., madrileño emigrante en Londres, Reino Unido
Londres (Reino Unido)
J. E. es un madrileño de 38 años que cambió su residencia en Almería por el grisáceo paisaje londinense hace apenas 12 meses. Con el peculiar salero andaluz y la serenidad de uno de la capi, accede a contestar a unas preguntas de regreso a casa tras su jornada laboral, en uno de los míticos autobuses rojos de dos plantas británicos. Resulta raro realizar una entrevista en un medio de transporte. Lo sé. No obstante, en una ciudad en la que todo el mundo va siempre con prisa, cualquier lugar es bueno para mantener una conversación con una persona tan agradable como J.E.
—Sé que tu tiempo libre es escaso debido a tus responsabilidades laborales y familiares. Por eso, te agradezco inmensamente que me permitas charlar contigo. En primer lugar, me gustaría saber cómo era tu vida en España antes de venir a Inglaterra.
—Hasta hace tres años mi vida era muy estable. Tenía un trabajo fijo en el zoológico de Madrid, el cual adoraba, y mi pareja era analista de aplicaciones del banco Banesto (actual Santander). Todo eso cambió cuando le diagnosticaron un problema de salud a mi hijo de cuatro años, en aquel entonces. El médico nos aconsejó trasladarnos a una ciudad que estuviese cerca del mar y nos mudamos a Almería.
—¿Por qué Almería y no otra ciudad española?
—En Almería tenía un conocido que era dueño de una escuela de buceo y me ofreció empleo de instructor en su empresa dado que poseo el divemaster. Estuve trabajando con él un tiempo y, a pesar de que soy un apasionado de los animales y me encantaba lo que hacía, tuve que dejar esa faena que ya que no era en absoluto viable debido a la estacionalidad del turismo. Sólo en verano y/o Semana Santa había movimiento y yo necesitaba una entrada de efectivo mensual. Tras esa ocupación, estuve en una gasolinera, trabajé de camarero y en la obra. Básicamente, de lo que iba saliendo.
—¿Qué fue lo que te motivó a dejar el Mediterráneo y cruzar el Canal de la Mancha?
—Como he comentado anteriormente, sólo conseguía trabajos estacionales. Hubo una época en la que no encontraba nada y tuve que solicitar el paro. Cuando se me acabó esa prestación, empecé a cobrar la ayuda de 400€ que el gobierno otorga a los desempleados. Pero tras casi un año de estar inactivo se terminó esa entrada de dinero. Eso y unido a que mi mujer sólo accedía a puestos temporales en el sector de la limpieza, cuidando niños, en almacenes de fruta o de camarera, llegué a la conclusión que necesitaba trasladarme a otro país. No fue una decisión fácil de tomar. Iba a estar un periodo indeterminado lejos de mi familia y especialmente de mi hijo, que es pequeño. Sin embargo, mirándolo desde otra perspectiva pensé que era la mejor opción. Iba a tener una estabilidad de la cual, en España, por desgracia, no gozaba. Asimismo, mis aptitudes lingüísticas con el inglés mejorarían abismalmente. Esto último, a medio-largo plazo, podría ser una gran ventaja si algún día vuelvo a la Península Ibérica, ya que me facilitará el acceso a un puesto laboral de mejor calidad. En Londres tenía un amigo que trabajaba en un hotel en la zona de Clapham Juction y pensé que sería más fácil reubicarme en un lugar donde hubiese alguien ya conocido que empezar solo y de cero en otro país.
—¿Recuerdas el momento en que le comunicaste a tu hijo que te ibas a vivir fuera de España?
—Claro que me acuerdo. Cómo para olvidarlo. Creo que él no se hacía a la idea de lo que le estaba pasando. Antes de partir lloramos juntos varias veces. [En este momento J.E. jala un gran suspiro. Hace una pausa y con voz entrecortada y llena de tristeza continúa con su relato]. Lo recuerdo y me pongo como un flan, la verdad. Mi niño no era consciente de la distancia que nos iba a separar ni de todo el tiempo que pasaríamos sin vernos. Yo intentaba explicarle que papá se marchaba a otra país y él me preguntaba que de cuántos días le estaba hablando. En ese momento a lo único que atiné fue a decirle que tal vez más de 100.
—¿Qué fue lo que más te costó de tu cambio de residencia?
—El estar lejos de mi familia. Nunca olvidaré las noches de soledad llorando en mi habitación en por no poder abrazar a mi hijo. También fue duro el hecho de no saber desenvolverme correctamente en la lengua de Shakespeare. Sabía algo de vocabulario, pero ni yo entendía lo que la gente me decía, ni ellos a mí. Mi nivel de inglés era muy limitado.
—¿Aún mantienes en la memoria el día de tu llegada a Gran Bretaña?
—Sí, por supuesto. Yo llegué el cinco de abril de 2015 y no fue hasta el 16 de septiembre cuando mi mujer y mi hijo se trasladaron. Antes de esa fecha vinieron un par de veces a visitarme.
—¿Qué es lo mejor de vivir en Inglaterra?
—El tema laboral. Aquí hay trabajo y se puede salir adelante. Aunque el hecho de no ver durante tantos días el sol es matador, especialmente tras haber vivido en Almería.
—En referencia al trabajo, ¿tardaste mucho tiempo en encontrar un empleo?
—En tener una ocupación fija 24 días desde mi llegada. Al principio estuve trabajando en un hotel de Windsor de camarero. La verdad es que pagaban bastante bien. Casi un mes después de mi desembarco en tierras de la reina Elizabeth II, entré a trabajar en una cadena de hamburguesas sudafricana llamada Steve. Destinaba muchas horas de mi semana en dicho local. Sin embargo, cobraba un buen salario que me permitía pagar mis cuentas aquí, enviar dinero a mi familia en España y ahorrar. Transcurridos seis meses, decidí cambiarme de empresa. Mi mujer había encontrado un puesto en una compañía de comida rápida muy famosa en Reino Unido llamada «Pret a Manger», y pensé que si accedía a una vacante en la misma entidad podría ser beneficioso para mi futuro. El 27 de noviembre hice el experince day (día de prueba), me aceptaron y desde entonces alterno mi trabajo en la cocina con la atención en caja de una de sus sucursales.
—Has mencionado que en el mes de septiembre tu familia por fin se mudó a Londres, ¿cómo fueron los primeros días de tu hijo en Inglaterra?
Para mi pequeño alucinantes. Figúrate, otro país, otra cultura. Él estaba viviendo una aventura que nunca imaginó. Además, al cambio de residencia se unió el hecho de que demoramos casi un mes en poder escolarizarlo por cuestiones administrativas. Tras las semanas de novedad, llegó lo más duro. Considero que él fue quien más sufrió. Su madre y yo chapurreábamos un poco inglés. Pero él no hablaba absolutamente una palabra. Ponte en situación y visualiza a un niño español en un colegio inglés. Nadie habla su idioma ni él el de sus compañeros. Cada vez que pensaba en cómo serían sus días en la escuela se me caía el alma a los pies. Recuerdo un día que estábamos asistiendo una película en casa y había un niño solo apoyado en un árbol y él me dijo: “mira papi, ése soy yo en el colegio”. Rápidamente le pregunté qué estaba queriendo decir con eso. Su respuesta fue clara y concisa: “nadie quiere jugar conmigo porque no me entienden ni yo a ellos”. Yo le espeté que lo que debía hacer cuando estuviese en el recreo era acercarse a sus compañeros y decirles: can I play with you? (¿Puedo jugar con vosotros?). Han transcurrido casi seis meses desde su llegada al sistema educativo británico y, por suerte, atrás quedaron los problemas idiomáticos. Cada vez va cogiendo más soltura con el inglés. Incluso ahora nos corrige él a nosotros. Tiene un acento perfecto, no como el de su madre y el mío que está intoxicado de nuestro deje español. Sé que el día de mañana mi hijo nos va a agradecer la decisión que tomamos mi mujer y yo hace un año atrás.
—Parece que después de la tempestad siempre viene la calma, pero ¿te has arrepentido de haberte trasladado a Londres?
—Sí. ¿Qué emigrante no se ha arrepentido de haber dejado sus raíces alguna vez? Tal y como he mencionado con anterioridad, la lejanía de mi familia se me hizo muy cuesta arriba al principio.
—No es un secreto que Londres es una de las ciudades más caras del mundo para habitar, ¿has pensado en mudarte a otra ciudad de Inglaterra que sea más baratas?
—Sí. Como has dicho, Londres es muy cara. Concretamente el transporte y la renta son de las más elevadas de Europa. Sin embargo, es costoso volver a empezar ahora que estoy instalado y que hemos pasado lo más duro. Para combatir el elevado coste de vida de la capital inglesa, he solicitado algunas subvenciones, como el housing benefit y coucil tax support (ambas ayudas sobre la vivienda), y el child benefit (donativo sobre los niños). Por falta de documentación me han denegado todos los beneficios. A pesar de ello, cuando presente todos los papeles reglamentarios, considero que podría llegar a recibir unas 90 libras esterlinas semanales de parte del gobierno británico.
—¿Tienes intención de volver a España?
—Sí, sí y sí. No sé ni cuándo ni a qué parte de la geografía española. A Madrid, mi ciudad natal no creo que vuelva. ¿Almería? No se sabe. Si encontrara un buen trabajo probablemente ése sería el destino elegido.
—Ya para terminar, me gustaría saber qué le dirías a un padre de familia que se ve en la difícil tesitura de tener que abandonar su país y dejar a sus seres queridos por un tiempo.
—Sinceramente, les diría que adelante. Hay que echarle valor a la vida, tanto si se van solos o acompañados. Por desgracia, en España hay poco o nada que hacer en la actualidad. Es una experiencia que le aconsejaría a todo el mundo. Es bonita vivirla. Es evidente que al principio no es todo de color de rosa. Pero como dicen los italianos piano, piano todo va tomando su cauce. Tendrías que haberme visto cuando llegué. Ahora ya no me da vergüenza hablar con nadie aunque cometa errores gramaticales. Desde que mi familia está junto a mí, afirmaría que el cambio ha sido satisfactorio.
La entrevista ha llegado a su fin. En todo momento J.E. ha mantenido una exquisita amabilidad incluso cuando ha rememorado momentos poco gratos. Agradezco intensamente su relato. Ojalá sirva de ayuda para otras personas que se ven ahogadas por las cuentas o por la falta de empleo y han de hacer las maletas y partir. La decisión de emigrar no es para nada cómoda. Sin embargo, con porfía, sacrificio y una sonrisa, todo se puede superar.
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